Berl¨ªn
Estoy en un hotel. Una de las paredes de la habitaci¨®n tiene un gran espejo que duplica el espacio, as¨ª como los objetos y las obsesiones contenidas en ¨¦l. Miro con desconfianza hacia el duplicado y veo en ¨¦l a un sujeto que observa con recelo la realidad que refleja. El sujeto soy yo, claro, pero tambi¨¦n es otro. La imagen del espejo, aunque tenga mi apariencia, es en realidad la del adolescente que fui. Tiene las manos en los bolsillos y no sabe d¨®nde pasar la tarde ni con qu¨¦ disfrazar el sabor de las horas que le separan de la noche. Est¨¢ en una calle mal empedrada y rota, donde las casas parecen tener alguna clase de actividad org¨¢nica, pues sudan como las personas y, como las personas tambi¨¦n, padecen afecciones de la piel y grietas abismales en el interior de la conciencia. Cada vez que me muevo por la habitaci¨®n del hotel, ese sujeto joven y desocupado repite mis gestos, pero por sus ojos asoma un tipo que no soy yo. Aunque tambi¨¦n soy yo. Quiz¨¢s sea la parte de m¨ª que m¨¢s detesto; me remite a una ¨¦poca en la que todo estaba roto. Cuando un rico se mita en el espejo, ve un mendigo; cuando el que mira es el mendigo, lo que ve al otro lado es un pr¨ªncipe. Lo que somos nos remite a nuestro contrario porque la afirmaci¨®n de ser implica la posibilidad de no ser. Ahora estoy abriendo la cama, valorando el tacto de la almohada; el sujeto del otro lado hace lo mismo. Antes de apagar la luz, le miro por ¨²ltima vez con desgana. Ya estamos acostados los dos, cada uno en su zona. ?So?aremos lo mismo?Estoy en una ciudad partida en dos por una cicatriz de piedra. Cada una de las mitades de esta ciudad mira a la otra con la desconfianza con que solemos observar nuestro propio reflejo. Una de las mitades es pobre y la otra rica. Una est¨¢ rota y la otra est¨¢ nueva; las dos est¨¢n perplejas, como yo mismo frente a mi reflejo. Es de noche, las dos mitades duermen. ?So?ar¨¢n lo mismo?
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