Irak por quinta vez
Vendr¨¢n m¨¢s a?os malos / y nos har¨¢n m¨¢s ciegos. / Vendr¨¢n m¨¢s a?os ciegos / y nos har¨¢n m¨¢s malos. / Vendr¨¢n m¨¢s a?os tristes / y nos har¨¢n m¨¢s fr¨ªos / Y, nos har¨¢n m¨¢s, secos / y nos har¨¢n m¨¢s torvos (R. S. F., 1983).Alif.El uso del autom¨®vil o la motocicleta no s¨®lo ha llegado a exceder hoy con mucho la funci¨®n de medio de transporte, sino que hasta tal punto contradice, atasca y embotella esa presunta utilidad que no puede entenderse m¨¢s que como un, fen¨®meno cultural y, por cierto, tan detestable, destructivo y corruptor como las malas pasiones del deporte de estadio y de la m¨²sica de rock, el vicio de las m¨¢quinas tragaperras o la buena aceptaci¨®n de la publicidad.. A¨²n m¨¢s, por su car¨¢cter y su volumen m¨¢ximamente imponente, prepotente, omnipresent¨¦ y ostent¨®reo, el multimillonarlo y fervoroso culto del motor de gasolina viene a erigirse en s¨ªmbolo supremo de la cultura consumista.
Ba. La sociedad de consumo y su cultura se asientan sobre la econom¨ªa de mercado. ?sta, a su vez, por su creciente y desaforado internacionalismo, que campea en medio de la perversa y contradictoria combinaci¨®n de soberan¨ªa, derecho internacional, principio de no injerencia e interdependencia econ¨®mica, am¨¦n de otros factores que omito mencionar, con sus correspondientes impulsos pasionales o pragm¨¢ticos, con su mejunje de principios morales, furor del lucro, hileros orgullos, prejuicios, ambiciones, o, en fin, fantasmas emocionales de todos los colores y de la m¨¢s variada y contradictoria condici¨®n, tiene por ¨²ltima ratio, por l¨ªmite necesario y permanente, el de la guerra. Para, ilustrarlo basta considerar la sola asimetr¨ªa de la 'Interdependencia econ¨®mica internacional. No me refiero aqu¨ª ni a la asimetr¨ªa entre pa¨ªses ricos y pobres (acreedora de los m¨¢s farisaicos aspavientos de esc¨¢ndalo, pero poco relevante en este punto), ni a la asimetr¨ªa de r¨¦gimen pol¨ªtico, sino a la simetr¨ªa entre naciones industriales y naciones proveedoras (le materias primas.
Ta. Si no es un error debido a mi ignorancia, a mi suspicacia o a mi personal¨ªslina aversi¨®n por la llamada sociedad de consumo y su cultura (?50.000 actos culturales se programan para la Exposici¨®n de 1992!) sino realmente una condici¨®n cong¨¦nita del liberalismo econ¨®mico internacionalizado -en que esa sociedad y esa cultura se sustentan-, el susodicho tener la guerra o la coacci¨®n armada por horizonte fijo y necesario, tal vez 100 veces soslayable, pero nunca del todo eliminable, siquiera en lo que ata?e a la citada asimetr¨ªa entre pa¨ªses proveedores de materias primas y pa¨ªses industriales, que es justamente el caso que concierne de modo especial¨ªsimo al gigantesco tr¨¢fico mundial de ese no ya oro, sino aut¨¦ntico veneno negro que llamamos petr¨®leo (y veneno no s¨®lo corporal -en tanto que emponzo?a aires y aguas, gargantas y pulmones-,sino tambi¨¦n an¨ªmico y social -en tanto que transforma en una aut¨¦ntica bestia al automovilista o motorista, convierte la v¨ªa p¨²blica en un campo de batalla de todos contra todos, peatones incluidos, destruye las ciudades y los campos y, finalmente, hechiza como el m¨¢s poderoso Filtro afrodis¨ªaco el alma del consumidor, polarizando toda su lujuria hacia el veh¨ªculo privado como ¨²nico y supremo objeto del deseo-); si ello es, efectivamente, as¨ª, dec¨ªa, no hay quien pueda decirse no implicado o complicado en la amenaza de conflicto que actualmente se cierne sobre quienes, volentes o nolentes, nos vemos sumergidos en esa sociedad y esa cultura.
