Miles de germanos abandonan Rumania atra¨ªdos por la riqueza de la nueva Alemania
Los pueblos de las afueras de Timisoara est¨¢n siendo testigos dram¨¢ticos de una nueva revoluci¨®n: el ¨¦xodo alem¨¢n de Rumania. Como los colonos que abandonan los campamentos del Oeste americano, tambi¨¦n ellos abandonan el pa¨ªs a miles. Esta gente trata de escapar de la pobreza con la esperanza de participar en la Alemania reunificada. En enero de 1990 hab¨ªa m¨¢s de 4.500 alemanes en la ciudad de Yahrmacht. Ahora s¨®lo quedan 10 personas.El pueblo de Bruckenau tiene tan s¨®lo 16 alemanes, y el de Sankt-Anna ha visto disminuir su poblaci¨®n de ciudadanos de etnia alemana de 6.000 a 1.000. El paisaje todav¨ªa conserva la huella de su quehacer. Granjas sombreadas por ¨¢lamos plantados en formas geom¨¦tricas precisas, son ahora pac¨ªficos refugios. Las siluetas de las iglesias cat¨®licas parecen a lo lejos s¨ªmbolos de permanencia.
Las poblaciones en torno a este centro regional adquieren r¨¢pidamente un r¨²stico car¨¢cter rumano. Bajo el abrasador calor de la planicie de Pannonia las gentes se quedan sin futuro. Las iglesias han sido cerradas. "Hemos tenido que vender algunas iglesias a otras religiones", dice el nuevo obispo cat¨®lico de Timisoara, Sebasti¨¢n Kauter. "Es todo tan triste a?ade, "la gente ha perdido la confianza en el Gobierno". Est¨¢n cansados de las tiendas vac¨ªas, de las carencias sin fin. La mayor¨ªa desea para sus hijos un futuro mejor. Hay un refr¨¢n que dice: "Todo el mundo se marcha, ?por qu¨¦ yo debo quedarme?". De 180.000 alemanes, unos 150.000 se han marchado este a?o.
Los antepasados de los Banat Schwaben -como los rumanos alemanes se llaman a s¨ª mismos- se trasladaron a Rumania, buscando paz y prosperidad, a principios del siglo XVIII, cuando esta regi¨®n se convirti¨® en parte del imperio austroh¨²ngaro. Lleg¨® la prosperidad, aunque hubo una emigraci¨®n progresiva a Estados Unidos y Canad¨¢ al comienzo de este siglo.
Quienes se quedaron no preve¨ªan el r¨¦gimen cruel de Ceausescu. Mientras gobern¨® el dictador, los alemanes vivieron en una especie de submundo, en la marginaci¨®n. El centro de la vida cultural era la Iglesia cat¨®lica, que fue extremadamente hostigada por la Securitate, la polic¨ªa secreta de Ceausescu. La mayor¨ªa de la gente so?aba con marcharse.
Algunos lo consiguieron. Ceausescu permiti¨® a unos 11.000 alemanes emigrar a Alemania del Este cada a?o bajo un acuerdo por el cual el Gobierno de Bonn pagaba 8.000 marcos por cada persona con estudios primarios y 12.000 marcos por cada graduado universitario. Las autoridades rumanas recaudaban as¨ª impuestos de sus emigrantes y se quedaban con parte de sus bienes, haciendo de la emigraci¨®n de los alemanes y de los jud¨ªos una versi¨®n moderna de la trata de esclavos.
Despu¨¦s de la ejecuci¨®n de Ceausescu, los esclavos fueron liberados. A los ciudadanos rumanos les fue concedido el derecho de viajar al extranjero, as¨ª como a los alemanes, jud¨ªos y a cualquier persona que tuviera parientes en el extranjero y que pudiesen costearse los gastos de viaje.
El Gobierno de Bonn ha recibido a los alemanes de Rumania con los brazos abiertos, proporcion¨¢ndoles ayudas financieras. Con algunas excepciones, las ¨²nicas personas que quieren permanecer en Rumania son los viejos y los incapacitados o aquellos alemanes que han formado sus familias en el pa¨ªs con ciudadanos rumanos.
Johan Popescu, por ejemplo, vive con una reducida pensi¨®n en Rumania. S¨®lo tiene 42 a?os y le gustar¨ªa incorporarse al ¨¦xodo con su mujer y su hijo de 18 a?os. Ha obtenido el pasaporte y el visado alem¨¢n. Pero Popescu se siente incapaz de trabajar en Alemania y competir con profesionales. No est¨¢ seguro de poder sobrevivir all¨ª. Cada d¨ªa se sienta y agoniza en su peque?o apartamento de Timisoara, lleno de muebles de roble de sus antecesores.
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