Felicidad interrumpida
Alrededor de Felicidad Blanc se mov¨ªan en los a?os en que la conoc¨ª otros que como yo, m¨¢s mayores que yo, m¨¢s ilustres que yo, descubr¨ªan en ella un prototipo femenino cuya cualidad descomunal era, precisamente, su atipicidad. En la entonces a¨²n reciente viuda del poeta Leopoldo- Panero -Leopoldo-padre, como pronto se, le vino a llamar al muerto, a medida que el Leopoldo vivo llenaba huecos, roles y anaqueles de la casa con su marca propia- se "daban rasgos imaginados, deseados, quiz¨¢ le¨ªdos en ciertos libros ingleses de novela o de biograf¨ªa donde despuntan personajes dotados de un antiguo prestigio, de una elegancia, de un dominio de s¨ª que s¨®lo pueden ser anglosajones. Siendo Felicidad una muchachita de Madrid educada convencional y rigurosamente -con el rigor fino de las convenciones de antes de la guerra, tan distintas a las que impuso, a golpes de corneta y cilicio, el educador franquista-, fascinaba a¨²n m¨¢s el aroma de mujer emanada de las p¨¢ginas de Compton-Burnet, maestra, cual un Lytton Strachey femenino, en las artes de la conversaci¨®n punzante y la memoria inmisiricorde, esbelta y suavemente enfermiza como un compuesto de las hermanas Woolf, pues de Vanessa ten¨ªa Felicidad la belleza y el empuje; de Virginia, la condici¨®n doliente y caprichosa; de ambas, la cabeza llena de p¨¢jaros. La madre de un amigo, una madre espa?ola de posguerra, se?ora ya de edad, que resultaba ser una mujer de Bloomsbury, de ese Bloomsbury aproximativo que entonces vislumbr¨¢bamos y que los amigos menos extranjerizantes asociaban al esp¨ªritu de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza. Pero la protoinstitucionista Felicidad tampoco hab¨ªa pasado nunca por las aulas del Instituto-Escuela ni por la Residencia de Estudiantes.Como dec¨ªa, yo llegu¨¦ a la casa de Ibiza, n¨²mero 35 como otros antes que yo, y ella misma lo revelaba pronto, leg¨ªtimamente orgullosa de su rareza: "Ahora soy otra. Hace 15 a?os no me hubi¨¦seis reconocido. Ahora soy persona". Este vocablo sal¨ªa con frecuencia de la boca de la viuda. A m¨ª, a la saz¨®n jovencito y enrolado en el Ej¨¦rcito del Aire, esa palabra (y el concepto humanista trillado pero tierno que late detr¨¢s de ella) me deslumbraba; ?ser¨ªa yo tan hermoso, tan ardientemente sereno, tan humor¨ªstico, tan hondamente melanc¨®lico, un d¨ªa, ya mayor? ?Ser¨¦ alguna vez persona, me repet¨ªa ante el espejo manchado de aguas, de vuelta en el cuartel, al enjaezarme los correajes de la guardia de armas?
As¨ª que en los ¨²ltimos cuatro a?os de la d¨¦cada de los sesenta yo iba pr¨¢cticamente a diario a aquella casa llena de restos de otra cultura y me sentaba a escuchar. Tuve yo acceso a la maison Panero gracias a mi amigo y coet¨¢neo Leopoldo Mar¨ªa -cada d¨ªa que pasaba m¨¢s convertido en Leopoldo-hijo-, pero, como les sucede a ciertos colegiales de precoz instinto respecto a las hermanitas de sus amiguitos, yo acud¨ªa al piso en apariencia para tratar con Leopoldo-hijo de poes¨ªa, psicoan¨¢lisis freudiano y otras afinidades a¨²n m¨¢s escabrosas, pero con la esperanza secreta de escuchar a la hermosa se?ora del pelo blanco. Siempre lo consegu¨ªa. Porque Felicidad Blanc -lo de viuda de Panero no se estilaba con ella, pues con algo hab¨ªa que se?alar su nuevo ser de persona exenta, liberada de un apellido, de una ideolog¨ªa, de unas rancias amistades- siempre estaba all¨ª, llegando de un estreno, saliendo hacia una conferencia, rigiendo por tel¨¦fono los amores y hasta la vida dom¨¦stica de sus amigos los artistas, esos que hab¨ªan llegado antes que yo: Bouso?o, Paco Brines, Jos¨¦ Vidal, Nieva, Claudio Rodr¨ªguez, Jos¨¦ Luis Alonso, "los amigos de mi hijo Juan Luis". A todos estos tr¨¢mites, encantado de tener de s¨²bito una madre hecha persona, dos hermanos mayores que alcanzaban en plena juventud notoriedad po¨¦tica y unos amigos convenientemente mayores y muy vistosos, asist¨ªa el adolescente Jos¨¦ Mois¨¦s, ya entonces conocido por Michi.
