Largo viaje a la agon¨ªa
El cielo protector(The sheltering sky). Director: Bernardo Bertolucci. Gui¨®n: Marck Peploe y B. Bertolucci, seg¨²n la novela hom¨®nima de Paul Bowles. Fotograf¨ªa: Vittorio Storaro. M¨²sica: Ryuichi Sakarnoto. Producci¨®n: Jererny Thomas. Estados Unidos, 1990. Int¨¦rpretes: John Malkovich, Debra Winger, Campbell Scott, Jill Bennett, Eric VuAn, Amina Annabi, Paul Bowles. Estreno en Madrid: cines D¨²plex, Excelsior, Gran V¨ªa, Luchana, Multicines Pozuelo, Renoir Cuatro Caminos (V. O.), Parquesur y Vaguada.
Exploraci¨®n de un escritor en los vericuetos de su propia memoria en busca de los rastros de una pasi¨®n que habr¨ªa de terminar en locura (no en vano la frase advocatoria bajo la que se coloca la novela, de un escritor hoy tan olvidado como interesante, Eduardo Mallea, as¨ª lo anuncia: "Lo que tiene nuestro destino de nuestro y de distinto es lo que tiene de parecido con nuestro propio recuerdo"), El cielo protector es una de las grandes obras sobre la fascinaci¨®n que un pa¨ªs remoto y diferente ejerce sobre el ¨¢nimo torturado de dos amantes que han perdido toda posibilidad de entendimiento, pero que son incapaces de vivir uno sin el otro. Atra¨ªdo por esos personajes delineados con fuerza, en las fronteras mismas de la raz¨®n, Bernardo Bertolucci se aplica a la ilustraci¨®n de la novela, y el resultado es un filme extra?o, a ratos fascinante, a ratos herm¨¦tico, pero siempre, siempre, turbadoramente hermoso.
El cielo protector discurre entre dos referencias de pel¨ªculas cuyos carteles se hacen ostensiblemente visibles al espectador, y cuya inclusi¨®n nunca es casual en los filmes del italiano: recu¨¦rdese en El conformista a Jean-Louis Trintignant top¨¢ndose con un anuncio de La vie est ¨¤ nous, el filme-proclama de Jean Renoir que ayudaba en m¨¢s de un sentido a situar la acci¨®n.
Llegada a T¨¢nger
Uno de dichos carteles recibe a los tres personajes centrales del filme a su llegada a T¨¢nger, y es de Sans lendemain de Max Oph¨¹ls, la historia de una mujer empujada a la prostituci¨®n; el otro, de Remorques, de Jean Gr¨¦millon, que cuenta la dura opci¨®n de un hombre (Jean Gabin) que ama a una mujer pero que regresa junto a su esposa enferma, para perderlas a ambas, para perderlo todo. En medio, una peripecia orquestada en tres tiempos muestra el lento declinar de la pareja -espl¨¦ndidos John Malkovich y Debra Winger-, que discurre en paralalo con el propio viaje hacia el desierto, met¨¢fora de la nada, de la imposibilidad de asir una realidad que se escapa, de la agon¨ªa.
Estos tres movimientos est¨¢n precedidos por una premonici¨®n, el plano de la mirada del rev¨¦s de Malkovich, y por la idea del desplazamiento como sin¨®nimo de la extraneidad. En el primero, los tres viajeros (la pareja y un amigo no especialmente querido por ambos, pero que ser¨¢ ocasional amante de la mujer) llegan a Marruecos y comienzan el lento, enigm¨¢tico viaje hacia el Sur.
En el segundo, la pareja, librada a su propia suerte, vive la experiencia extrema del dolor, la desesperaci¨®n y la impotencia, en un desdibujamiento de la realidad que Bertolucci resalta mediante un montaje magistral y con el empleo de una m¨²sica tan extra?a como envolvente. El movimiento final es el lento deslizamiento de Kit hacia la locura, su viviencia surreal entre los tuaregs, la negaci¨®n de cualquier otra comunicaci¨®n que no sea el lenguaje de los cuerpos.
La idea que persigue plasmar Bertolucci no es muy diferente a la que concret¨® magistralmente en El ¨²ltimo tango en Par¨ªs: todo amor es la negaci¨®n del yo, toda entrega significa enajenaci¨®n, y sus rituales conducen inexorablemente al despojamiento de la individualidad (a la sumisi¨®n, incluso a la abyecci¨®n y a la p¨¦rdida de la capacidad de la palabra), pero no podemos vivir sin ellos. Lo hace con su acostumbrada capacidad narrativa, que conviene no identificar siempre con buenos filmes: El ¨²ltimo emperador o Novecento est¨¢n ah¨ª para recordarlo.Pero tambi¨¦n con la humildad del autor que rinde tributo al hombre que invent¨® esa ficci¨®n que ¨¦l apenas modifica (y cuando lo hace es en la direcci¨®n de obtener un clima m¨¢s abstracto). De este modo, el propio Paul Bowles, nuevo Tadeusz Kantor, contempla la evoluci¨®n de sus criaturas como un personaje m¨¢s. Su voz en off pauta el primer movimiento del filme y deja las puertas abiertas al sentido que el espectador otorgue a ese final, nuevo comienzo de otro viaje que conducir¨¢ otra vez a la negaci¨®n ¨²ltima de la raz¨®n, al manicomio, de nuevo a la muerte.
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