La crisis del paradigma waIrasiano
El discurso recientemente pronunciado por Julio Segura en el acto de recepci¨®n del Premio Rey Juan Carlos de econom¨ªa ha vuelto a poner de manifiesto el callej¨®n sin salida en que se encuentra el an¨¢lisis econ¨®mico del equilibrio general. Si resulta pat¨¦tico observar c¨®mo uno de nuestros m¨¢s distinguidos economistas contin¨²a empe?¨¢ndose en enjuiciar el mundo econ¨®mico real en base a un modelo puramente imaginario que nada tiene que ver con la realidad, mucho m¨¢s pat¨¦tico es a¨²n, si cabe, que se pretenda poner peros a dicha realidad por no coincidir la misma con el modelo, en vez de hacer un muy necesario acto de humildad intelectual y al menos plantearse la posibilidad de que pueda ser el modelo -y no la realidad econ¨®mica- el equivocado.Y es que la realidad econ¨®mica no es est¨¢tica, sino que es esencialmente din¨¢mica y se encuentra en constante cambio. Sus protagonistas no son funciones ni sistemas de ecuaciones, sino seres humanos, de carne y hueso, con una innata capacidad creativa para concebir o plantearse constantemente nuevos fines, tratando de descubrir y crear los medios a su alcance m¨¢s adecuados para lograrlos. El proceso social est¨¢ movido, por tanto, por la capacidad. empresarial (entendida en su sentido m¨¢s amplio) del ser humano, siempre alerta para descubrir nuevas oportunidades de ganancia o beneficio subjetivo, actuando en consecuencia para aprovecharlas antes que nadie. La competencia consiste, precisamente, en este proceso din¨¢mico de rivalidad y no en el denominado modelo de competencia perfecta, en el que m¨²ltiples oferentes hacen lo mismo y venden todos al mismo precio, es decir, en el que nadie compite.
Entendida, pues, la competencia en t¨¦rminos din¨¢micos, ya no es aplicable a la misma el calificativo que Segura le da de "planta de invernadero", y da toda la impresi¨®n de que el calificativo se vuele como un bumer¨¢n contra los propios te¨®ricos del equilibrio general, que m¨¢s apropiadamente habr¨ªa que denominar economistas de invernadero, en vista de lo as¨¦ptico y est¨¦ril del nirvana que se han creado en sus propias mentes.
La competencia
La competencia, entendida en su sentido din¨¢mico, es, por el contrario, robusta como un roble (volvemos a tomar prestado uno de los calificativos de Segura). En efecto, todo desajuste o descoordinaci¨®n social crea ipso facto una oportunidad de ganancia o beneficio que act¨²a como incentivo para ser descubierta y eliminada. Por tanto, el acto empresarial puro es, por su propia naturaleza, coordinador, en el sentido de que ajusta los planes descoordinados de los agentes sociales y pone en marcha un proceso por el que los seres humanos aprenden, sin darse cuenta, a disciplinar su comportamiento en funci¨®n del de los dem¨¢s.
Tan s¨®lo ¨¦ste, y no otro, puede ser el criterio relevante de eficiencia econ¨®mica. Un sistema ser¨¢ tanto m¨¢s eficiente conforme m¨¢s libremente act¨²e la funci¨®n empresarial buscando oportunidades de beneficio, es decir, descubriendo desajustes, y actuando para aprovecharlos (es decir, eliminando el desjuste y coordinando el proceso social din¨¢mico que jam¨¢s se detiene). El fantasmag¨®rico concepto paretiano de eficiencia es in¨²til e irrelevante, pues ha sido elaborado en el invernadero te¨®rico de la escuela de los economistas del bienestar, y exige para su manejo operativo un entorno est¨¢tico y de plena informaci¨®n que jam¨¢s se da en la vida real.
