Los trenes sin angustia
Con el cumplimiento de los horarios, la paz parece haber regresado al servicio de cercan¨ªas
Poco antes del verano, un conflicto de los usuarios con la organizaci¨®n de la l¨ªnea de ferrocarriles C-5 -que hace el trayecto desde Fuenlabrada hasta Atocha- concluy¨® con la destrucci¨®n de un convoy en la estaci¨®n de Zarzaquemada. El a?o ya hab¨ªa empezado con importantes incidentes provocados por viajeros airados en distinstas l¨ªneas. Las quejas estaban relacionadas con el incumplimiento de los horarios de los trenes en momentos cr¨ªticos del d¨ªa. Meses despu¨¦s, el conflicto est¨¢ acallado y parece que la vida ha vuelto a encontrar los ra¨ªles del sosiego.
6.00. En direcci¨®n a M¨®stoles, por la carretera de Extremadura. En el desv¨ªo de Alcorc¨®n, a 20 kil¨®metros de Madrid y en el carril de ida a la capital, hay un monumental atasco que llega m¨¢s all¨¢ de donde la carretera se pierde de vista. El taxista calcula en una hora y media, con suerte, el, tiempo que tardar¨¢n, en llegar a Madrid los autom¨®viles detenidos. Es un espect¨¢culo inesperado. La noche es cerrada y nada parece haber despertado todav¨ªa. Pero cientos de autom¨®viles y de conductores ya est¨¢n sepultados en la inmovilidad. Inquietud de que si la carretera est¨¢ as¨ª, los trenes ir¨¢n a reventar.6.10. Estaci¨®n de M¨®stoles, l¨ªnea C-6, direcci¨®n Embajadores. De las calles laterales va llegando un ej¨¦rcito descompuesto de gentes son¨¢mbulas que camina entre los edificios altos de ladrillo y por calles mal iluminadas. La estaci¨®n, por contra, est¨¢ tan iluminada como un escaparate, y parece que esa luz atrae a los que llegan. Hay un par de bares situados estrat¨¦gicamente y un tenderete de churros. Los bares est¨¢n concurridos; el tenderete, menos. En una de las barras, una fila de hombres indefinidamente maduros se echan al gaznate alguna clase de aguardiente. Lo que m¨¢s se toma es la palomita: un trozo de hielo y una raci¨®n de an¨ªs dulce. Lo toman deprisa, no m¨¢s de dos golpes de nuca. Cogen la bolsa del suelo y salen disparados a la estaci¨®n. Da la impresi¨®n de que muy pocos son capaces de llegar a la estaci¨®n sin las alas que presta esa palomita. En el tenderete de churros, la mujer que atiende dice que los aparcamientos disuasorios son una chorrada, como en la calle. No hay forma de sacarla de ah¨ª. Dejar el coche un d¨ªa entero dicen que es peligroso. No hay vigilantes, pero hay muchas manos listas.
6.29. Llega un tren a la estaci¨®n de M¨®stoles. El and¨¦n es amplio y la gente ha esperado en silencio. Lo ¨²nico que se escucha desde ese and¨¦n es el arrastrar de pies por el suelo de la sala de billetes. El tren viene casi vac¨ªo. No hay problemas. Cuando se va, un anuncio sobre el adelgazamiento eficaz se queda solo en la noche de ra¨ªles.
6.33. Segundo tren. Hay asientos vac¨ªos. No hay aglomeraciones en el and¨¦n.
Laberinto de barriadas
6.37. Tercer convoy. Como antes. Un mapa explicativo de la sala indica que la frecuencia es de cuatro minutos.6.41. Cuarto convoy. Dentro hace calor, pero sin agobio. Hay asientos libres. En el vag¨®n, s¨®lo dos personas van leyendo alg¨²n libro. Son mujeres j¨®venes con aspecto de secretarias. Una lo lleva forrado de papel fuerte, el otro es un Morris West que entona perfectamente con la atm¨®sfera ferroviaria. Los hombres leen peri¨®dicos deportivos. Del otro tipo de peri¨®dicos no se ve.
6.45. Llegada a Alcorc¨®n. Los que suben tampoco llenar¨¢n el vag¨®n. En la calle hay grupos esperando autobuses de empresa. Est¨¢n diseminados en una peque?a rotonda. La noche no cambia de oscuridad. Hay suerte con un taxi que acaba de descargar. No conoce la zona, y cuando se le dice: "Fuenlabrada", el taxista pone un gesto entre la duda y el susto. Con raz¨®n. El laberinto de carreteras, barriadas, descampados y falsas luces es como para pedirle perd¨®n. Se va a la caza del lugare?o para poder seguir el camino.
7.10. Fuenlabrada. La estaci¨®n m¨¢s moderna. La ¨²nica que no parece haber salido del chamizo de un antiguo apeadero. L¨ªnea C-5, direcci¨®n Atocha, la de las revueltas. Frecuencia de seis minutos.
7.12. Llegada de un tren.
7.18. Llega el segundo tren. El convoy parece m¨¢s moderno que los que se ve¨ªan en la otra l¨ªnea. Dentro, un panel luminoso indica la hora y la temperatura del vag¨®n. El interior es amplio, luminoso, con pretensiones de dise?o. Se empiezan a escuchar conversaciones. Un grupo de mujeres maduras r¨ªe a carcajadas. Hay sitio y todo parece c¨®modo.
Estaci¨®n de la pulmon¨ªa
7.29. Llegada a Legan¨¦s. Est¨¢ amaneciendo. Se enipiezan a ver estudiantes. El tren siguiente llegar¨¢ a las 7.35.7.40. Llegada a Zarzaquemada. Conocida como la estaci¨®n de la pulmon¨ªa. No es una imagen literaria, es un diagn¨®stico. La v¨ªa est¨¢ en un alto respecto de la zona habitada. En un alto desnudo. Unas barreras met¨¢licas, igual que cercas, protegen a los pasajeros del terrapl¨¦n. Un capote de hierro a medio construir, y que va de un lado a otro de la v¨ªa, es el ¨²nico amparo de esa cresta que mira los campos desiertos del amanecer, llenos de matas pobres, amarillentos y sin esp¨ªritu. Medio centenar de pasajeros espera un tren que llega puntual. La gente sigue acerc¨¢ndose en filas apresuradas a la falda del terrapl¨¦n. Las llamas del convoy quemado en primavera debieron verse desde muy lejos.
7.46. Villaverde Alto. Muchas v¨ªas y un bar peque?o. La clientela de M¨®stoles. El mismo jarabe, las mismas alas y la misma prisa.
8.30. Llegada a Atocha. Despu¨¦s de paradas y comprobaciones, todo han sido trayectos felices. Los horarios parecen cumplirse y la angustia de las aglomeraciones no parece formar parte de los sufrimientos cotidianos. Con los trenes puntuales, ?habr¨¢ llegado la paz?
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