La muerte de Aliocha Coll
Hacia 1977, cuando yo formaba parte de un comit¨¦ asesor de las Ediciones Alfaguara, que dirig¨ªa arriesgadamente Jaime Salinas, llegaron a su sede cuatro novelas firmadas por Aliocha Coll, de las cuales me toc¨® llevarme dos a casa para su lectura e informe, Vitam venturi saeculi y, si mal no recuerdo el t¨ªtulo, Ofelia, Casandra y Juana de Arco. Se trataba de un tipo de literatura m¨¢s bien "imposible" y que nunca me hab¨ªa interesado mucho: antes que intentar definirla con alguna aproximaci¨®n que a Aliocha Coll no le habr¨ªa gustado (vanguardismo, experimentalismo, joycismo elevado al cubo), prefiero recordar una p¨¢gina de Ofelia en la que a lo largo de sus 30 renglones s¨®lo figuraba, repetida, la palabra "galopando" ("galopando galopando galopando"), o reproducir unas l¨ªneas del otro libro, el ¨²nico que public¨®, en 1982: "Despert¨¦ y estaba en pleno arenal el alba era del punto en que a¨²n era posible la noche marcha atr¨¢s. Recog¨ª mis armas el roc¨ªo hab¨ªa puesto huellas en forma de escama al principio cre¨ª que rojas de ¨®xido despu¨¦s que azul de yema de huevo y plata". O bien, a modo de ejemplo extremo (ya que el texto se hace cada vez m¨¢s quebrado a medida que avanza), las frases finales: "...yo es el rey de nosotros que un dios dio el mundo unombre lo nombr¨® y los dos se envidian con el fuego a la zaga como buenos hermanos ver venir hablar veremos hablar hablaremos venir as asedio puespues end¨ªadis puesto a asa as". [sic]Primer ritmo
S¨ª llegu¨¦ a interesarme por estas obras y luego por conocer a su autor, ello fue debido a que cre¨ª percibir en aquella literatura tan aventurada y a veces dif¨ªcilmente legible un talento verbal y un sentido del ritmo de primer orden. Cuando vino el momento de conocernos, en Barcelona, recuerdo que esperaba encontrarme con un individuo de aspecto montaraz o estrafalario o iconoclasta; apareci¨®, en cambio, un joven perfectamente trajeado e incluso atildado, de excelentes modales, con un rostro anticuado que parec¨ªa salido de los a?os treinta y con unos conocimientos literarios, musicales, pict¨®ricos y filos¨®ficos que para m¨ª habr¨ªa querido. En contra de lo que ingenuamente hab¨ªa supuesto al leer sus libros, no s¨®lo no era alguien irrespetuoso frente al pasado, sino que se sent¨ªa tan vinculado a ¨¦l que por eso mismo, explic¨®, hab¨ªa optado por escribir como lo hac¨ªa. "En la literatura todav¨ªa no ha llegado Mondrian", dijo. En el avi¨®n hab¨ªa venido leyendo a Ovidio en lat¨ªn.
Lle,gaba de Par¨ªs, donde viv¨ªa desde muy joven, aunque hab¨ªa nacido en Madrid, en 1948, y se hab¨ªa criado en Barcelona, de donde era su familia. A partir de entonces nos escribimos con frecuencia y nos vimos en Par¨ªs con la frecuenc¨ªa menor que mis viajes all¨ª permit¨ªan. Era m¨¦dico, estaba casado con una francesa de origen chino, viv¨ªa de unas rentas y se dedicaba exclusivamente a escribir.
Creo no haber conocido a una persona tan atenta y educada, y se me ha quedado grabada su imageri un d¨ªa de lluvia en que su mujer, Lysiane, quer¨ªa ir a comprar plantas y flores a un mercado al aire libre. Mientras ella paseaba y miraba, concentrada en las plantas, Aliocha Coll la segu¨ªa, un paso detr¨¢s y en la mano un paraguas que, para protegerla debidamente del agua, renunciaba a cubrirle a ¨¦l, empapado e impert¨¦rrito como un antiguo mayordomo.