Como he aclarado que yo no conoc¨ª a la esposa de Panero-padre, sino a la madre de los tres brillantes hijos, los poetas y el diletante, no puedo confirmar la veracidad de la espectacular germinaci¨®n que ella pregonaba, semejante, pienso hoy, a la de esas flores de poco nombre pero mucho color que brotan incongruentes entre las piedras de una casa demolida. Pero s¨ª puedo dar testimonio del irresistible poder de seducci¨®n que aquella persona culta y extraordinariamente bien hablada ejerci¨®; enamoraba a cualquier hijo subrogado que en las horas m¨¢s inconvenientes de la noche y no siempre vestido del todo descubr¨ªa, m¨¢s all¨¢ del cuartito-leonera que Leopoldo-hijo ten¨ªa a la entrada de Ibiza, 35, qui¨¦n reinaba al otro lado del largo pasillo, y enamor¨® a los hombres que no se enamoran de las mujeres (en este apartado, Felicidad se jactaba, con comprensible coqueter¨ªa, de dos conquistas dif¨ªciles: la de Cernuda, que, magnificada o no, qued¨® plasmada en su delicioso libro de memorias Espejo de sombras, y la del escritor cubano Calvert Casey, con quien mantuvo un idilio fr¨¢gil y libresco cuyo final, al tiempo que el suicidio de Calvert, Felicidad contaba con emoci¨®n verdadera en una se cuencia de El desencanto).
Esa atracci¨®n que desperta ba Felicidad ten¨ªa, adem¨¢s de los motivos tan potentes e ins¨® litos que ya he mencionado, otro fundamento. Aunque ella misma confesara c¨¢ndidamente ante las c¨¢maras, en la apasionante pel¨ªcula de Ch¨¢varri, la culpa de quien no sabe entender a tiempo el esp¨ªritu de unos tiempos encarnados con crudo descarnamiento en seres queri dos y tan pr¨®ximos, Felicidad tambi¨¦n fue at¨ªpica en el sacrificio. Mientras asist¨ªa imp¨¢vida, quiz¨¢ un punto regocijada, a la venta que Michi hac¨ªa sin concierto comercial de la espl¨¦ndida biblioteca de Leopoldo-padre, Felicidad fue siguiendo, como la soldadera Marlene a Gary Cooper en aquel Morocco de Von Sternberg, al hijo perdido en un desierto para ella m¨¢s inh¨®spito que para nadie. Le sigui¨® a casas de socorro y a sanatorios provinciales, a las galer¨ªas de presos pol¨ªticos y tambi¨¦n despu¨¦s, llevando el cubo de las provisiones junto a las madres gitanas, que le conflaban detalles truculentos de la inocencia de sus hijos, a las de los comunes, y le sigui¨®, en una Espa?a a¨²n m¨¢s negra que la de hoy, en los esponsales no santificados que Leopoldo-hijo contra¨ªa de cuando en cuando con muchachos vol¨¢tiles como el humo, ante la corte nupcial de los amigos j¨®venes, que no tir¨¢bamos arroz a los novios. Ha muerto Felicidad en San Sebasti¨¢n, adonde una vez m¨¢s se hab¨ªa trasladado, aunque ella diera otras razones, siguiendo al hijo que, con ceguera o clarividencia, ve¨ªa indefenso. No voy a entrar, pues es materia privada y de espesa trama, en esa relaci¨®n materno-filial sobre la que Leopoldo Mar¨ªa, que ahora deja de ser Leopoldo-hijo pero sigue siendo una de las voces m¨¢s intensas de la poes¨ªa contempor¨¢nea, ha escrito figuradamente muchos poemas. En uno de ellos se leen estos versos: "C¨¢ndido, hermoso es el incesto. / Madre e hijo se ofrecen sus dos ramos / de lirios blancos y de orqu¨ªdeas, y en la boca / llevan ya el beso para desposarlo". En otro anterior, el hijo, que lo dedica "con compasi¨®n y n¨¢usea" a mi desoladora madre, s¨®lo oye de Ma M¨¨re la risa repetida ante sus desgracias.
Nos dice la leyenda piadosa que toda buena madre se sacrifica por su hijo. El sacrificio risue?o y desdichado, autodestructivo y tal vez desolador del otro, en cualquier caso, honestamente entregado y estoicamente asumido hasta el fin, fue otra de las actuaciones en que Felicidad Blanc supo ser original y apasionada hasta la extravagancia.
S¨®lo en el c¨¢ncer que le ha dado muerte no ha podido escapar al destino com¨²n de los vulgares.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.