Tha. Pues, de manera especial en el campo del petr¨®leo cualquier alteraci¨®n o sobresalto que pueda producirse en la econom¨ªa de mercado no s¨®lo afecta, por desgracia, a quienes m¨¢s a gusto est¨¢n con ella, esto es, a los capitalistas, que tan incondicionalmente la propugnan (entre los que, por lo dem¨¢s, no hay que olvidar, por cierto, a aquellos pocos que ante el fat¨ªdico telegrama del pasado 2 de agosto, lejos de irse a la cama consternados y apesadumbrados, llegaron a agotar -al decir de los peri¨®dicos-, y en una aut¨¦ntica explosi¨®n de j¨²bilo y de triunfo, todas las existencias de champa?a almacenadas hasta en las m¨¢s rec¨®nditas tiendas y bodegas de la ciudad de Houston), no s¨®lo afecta, dec¨ªa, a los capitalistas -y de entre ellos, como se ha visto, en un sentido tan insultantemente inverso a los magnates tejanos del petr¨®leo-, sino tambi¨¦n a las clases m¨¢s desfavorecidas, y aun a ¨¦stas no s¨®lo por el costado de la producci¨®n -en cuanto todo descenso en la venta de autom¨®viles, cap¨ªtulo important¨ªsimo en la industria de toda econom¨ªa consumista, amenaza miles de puestos de trabajo-, sino tambi¨¦n por el costado del consumo, en la medida en que la creciente insuficiencia de los transportes p¨²blicos -por no hablar de la positiva y sistem¨¢tica reducci¨®n de la red ferroviaria- los condena en mayor o menor grado a los veh¨ªculos privados. De manera que si la querella es realmente por causa del petr¨®leo, pocos ser¨¢n los que puedan ya decir con fundamento: "?Y qu¨¦ se me ha perdido a m¨ª en Kuwait?". (Cosa distinta es que, como yo creo y como va pareciendo cada vez m¨¢s claro, con el petr¨®leo venga envuelto algo bastante peor y m¨¢s siniestro.)
Jim. Pero, en cuanto a los machitos de la menospreciable y mentecata muchachada de la mort¨ªfera y mortal motocicleta, ser¨ªa, en principio, verdaderamente obsceno o¨ªr en sus bocas la pregunta: "?,Qu¨¦ se nos ha perdido a nosotros en Kuwait?". Si estiman bueno y, hermoso y justo el estilo de vida en el que se complacen v se sienten realizados y autoafirmados. crey¨¦ndose con derecho soberano a disfrutarlo y conservarlo, no pueden pensar que sea menos buena y justa la causa de salir a defenderlo con las armas contra el infame tirano babilonio que los quiere privar de ¨¦l o pon¨¦rselo m¨¢s caro. Del mismo modo, quienes aceptan, sin que les suene a miserable ideolog¨ªa, el consabido eslogan de tributo que hay que pagar por el progreso con que la demenciada contabilidad de la racionalidad consumista cuadra y salda sus cuentas de conciencia con los 6.000 muertos anuales (peatones incluidos) de] automovilismo, dif¨ªcilmente pueden objetar la posibilidad de inscribir en esa misma miserable contabilidad ideol¨®gica los peligros o muertes a que puedan verse expuestos los marineros enviados, igualmente en aras del progreso representado por el automovilismo, al bloqueo de Irak. Pero parece inherente a la llamada sociedad de consumo incrementar la privatizaci¨®n y, con ella, la miop¨ªa de la conciencia y la conducta de los particulares hasta el extremo de Ignorar hasta qu¨¦ punto la econom¨ªa de mercado en que tal sociedad -con los dudosos bienes de la cultura del motor- se asienta est¨¢ cong¨¦nitamente abocada a la ¨²ltima ratio de las armas.
Ha. Por eso, por mi parte, estimo desde el principio erra-
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Irak por quinta vez
Viene de la p¨¢gina anteriorda, incongruente e incompetente no s¨®lo la actitud lastrada por la beata cegater¨ªa de semejante mirada privatista y consumista, que s¨®lo sabe clamar contra la fiebre sin ver la enfermedad, sino tambi¨¦n el punto de vista exclusivamente nacional que, como la sombra al cuerpo, parece acompa?arla. Al margen de que, por lo dem¨¢s, tambi¨¦n cabr¨ªa tomar en consideraci¨®n el hecho de que no es a los marineros espa?oles a quienes, con mayor probabilidad, amenaza lo peor. As¨ª que en tal rechazo del obtuso punto de vista nacional y en la opci¨®n decidida por el internacional tampoco puede verse acatamiento alguno del llamado orden pol¨ªtico mundial, sino el criterio de que no es en las decisiones de los propios Gobiernos singulares, sino en las resoluciones de la ONU, donde el asunto ha de ser perseguido y contestado.