Cuando se acabaron sus rentas empez¨® a ejercer como m¨¦dico, pas¨® ciertos apuros y padeci¨® alguna otra p¨¦rdida. Su ¨²nica otra obra publicada fue una extraordinaria traducci¨®n del Teatro de Marlowe, en versos endecas¨ªlabos, que hizo para Cl¨¢sicos Alfaguara. Antes de su edici¨®n nos reunimos un d¨ªa: ¨¦l me la le¨ªa en voz alta mientras yo segu¨ªa el original en ingl¨¦s, y pocas veces he tenido una sensaci¨®n de tan perfecto acoplamiento entre dos lenguas.
Despu¨¦s de aquellas primeras novelas apenas si le¨ª nada m¨¢s de cuanto sin cesar escrib¨ªa: me envi¨® algunos sonetos, fragmentos de su Ensayo sobre el dolor, que, como el resto, jam¨¢s fue publicado pese a los intentos de Carmen Balcells, quien adem¨¢s de la agente de tantas figuras c¨¦lebres, tambi¨¦n lo era de este m¨¦dico casi desconocido.
Su conversaci¨®n era quebrada y llena de pausas, pero siempre inteligente y apasionada, una de esas personas, cada vez m¨¢s escasas, que se involucran en cuanto van diciendo.
Seguro de su talento, yo intentaba convencerle de que probara a escribir cosas m¨¢s "tradicionales", aunque s¨®lo fuera como divertimiento. Conviene puntualizar que para ¨¦l era "tradicional" casi todo, incluyendo a Juan Benet en nuestra lengua. Tengo entendido que algunos de sus textos m¨¢s recientes eran por Fin as¨ª, m¨¢s "tradicionales". De ellos s¨®lo s¨¦ sus t¨ªtulos: Laocoonte, La ruta de la seda, Atila. Tambi¨¦n s¨¦ que tradujo cuatro obras de Shakespeare y que investig¨® sobre el dolor consigo mismo.
'Atila'
Hace unos d¨ªas, estando casualmente en Par¨ªs, me enter¨¦ de su muerte, ocurrida el pasado 15 de noviembre. Muri¨® por su propia mano, y al parecerjusto antes se hallaba euf¨®rico, pese a que su situaci¨®n personal no era f¨¢cil en los ¨²ltimos a?os, circundado por la enfermedad, las de sus pacientes y la de alguien muy pr¨®ximo. Seg¨²n me cuentan, acababa de concluir ese t¨ªtulo, Atila, que consideraba su ¨²ltima obra. Consider¨® asimismo que nada le quedaba por hacer y puso fin a su vida, con serenidad, incluso con frialdad, de manera que no pudiera fallar, y los m¨¦dicos nunca fallan en estos lances.
Resulta extra?o que alguien que apenas public¨® en vida asociara tanto la vida a lo que escrib¨ªa. Acabado el papel se acab¨® la vida. Resulta extra?o en alguien que tampoco hizo nunca muchos esfuerzos por publicar las obras que, una tras otra, segu¨ªa escribiendo imp¨¢vido, guardando en un caj¨®n, ense?ando parcialmente a un amigo de cuando en cuando.
Su talento verbal, insisto, era formidable. Ten¨ªa 42 a?os. Si publicar esas obras fue dif¨ªcil en su vida, supongo que no lo ser¨¢ menos porque haya muerto, y quiz¨¢ por ello haya que esperar a¨²n mucho tiempo para ver c¨®mo hab¨ªa evolucionado ese talento desde Vitam venturi saeculi.
En la dedicatoria que escribi¨® en mi ejemplar dice as¨ª: "Para Javier, mi amigo, y mi companero errante de palabras, de silencios y de siglos". Su verdadero nombre era Javier, as¨ª que podr¨ªa decirle lo mismo sin cambiar una palabra. Por los siglos venideros.
Babelia
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