El planeador
Movidos por un grosero impulso de frivolidad, algunos espectadores nos hab¨ªamos atrevido a se?alar su habilidad para pilotar ba?eras. Pero, m¨¢s all¨¢ del celof¨¢n de la corte monegasca y de la prosperidad econ¨®mica de su padre, un acaudalado industrial inmobiliario milan¨¦s, Stefano Casiraghi ocultaba unas brillantes cualidades para la competici¨®n deportiva y una atrayente personalidad de ganador. Hab¨ªa elegido una dif¨ªcil especialidad en la moto n¨¢utica. Para prosperar en ella es necesario disponer de un fuerte apoyo financiero, de una potencia motora descomunal y de una de esas embarcaciones de perfil cuneiforme capaces de burlar simult¨¢neamente las leyes de la aeron¨¢utica y de la hidrodin¨¢mica. A bordo, obligado a permanecer sobre la superficie rizada del agua, el corredor debe desplazarse por la l¨ªnea en que un vulgar pescado se convierte en un pez volador. Ha de equidistar de las gaviotas y los tiburones.En ese continuo viaje por un espacio fronterizo, todo error de c¨¢lculo deriva necesariamente en una de las dos situaciones cr¨ªticas posibles: o se revienta o se naufraga. A pesar de ello, y en el uso del infrecuente sentido com¨²n que distingue a los grandes deportistas -es decir, en el ejercicio de una paradoja-Stefano Casiraghi hab¨ªa realizado su m¨¢xima aspiraci¨®n: ganar el t¨ªtulo mundial.
Su tragedia nos hace pensar, sin embargo, que se limit¨® a representar el viejo papel de pobre ni?o rico. Su virtud consisti¨® en un fino instinto paira escapar de las mejores c¨¢rceles y su maldici¨®n fue carecer de un destino propio. Ayer, como James Dean, Donald Campbell o John Cobb, lleg¨® al lugar en que suelen coincidir quienes tienen el privilegio de la prisa y la miseria de no saber d¨®nde ir.
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