Hospitalidad africana, frialdad madrile?a
Hay una mezcla dif¨ªcil de definir en los ojos de V¨ªctor: al mismo tiempo que han visto los mil infiernos de la guerra de su Liberia natal, le brillan entre penetrantes e ir¨®nicos cuando describe una de las rutinarias y desagradables visitas de la polic¨ªa en sus noches en el pasadizo subterr¨¢neo de la plaza de Espa?a, hacinado con muchos otros compa?eros suyos de color y de fatigas. "La primera palabra que aprend¨ª en espa?ol fue ?fuera!". Despu¨¦s se r¨ªe, ense?ando sus dientes blancos, y contin¨²a la retah¨ªla: "Venga, venga, vamos, documentaci¨®n... ?Fuera, fuera!".Yo no me r¨ªo. Siento un estremecimiento tan dif¨ªcil de definir como la mirada de V¨ªctor. La primera palabra que aprend¨ª en una lengua africana, el mismo d¨ªa que puse el pie en Uganda, fue karibu (en lengua suahili, bienvenido). Sin duda, su experiencia y la m¨ªa son harto distintas y se pueden situar en los polos extremos de una misma situaci¨®n: vivir en un pa¨ªs extranjero. S¨®lo Dios sabe cu¨¢ntos cientos de africanos han compartido una suerte semejante durante los ¨²ltimos meses en unos jardines que cada vez se han ido volviendo fr¨ªos, muy fr¨ªos, tanto como el coraz¨®n de unos madrile?os que nos conformamos con la teor¨ªa llana del "no somos racistas", frase que suele servir de preludio a una cadena interminable de buenas razones con las que al final la propia conciencia se queda tranquila sabiendo que, despu¨¦s de todo, el que los africanos duermen a la intemperie encima de un cart¨®n es lo m¨¢s normal del mundo. El hecho de que algunos indigentes espa?oles compartan el mismo pasadizo con ellos ha venido a reforzar este tipo de argumentos que pululan por nuestro subconsciente, a?adiendo el consolador argumento de que "tambi¨¦n hay muchos espa?oles que lo pasan muy mal".
Precisamente tengo un amigo que pertenece a esa categor¨ªa de los "espa?oles que lo pasan muy mal". Se llama Paco, y conoce muy bien por propia experiencia lo que es no tener un duro en el bolsillo. Hace m¨¢s de dos meses, cuando empez¨® a despuntar el fr¨ªo, ofreci¨® su casa para albergar a uno de los africanos que estaban durmiendo en la calle (lo dec¨ªa con pena y como pidiendo perd¨®n, que s¨®lo pod¨ªa recibir a uno). Conozco tambi¨¦n unos curas de una parroquia del extrarradio madrile?o que han. acogido a ocho africanos en el sal¨®n parroquial como quien firma un cheque en blanco y han sensibilizado a su no muy adinerada feligres¨ªa para que los acoja. como hermanos, y a unas monjas andaluzas sin habitaciones suficientes para ellas mismas que han tirado la casa por la ventana para acoger a una chavala de Nigeria con problemas de vivienda. "Mientras haya dientes blancos, uno se puede re¨ªr", dice un proverbio del norte de Uganda para referirse a la actitud que uno debe tener en la vida ante las desgracias.
Recuerdos de ?frica
?Se me tachar¨¢ de demagogo si digo que suelen ser las personas y las instituciones -civiles o religiosas- m¨¢s acomodadas las que no se distinguen precisamente por su capacidad de acoger? As¨ª suele ser, y en cualquier latitud del mundo. Recuerdo cu¨¢ntas veces en ?frica la gente me ha abierto la puerta de lat¨®n y, se?alando la ¨²nica cama presente dentro de la caba?a, te indican que ¨¦se es el lugar escogido para que pases la noche. Ellos dormir¨¢n en el suelo. Lo hacen con toda naturalidad y sin alardes, como quien no hace nada de particular. Los padres africanos as¨ª se lo ense?an a sus hijos. Para ellos, eso es ser una persona c¨ªvilizada.
El detalle lo he relatado cientos de veces cuando la gente me pregunta: "?C¨®mo son los africanos?". Tal vez un d¨ªa algunos de nuestros hu¨¦spedes de la plaza de Espa?a volver¨¢n a su pa¨ªs si las circunstancias se lo permiten y, alrededor del fuego mientras comparten el vino de palma, su gente les preguntar¨¢: "?C¨®mo son los espa?oles?". Personalmente me averg¨¹enzo de mis or¨ªgenes cuando pienso en la respuesta que pasar¨¢ por su cabeza y que, posiblemente, no se atrever¨¢n a articular.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.