Iberoam¨¦rica, entre el Norte y el Sur
La inoportuna crisis del golfo P¨¦rsico, suscitada precisamente porque viejos problemas regionales se han liberado del freno que supon¨ªa la tensi¨®n Este-Oeste, nos ha impedido asimilar en toda su amplitud la transformaci¨®n que, en el equilibrio mundial, ha producido el final de la guerra fr¨ªa, el desmoronamiento de la dogm¨¢tica utop¨ªa colectivista y la sustituci¨®n de la confrontaci¨®n entre las grandes potencias por un nuevo clima de cooperaci¨®n que, a plazo no muy largo, ha de fructificar en un nuevo orden internacional. De hecho, la propia crisis provocada por el expansionismo iraqu¨ª ya ha puesto de relieve que la ONU tienen un importante papel que cumplir en el futuro, como instituci¨®n de consenso y de tutela de los grandes valores universales, sobre los que empieza a existir coincidencia fundamental. Otras instancias supranacionales como la UEO o la propia Comunidad Europea han cobrado asimismo renovada vitalidad al polarizar a grupos de naciones en torno al conflicto en distintos aspectos.En esencia, el cambio de rumbo impulsado por Gorbachov en su zona de influencia, y sus consecuencias m¨¢s directas -la distensi¨®n, el desarme- introducen un factor de racionalidad en el panorama mundial. La raz¨®n ya no viene determinada por la fuerza de quien la esgrime, por su pertenencia a un bloque que lo arropa, sino por datos objetivos. Y es de suponer que, en el futuro, el conflicto tampoco se suscitar¨¢ m¨¢s por la rivalidad expansionista de dos modelos enfrentados, sino por desequilibrios reales que, a medida que se hagan notorios, habr¨¢n de obligar a la comunidad internacional a procurarles una soluci¨®n.
Todo ello tiene una consecuencia evidente: si el mundo ven¨ªa regido y condicionado hasta hace poco por la confrontaci¨®n Este-Oeste, en el futuro el principal problema que tendr¨¢ que resolver la comunidad internacional es el profundo desequilibrio Norte-Sur. No puede haber un orden justo ni cabe hablar de una situaci¨®n internacional estable en tanto el Norte desarrollado siga enriqueci¨¦ndose y el Sur depauperado contin¨²e empobreci¨¦ndose, como ocurre dram¨¢ticamente hasta ahora.
Durante d¨¦cadas, pr¨¢cticamente desde el final de la II Guerra Mundial, ha sido patente que los problemas Norte-Sur han quedado enmascarados por la eminencia incontenible de los conflictos Este-Oeste. Ello ha sido especialmente visible en Iberoam¨¦rica, en donde los intereses estrat¨¦gicos norteamericanos, s¨®lo explicables en el marco de la confrontaci¨®n con la otra gran potencia, han influido decisivamente, en lo pol¨ªtico y en lo econ¨®mico, en la marcha de estos pa¨ªses. La situaci¨®n centroamericana, con toda su complejidad, es el fruto m¨¢s visible y penoso de aquellas circunstancias ¨¦ticamente impresentables.
Intervencionismo
Los cambios suscitados tendr¨¢n, a partir de ahora, una repercusi¨®n favorable en este ¨¢mbito iberoamericano: en primer lugar, una mayor vigencia del derecho internacional; ya no hay superiores intereses que justifiquen pol¨ªticamente el intervencionismo en cualquiera de sus manifestaciones. En segundo lugar, las cuestiones vinculadas al desarrollo alcanzar¨¢n una importancia preferente; el riesgo de conflicto ya no vendr¨¢ dado por la rivalidad entre los bloques, sino por las exigencias de unas sociedades que reclamar¨¢n leg¨ªtimamente su derecho al bienestar. En tercer lugar, la desmilitarizaci¨®n planetaria dejar¨¢ libres cuantiosos recursos, que podr¨¢n ser aplicados al desarrollo del Sur, no en t¨¦rminos de beneficencia, sino de cooperaci¨®n, fruct¨ªfera para las dos partes.
Es evidente que el concepto de comunidad iberoamericana cobra, desde estas perspectivas, un relieve sin precedentes. Los problemas socioecon¨®micos de Iberoam¨¦rica son homog¨¦neos en gran medida, y la gran interrelaci¨®n econ¨®mica hace impensable que puedan resolverse los de un solo pa¨ªs o grupo de pa¨ªses de la regi¨®n sin contar con los dem¨¢s del conjunto. En consecuencia, la idea de comunidad, plasmada cada vez m¨¢s institucionalmente, tendr¨¢ una operatividad que resultaba impensable hasta hace poco. Y la presencia de Espa?a en esta comunidad otorgar¨¢ al conjunto una dimensi¨®n europea, norte?a, que puede rendir asimismo numerosos frutos pr¨¢cticos al empe?o integrador.
Constituye una gozosa coincidencia que el a?o de 1992, que es emblem¨¢tico para nuestra colectividad hisp¨¢nica, se ubique en el arranque de esta nueva era en las relaciones internacionales. Ello nos facilita rechazar cualquier tentaci¨®n de hacer de este hito una conmemoraci¨®n historicista -la historia, en una mentalidad progresista, nunca sirve para recrearse en ella, sino s¨®lo para tomar un punto de referencia y de partida- y de auspiciar en cambio un fruct¨ªfero proyecto de futuro.
Porque la comunidad iberoamericana, de la que Espa?a se siente parte, ha de constituirse formalmente en un grupo de presi¨®n internacional, dispuesto a utilizar toda su capacidad de influenc¨ªa en las grandes instituciones y fuera de ellas, y en pos de un equilibrio mundial basado en pol¨ªticas que combatan las graves iniquidades Norte-Sur, generadoras de conflictividad y de inseguridad.
Espa?a, es bien notorio, est¨¢ fuertemente imbricada en la Comunidad Europea, que ya no es un concepto abstracto, sino una real¨ªdad que asumir¨¢ incluso buena parte de la soberan¨ªa nacional de los Estados miembros. Pero una naci¨®n no puede renunciar a sus ra¨ªces ni a sus ligazones familiares, y su capacidad de influencia es tanto mayor cuantos m¨¢s son sus v¨ªnculos formales y pol¨ªticos con el ¨¢mbito al que cultural, hist¨®rica y hasta ¨¦tnicarnente pertenece. Por ello, el nexo trasatl¨¢ntico entre las naciones iberoamericanas tiene tambi¨¦n que terminar siendo operativo en t¨¦rminos concretos, y en beneficio de todas las partes. Para las naciones americanas, porque el ingrediente espa?ol es como una punta de lanza en sus relaciones con el norte europeo; para Espa?a, porque su pertenencia a Iberoam¨¦rica le da un relieve especial en este compromiso en ciernes que deben contraer el Norte y el Sur.
Creo, sinceramente, que ha pasado el tiempo de la ret¨®rica y que hemos de ponernos a trabajar callada pero incansablemente en pro de estos objetivos, de cooperaci¨®n y de influencia internacional. Esta tarea conjunta, para la que hemos de establecer cauces permanentes, ha de ser el gran logro de nuestra relaci¨®n, en la que el V Centenario, ya inminente, debe ser catalizador eficaz.
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