?chate un pulso, Pel¨¦
El misil tierra-aire que lanz¨® Santi Arag¨®n sobre el fondo Sur del Estadio Bernab¨¦u ha impuesto a todos los cronistas una urgente revisi¨®n hist¨®rica. Hasta anteayer, ese lance, homologado en la mitolog¨ªa brasile?a y en las hemerotecas internacionales, era el gol de PeI¨¦, una ilusi¨®n esf¨¦rica maquinada por Edson Arantes do Nascimento en las praderas de M¨¦xico.Desde entonces y hasta hoy los intentos de hacer realidad aquel sue?o no hab¨ªan merecido un lugar en la antolog¨ªa del f¨²tbol, sino en la antolooia del disparate. Pero este gol es diferente y no ha sido el resultado de un atrevimiento, sino el resultado de un plan.
Nadie ha dicho hasta ahora que Santi Arag¨®n vive prisionero de un acto reflejo: cuando recibe la pelota, vuelve la cabeza hacia la porter¨ªa contraria y, antes de entregarla al compa?ero, valora serlamente la posibilidad de enviar un pase a la red. Anteayer, ese defensor tan mediocre arrebat¨® un bal¨®n al conirario, y ese centrocampista tan lento sintetiz¨® en un solo gesto los cuatro secretos del f¨²tbol: recuperaci¨®n, regate, toque y tiro. Puso tiza envenenada en ?os tacos de las botas, expoli¨® y burl¨® a Eusebio, alz¨® la cabeza, y vio a Zubi, tal vez el mejor portero del mundo, plantado como un cipr¨¦s en la medialuna del ¨¢rea y, tal como suceder¨ªa en una explosi¨®n nuclear, el reloj se par¨®. Esta vez en el minuto setenta.
Hasta anteayer, todos los grandes aventureros intentaban el ut¨®pico y falso gol de Pel¨¦. Desde hoy, habr¨¢ que contar la historia de otro modo. De haber vivido para verla, Vinicius de Moraes la habr¨ªa narrado as¨ª: "Para ser posibles, ciertos prodigios precisan ser incubados durante veinte a?os. En 1970, O rei Pel¨¦, tal vez el mejor jugador de todas las ¨¦pocas, intent¨® sin ¨¦xito marcar el gol de Arag¨®n".
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