El concepto din¨¢mico de competencia es, por otro lado, inmune a la teor¨ªa est¨¢tica de los fallos de mercado desarrollada por los economistas del equilibrio. En efecto, ¨¦stos califican de fallo todo aquello que observan en la realidad y no encaja en su modelo de equilibrio. No se dan cuenta de que, por ejemplo, en t¨¦rminos din¨¢micos, y en ausencia de intervenciones coactivas de tipo estatal, su tan temido monopolio es normalmente el muy beneficioso resultado de un acto empresarial de creaci¨®n, que de no haberse producido habr¨ªa privado a la sociedad de bienes o servicios de gran valor.
Y algo parecido podr¨ªa. decirse en general con el resto de los denominados fallos del mercado, y en particular en relaci¨®n con los efectos externos y bienes p¨²blicos, definidos hasta ahora siempre en t¨¦rminos puramente est¨¢ticos, pero de una existencia mucho m¨¢s dudosa y ef¨ªmera desde la perspectiva de la competencia entendida como un proceso din¨¢mico. En cuanto al argumento mencionado por Segura y relativo a la "asimetr¨ªa de la informaci¨®n", desconoce que, en la vida real, ¨¦sta tiene siempre un car¨¢cter esencialmente subjetivo (los mismos datos externos son interpretados de forma distinta por los agentes econ¨®micos), disperso y muy dif¨ªcilmente articulable, por lo que es te¨®ricamente imposible de transmitir de manera articulada o formalizada. En estas condiciones, la competencia act¨²a precisamente, y en palabras de F. A. Hayek, como un proceso de constante creaci¨®n, descubrimiento y transmisi¨®n de la nueva informaci¨®n subjetiva y no articulable que es precisa para coordinar los comportamientos sociales. Ahora bien, esta informaci¨®n no se ve, es decir, no surge ni se crea, si el ser humano no puede hacer suyos los resultados de su propia creatividad empresarial. De otra forma, si no existe un derecho de propiedad que garantice la apropiaci¨®n empresarial de los beneficios para que ¨¦stos act¨²en como incentivo de b¨²squeda y eliminaci¨®n sistem¨¢tica de errores y desajustes sociales.
Por eso no tiene sentido la afirmaci¨®n de Julio Segura seg¨²n la cual "lo esencial es la competencia y no la titularidad privada o p¨²blica, o el mercado libre o intervenido". Parece como si Segura siguiera creyendo en la posibilidad de un "socialismo competitivo", propuesto, y no es casualidad, por otro te¨®rico del equilibrio -Oskar Lange- en los a?os treinta, y cuyas contradicciones e imposibilidad l¨®gica fueron ya puestas de manifiesto por Mises, Hayek y su escuela, y han sido recientemente confirmadas por autores que, como Brus, Laski y Kornai, creyeron en tiempos que el modelo del equilibrio general pod¨ªa hacer posible mejorar la competencia, pero que, a la vista de los acontecimientos acaecidos en los pa¨ªses del Este, al menos han tenido la valent¨ªa de reconsiderar sus posiciones y de reconocer p¨²blicamente su error ante la comunidad cient¨ªfica. Y es que la gran paradoja o contradicci¨®n del planificador se basa en su ignorancia inerradicable, que le impide mejorar el proceso coordinativo resultado de la competencia empresarial, dado el car¨¢cter disperso, subjetivo y siempre cambiante de la informaci¨®n que se maneja e interpreta por los agentes econ¨®micos a nivel social.
En suma, el paradigna neocl¨¢sico-walrasiano no s¨®lo es incapaz de dar cuenta de los fen¨®menos econ¨®micos m¨¢s relevantes del mundo exterior, sino que adem¨¢s ha recibido dos proyectiles te¨®ricos demoledores en su propia l¨ªnea de flotaci¨®n (la teor¨ªa din¨¢mica de los procesos sociales y el fracaso may¨²sculo de los intentos de ingenier¨ªa social en los pa¨ªses del Este), por lo que es cada vez mayor el n¨²mero de te¨®ricos que est¨¢n desertando de sus filas, y los que, como Julio Segura, a¨²n no se han decidido a abandonar el barco adoptan una estrategia cada vez m¨¢s pat¨¦ticamente defensiva de lo que no es sino un n¨²cleo te¨®rico central ya casi cad¨¢ver.
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