La leva del relevo o del c¨ªrculo vicioso
Durante el absolutismo, la Royal Navy recompon¨ªa sus diezmadas tripulaciones mediante la leva forzosa de su mariner¨ªa, obligando a e n-rolarse en sus buques a los desocupados disponibles. ?ste es el principio del servicio militar obligatorio: la leva forzosa universalizada por decreto. ?Tiene sentido en la modernidad? S¨ª como ej¨¦rcito nacional o popular, seg¨²n la tesis de S¨¢nchez Ferlosio: el mismo pueblo que es el objeto del poder (entendido como monopolio de la violencia sobre el que se funda el imperio de la ley) debe ser simult¨¢neamente su sujeto participante. Pero no como imposici¨®n coactiva del patriotismo o la participaci¨®n.El amor a la patria y el compromiso solidario con la colectividad no pueden ser obligatoriamente impuestos (igual que tampoco puede exigirse coactivamente la virtud ni la moralidad), pues son como la fe, las creencias, la pasi¨®n o el resto de los amores: que o surgen espont¨¢neamente del propio libre albedr¨ªo o no pueden surgir en absoluto (s¨®lo fingirse como simulacro inducido por el miedo al castigo o, por el deseo de? soborno). Por tanto, el axioma de S¨¢nchez Ferlosio sigue siendo v¨¢lido (es mejor aquel Estado donde todos sus miembros quieren asumir, participativamente, el ejercicio del poder, garante del imperio de la ley), pero s¨®lo si esa voluntad de servicio militar (militar o civil) es libre y espont¨¢nea (es decir, voluntaria), como resultado responsable de una. decisi¨®n personal e intransferible.
De no ser as¨ª, la coacci¨®n resulta contraproducente. Mantener hoy en Espa?a la obligatoriedad del servicio militar no conduce m¨¢s que al creciente descr¨¦dito de todo lo que signifique compromiso individual con el inter¨¦s colectivo: la ¨¦tica del desertor acomodaticio c¨®bra carta de naturaleza en ¨¢mb¨ªtos no s¨®lo militares, sino cada vez m¨¢s en los pol¨ªticos. Por ello, nuestros j¨®venes no son tanto antimilitaristas como antipol¨ªticos, mas que despolitizados o apol¨ªticos. Urge, pues, profesionalizar el servicio militar por ver si as¨ª, indirectamente, se, legitima la participaci¨®n voluntaria en el servicio al Estado. Pues la cuesti¨®n prioritaria no es la movilizaci¨®n militar, sino la movilizaci¨®n pol¨ªtica de los j¨®venes, voluntariamente desertores de toda participaci¨®n c¨ªvica: ¨¦sta es hoy la principal responsabilidad de la clase pol¨ªtica. Pues bien, si la movilizaci¨®n militar de los j¨®venes se resuelve mejor con la profesionalizaci¨®n del voluntariado, ?por qu¨¦ no esperar lo mismo de su n¨ªovilizaci¨®n pol¨ªtica?: al fin y al cabo la militancia es una met¨¢fora de la milicia, como forma de participar en el ejercicio del poder. Pero con ello entramos en una cuesti¨®n fascinante: la de c¨®mo se profesionaliza el servicio a la colectividad (sea el servicio militar, civil o pol¨ªtico).
La profesionalizaci¨®n (segundo requisito de la modernidad, tras la expropiaci¨®n de la violencia por el Estado monopolizador) implica que trabajar no sea un sacrificio obligado por la necesidad (por ejemplo, co¨¢ctivamente impuesto como trabajo forzado), sino un deseo personal de libre realizaci¨®n, dentro de un proyecto vital de desarrollo y autosuperaci¨®n. Ahora bien, no es lo mismo ser un profesional libre (privado, se entiende) que un profesional re vestido de autoridad (es decir, p¨²blico), como son, por ejemplo, los funcionarios del servicio civil o militar del Estado. La diferencia es b¨¢sica. Un profesional privado establece con el cliente que demanda sus servicios un (impl¨ªcito o expl¨ªcito) contrato de reciprocidad reversible: ambas partes son libres, iguales y de poder equivalente, pudiendo anular el contrato en cualquier momento tras mutuo acuerdo. En cambio, las relaciones entre los profesionales p¨²blicos y los usuarios de sus servicios (es decir, sus administrados) son de otra naturaleza: ambas partes no son libres ni iguales, su poder no es equivalente ni su relaci¨®n renunciable. Y esto es as¨ª porque son servidores del Estado, que exige obediencia e impone autoridad. El ciudadano no puede cambiar de Estado (sin emigrar) como quien cambia de m¨¦dico o abogado. Y hay que obedecer las leyes del Estado, mientras que se es libre de desobedecer los consejos del m¨¦dico o el abogado
?sta es la diferencia espec¨ªfica entre el profesional p¨²blico y el privado: mediante el ejercicio de su autoridad p¨²blica, aqu¨¦l tiene el poder pol¨ªtico de obligar, y ¨¦ste no.
