Calendarios
Llega el tiempo del vino nuevo y de la renovaci¨®n de calendarios. Este vino clarete, algo cubierto, que llaman ojo de gallo, me recuerda las bodegas del verano, el p¨¢rpado ca¨ªdo de un bebedor, una escena titulada el esquileo, un toldo ello derivado de los antiguos calendarios de la Uni¨®n Espa?ola de Explosivos, que alegraban las paredes con estampas anteriores a la industrializaci¨®n. El hombre que medita contempla el espejuelo de un vaso de clarete. Septiembre es una l¨¢mina con una escena de vendimia. Octubre es un bosque esplendoroso. Noviembre la calvicie de los ¨¢rboles. Diciembre, el mes de la nieve y de la oscuridad. El calendario se convierte autom¨¢ticamente en un objeto inerte cuando cesa la vigencia de la ¨²ltima p¨¢gina y se detiene su inaudible tictac. Entonces surge la figura del coleccionista de calendarios, que atesora por definici¨®n lo inservible y lo anacr¨®nico. Como en cualquier otro tipo de actividad humana, el coleccionista de calendarios se agrupa en sociedades celosas o rivales. De ellos se podr¨ªa obtener m¨¢s exhaustiva informaci¨®n.Recuerdo calendarios con gitanas de pechos tiznados, antes de que llegaran las p¨¢lida tetas de Playboy.
Recuerdo calendarios donde siempre figuraban liebres muertas.
Recuerdo calendarios rigurosos, con emblemas comerciales o siglas en¨¢gm¨¢ticas arrojadas sobre la cartulina como en un juego de azar. Una compa?¨ªa de seguros utilizaba a la diosa Minerva iluminando el mundo de las p¨®lizas, y me viene a la memoria, a gran velocidad, un neum¨¢tico con alas que avanzaba todo el a?o hacia el espectador.
Estas representaciones heter¨®clitas constituyen el museo imaginario de cocinas, porter¨ªas y talleres de recauchutados. Su influencia gr¨¢fica ha decrecido enormemente, a medida que aumentaba la publicidad en vallas y desde que se introdujo la televisi¨®n. Por eso, el calendario es una referencia est¨¦tica de la infancia. Sus l¨¢minas nos encandilaban durante un mes o durante un a?o y el subconsciente se impregnaba de representaciones (labores del campo, cad¨¢veres le liebre, pechos tiznados), que adquir¨ªan un car¨¢cter simb¨®lico que no nos abandonar¨¢. El coleccionista de calendarios acapara el tiempo perdido en su sentido m¨¢s concreto y palpable. Sin duda, no ignora las derivaciones on¨ªricas de su especialidad.
Los calendarios de tema religioso forman un grupo aparte. Todos hemos conocido esos calendarios que segu¨ªan el gusto almibarado de las monjitas de San Sulpicio y que actuaban sobre los sentimientos religiosos profundos, como la nux vomica sobre el est¨®mago. Me parece m¨¢s coherente con la redenci¨®n abundar en la opini¨®n de Tertuliano, para quien Jesucristo cargando sobre s¨ª todas las penas del mundo, fue un hombre rematadamente feo. Todav¨ªa Huysmans detecta esta doctrina en el retablo de Gr¨¹newald y en muchas tablas de la pintura medieval. Me limito a citarlo. S¨¦ muy bien que la reivindicaci¨®n de un Cristo feo me atraer¨ªa las cartas enojadas de los cat¨®licos partidarios de un Cristo convencional. Me guardar¨¦ de emplear cualquier iron¨ªa en este asunto. Aquel que incurra en esc¨¢ndalo que se ate al cuello la piedra del calendario maya y que se arroje al mar. La iron¨ªa es un artefacto peligroso que puede estallar en manos de quien lo manipula. La Iglesia ha consagrado en sus calendarios la imagen de un Cristo de rostro agraciado, lo mismo que ha optado por no elegir Papa entre los cardenales de rasgos m¨¢s repulsivos. A esa constataci¨®n hay que atenerse. Yo lo he se?alado con prudencia y ah¨ª lo tengo que dejar.