Estar revestido de autoridad es poseer el poder de obligar a los dem¨¢s. Como ha visto Paul Veyne, la autoridad es una entidad bifronte, simult¨¢neamente expresiva e instrumental. En la medida en que es instrumental, puede hacerse temor, obligando a quienes le est¨¢n sujetos a obedecer, mediante el ejercicio de la coacci¨®n f¨ªsica. Pero en la medida en que es expresiva, puede hacerse amar, gan¨¢ndose el respeto moral de los sujetos, que as¨ª obedecen libre y espont¨¢neamente por propia voluntad: un capit¨¢n que sabe mandar se hace respetar por sus hombres. ?Por qu¨¦ es esto as¨ª? Pues porque las personas poseemos amor propio y preferimos querer hacer lo que nos vemos obligados a hacer: obedecer a la autoridad. ?sta es sobre todo la funci¨®n del pol¨ªtico como profesional p¨²blico: no tanto la de agregar y articular intereses instrumentales, capaces de cooperar ego¨ªstamente (seg¨²n la concepci¨®n del Estado como mercado), sino la de suscitar expresivamente la libre y voluntaria participaci¨®n pol¨ªtica de los ciudadanos, capaces de comprometerse solidariamente (seg¨²n la concepci¨®n del Estado como foro, depositario de la autoridad moral de la comunidad). Se establecer¨ªa as¨ª una suerte de divisi¨®n del trabajo entre dos clases de. profesionales p¨²blicos: por un lado, los funciona rios tecnocr¨¢ticos (los bur¨®cratas del servicio civil, penal, fiscal y militar), encargados de ejercer la autoridad instrumental; y por otro, los pol¨ªticos democr¨¢ticos (organizados en partidos que se enfrentan en re?ida competencia electoral), en cargados de ejercer la autoridad expresiva. Naturalmente, estos ¨²ltimos son quienes cargan con la mayor responsabilidad: la de lograr inducir, con el solo ejemplo de su liderazgo, la espont¨¢nea participaci¨®n de los ciudadanos en la cosa p¨²blica. Pues bien, ?c¨®mo se logra reclutar profesionales de la pol¨ªtica capaces tanto de saber mandar como de hacerse amar, gan¨¢ndose limpiamente (sin sobornos ni coacciones, por la ¨²nica autoridad de su propia dignidad) el respeto, la adhesi¨®n, la voluntad y la participaci¨®n de los ciudadanos? Y es urgente que surjan profesionales semejantes, dignos de relevar a la generaci¨®n que ha protagonizado el tr¨¢nsito de la dictadura a la democracia, cuando ya no hay desafios hist¨®ricos capaces de movilizar inmediatamente a la ciudadan¨ªa. En efecto, antes apunt¨¦ que la juventud espa?ola actual no parece voluntariamente dispuesta a participar en el servicio militar. Pero ?y en el servicio pol¨ªtico? ?Hay suficientes vocaciones para que surjan nuevos y buenos profesionales p¨²blicos? Parece evidente que no: la despolitizaci¨®n, el desprecio por la pol¨ªtica, de la que se deserta tanto como se disiente, es la principal caracter¨ªstica de la generaci¨®n actual de j¨®venes. Pues se trata, en definitiva, de un vac¨ªo generacional. Entre 1975 y 1982 se produjo una brutal sustituci¨®n de los estratos dirigentes espa?oles: la nomencl¨¢tura franquista se jubil¨® y salt¨® a la arena una clase pol¨ªtica precozmente improvisada y tan rejuvenecida que al mantenerse en el poder ha debido cerrar el paso al protagonismo participativo de las subsiguientes generaciones de j¨®venes, que han resultado, en consecuencia, excluidas de la escena pol¨ªtica. Por lo dem¨¢s, aquella generaci¨®n del tr¨¢nsito estaba movida m¨¢s por el excitante entusiasmo que produce el inesperado protagonismo hist¨®rico que por la profesionalidad res ponsable. Con excepciones evidentes, aquel entusiasmo inicial se ha rutinizado, pues los acontecimientos hist¨®ricos, como las fiestas o las revoluciones, siempre terminan por acabarse, mientras el trabajo ordinario debe continuar. Hoy ya no se puede seguir reclutando a los jovenes bajo el se?uelo de los fantasmas pol¨ªticos del pasado. Hay que ofrecerles un trabajo pol¨ªtico responsable y un futuro profesional prometedor, capaz de satisfacer sus ambiciones moral es como servidores p¨²blic¨®s.
El problema es doble, pues se trata de un c¨ªrculo vicioso. No surgen nuevos pol¨ªticos respetables porque los j¨®venes actuales est¨¢n despolitizados. Pero los j¨®venes est¨¢n despolit¨ªzados porque los pol¨ªticos actuales no saben imponer su autoridad moral gan¨¢ndose expresivamente el respeto de los j¨®venes. ?Qu¨¦ hacer cuando decidan retirarse los escasos pol¨ªticos respetados por su autoridad moral, como Pujol o Gonz¨¢lez? ?Establecer levas forzosas de j¨®venes, imponiendo una especie de servicio p¨²blico obligatorio, o repartir las influyentes prebendas entre un voluntariado de clientes aficionados, para que revistan su incompetencia con el verbalismo de las adhesiones inquebrantables? Caricaturas al margen, algo ha de hacerse, y ello en todas las bandas del espectro ideol¨®gico, pues el problema es com¨²n al centro, la derecha y la izquierda: la grave carencia de nuevas vocaciones pol¨ªticas. No parece haber m¨¢s soluci¨®n que la derivada del magisterio moral de los pol¨ªticos actuales. El relevo no se producir¨¢ por generaci¨®n espont¨¢nea, sino que deber¨¢ ser inducido y suscitado a partir delejemplo moral de figuras pol¨ªticas respetables capaces de ganarse las voluntades con la sola fuerza expresiva de su autor?dad personal; es decir, capaces de movilizar la participaci¨®n de la ciudadan¨ªa desde la talla de su intransferible liderazgo.
es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense.
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