Diciembre, por ser el ¨²ltimo, es el mes de hacer balance, pero tambi¨¦n es el mes de los pron¨®sticos. Desde muy antiguo, las 12 noches que preceden a la Navidad son portadoras de diversos significados aplicables a los 12 meses del a?o que se presenta. Nos anuncian en t¨¦rminos generales el clima previsto y otros detalles personales, secretos, que nos pueden interesar. Cada uno debe observar el cielo en esas noches y apuntar minuciosamente sus sue?os para descifrar el mensaje que contienen. Atribuir un car¨¢cter prof¨¦tico a los sue?os no es ni m¨¢s ni menos absurdo que integrarlos en un proceso terap¨¦utico. Los tiempos han cambiado y se ha buscado a los sue?os diferente aplicaci¨®n.
Por otro lado, el calendario siempre ha proporcionado materia de adivinaci¨®n. Uno puede preguntarse con leg¨ªtima curiosidad qu¨¦ portentos o desgracias se anuncian para el a?o nuevo, y ejercitar en ello el instinto y la raz¨®n. Un amigo me cuenta la historia de Jer¨®nimo Cardano Parece que el c¨¦lebre matem¨¢tico calcul¨® la fecha de su muerte con una extraordinaria precisi¨®n, combinando diferentes observaciones. Llegado el d¨ªa previsto, se palp¨® el cuerpo y se hall¨® en excelente estado de salud Pas¨® la ma?ana sin que se anunciara ning¨²n s¨ªntoma fat¨ªdico La tarde transcurri¨® sin el m¨¢s m¨ªnimo accidente, sin el menor contratiempo, sin un dolor de cabeza, salvo un punto en el costado por la creciente ansiedad Cardano no pudo soportar la idea de que se hab¨ªa equivocado y que sus c¨¢lculos defraudaban al destino. Esa noche, haciendo jugar otra variable, se suicid¨®. Es posible que Cardano por entonces ya hubiera dejado de estar cuerdo. Nos leg¨®, entre otras cosas, el invento del card¨¢n y un libro de memorias. Lo primero es una pieza mec¨¢nica. Lo segundo debe de ser una lectura apasionante que a¨²n no me he podido procurar.
Tambi¨¦n se ha utilizado la coincidencia de dos acontecimientos, con a?os de distancia, en un mismo d¨ªa del calendario como medio para interpretar su significado. Se considera que un acontecimiento ilumina al otro, por encima del tiempo, con una luz singular. El m¨¦todo inspira a los anal¨ªstas la m¨¢s absoluta desconfianza, y resulta sin duda enteramente in¨²til al objeto de obtener alguna conclusi¨®n. No deja de ofrecer, sin embargo, puntos de vista pintorescos y, alguna extravagante aproximaci¨®n. La dimisi¨®n de Margaret Thatcher se present¨® el mismo d¨ªa en que seconmemoraba el asesinato del presidente Kennedy. M¨¢s all¨¢ del simple enunciado de la coincidencia, el adivino intentar¨¢ adivinar algo, ¨¦sa es su profesi¨®n. ?Qu¨¦ adivinaremos los espanoles en la muerte de un general cargado de ignominia un 20 de noviembre, el mismo d¨ªa en, que se cumpl¨ªa el aniversario de la batalla de Austerlinzt seg¨²n el calendario de Tolstoi? Se examina el calendario como anta?o se examinaban las v¨ªsceras de los animales sacrificados. Ateni¨¦ndonos a las circunstancias personales, yo nac¨ª en el mes de enero, una noche de fuerte nevada. Aquella misma tarde, sesenta y tantos a?os antes, Federico Nietzsche se abrazaba llorando al pescuezo de un caballo maltratado en una calle de Tur¨ªn. No s¨¦ si la locura de Nietzsche intervino en mi hor¨®scopo, a la manera de un planeta enturbiado en una penos¨ªsima conjunci¨®n. Siento la m¨¢s profunda compasi¨®n por cualquier forma de locura. Ecce homo. Debe de ser el influjo de haber nacido el mismo d¨ªa en que Nietzsche perdi¨® la raz¨®n.
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