Ja. A tenor de lo cual, mientras la cosa se contuvo en t¨¦rminos de embargo y de bloqueo, tal vez podr¨ªa admitirse, por lo que a los espa?oles se refiere, que todo ven¨ªa incoado por la inercia de compromisos sin duda discutibles, pero contra los cuales acaso no cab¨ªa revolverse de improviso sin malas consecuencias. La decisi¨®n era, por otra parte, congruente al menos para quienes, como el Gobierno y una gran parte de la oposici¨®n, lejos de rechazar las servidumbres del sistema, se complacen en verse cada vez m¨¢s inmersos en su abismo. Pero ?podr¨ªan no haberse enviado los barcos sin grave detrimento? No cabe duda, y tanto m¨¢s teniendo en cuenta que el pa¨ªs pod¨ªa darse por cumplido con el apoyo log¨ªstico territorial prestado por las bases a¨¦reas y mar¨ªtimas; tan s¨®lo quiero decir que todo ello -incluida la alternativa de barcos s¨ª o barcos no- era materia al menos opinable mientras no se pas¨® el Rubic¨®n de la fat¨ªdica resoluci¨®n 678 de la ONU, que comportaba un cambio capital. Ahora, por supuesto, 180 grados a estribor y todo avante, rumbo a Cartagena, tal como fue anunciado; el ultim¨¢tum no estaba en el programa.
Dal. Pues, en efecto, mientras el embargo y hasta el propio bloqueo, aun comportando sin duda una tensi¨®n coactiva, reten¨ªan, con todo, la querella en una situaci¨®n relativamente est¨¢tica y, por tanto, todav¨ªa controlable, maniobrable, rec¨ªprocamente abierta a concesiones, sobre todo -y esto es lo decisivo- porque ninguna de las partes se hab¨ªa cerrado a s¨ª misma ni le hab¨ªa cerrado a la otra cualquier salida que le permitiese poner a salvo siquiera las -dicho sea de paso, tan necias como imperiosas- apariencias del orgullo y el prestigio; por el contrario, el ultim¨¢tum o amenaza a t¨¦rmino fechado de la resoluci¨®n 678 de la ONU vino a inclinar en un solo sentido irreversible la balanza, cargando con todo el peso de la soberbia humana -exponencialmente agigantada donde, como aqu¨ª, concierne al an¨®nimo monstruo de lo colectivo el platillo de la alianza antiiraqu¨ª. ?Qu¨¦ escalada o qu¨¦ encadenamiento de inconscientes, imprudentes e irresponsables compromisos sucesivos ha podido ir llevando a los miembros del Consejo de Seguridad al lanzamiento de tan ominoso artefacto de fatalidad no por artificial menos irreconducible? Si por lo que ata?e a los miembros del Consejo me inclino a sospechar un s¨²bito s¨ªndrome conjunto de desconcierto, de irreflexividad y de aturrullamiento, en cambio, el espect¨¢culo simult¨¢neamente dado por los poderes internos de EE UU lo mismo pod¨ªa deber su semejanza con el de la ONU a un estado de an¨¢loga zozobra e incertidumbre que responder, como por m¨²ltiples indicios me inclino a sospechar, m¨¢s bien al tira y afloja de tanteos y forcejeos tendentes a propiciar la aceptaci¨®n general de decisiones ya previamente adoptadas por los mandos supremos del Estado.
Dzal. O¨ªdos m¨¢s atentos o sensibles al singular fen¨®meno de ese ir recargando m¨¢s y m¨¢s el ¨¦nfasis en la incondicionalidad de las condiciones impuestas a Husein habr¨ªan tenido tal vez la premonici¨®n del desenlace, visto que ahora, retrospectivamente, bien que se reconoce en ese ¨¦nfasis el g¨¦lido susurro del numen justiciero. Mientras el justo busca positivamente la justicia y aun procura imponerla, si es preciso, por medios coercitivos, deteni¨¦ndose, sin embargo, y aun a costa de permitir la impunidad, all¨ª donde los medios pueden comportar da?os mayores que el agravio mismo que se pretende prevenir, remediar o castigar, por el contrario, el justiciero concibe la justicia bajo el solo aspecto de combate a ultranza contra la impunidad; cegado en su furor de no dejar huir impune el abigeo, no vacila en dar muerte a la caballer¨ªa robada ni repara en que muera el secuestrado, antes que consentir la impunidad para el secuestrador. Ep¨®nimo y patriarca del linaje de los justicieros fue Herodes el Grande, que, sabedor de la impostura de un falso mes¨ªas fraguada en torno a un ni?o ocultamente nacido en los aleda?os de Bel¨¦n, queriendo asegurarse de que el reo de tan grav¨ªsima impiedad en modo alguno lograse escapar impune a su justicia, mand¨®, como es sabido, degollar a todos los ni?os menores de dos a?os nacidos en Bel¨¦n y en su comarca. (Y, por cierto, que un caso de justiciero mucho menos dr¨¢stico, pero m¨¢s pr¨®ximo a nosotros, podr¨ªa ser el del actual ministro del Interior, se?or Corcuera, que, en su ferviente y acendrado celo contra la impunidad, ha tratado, precisamente en estos d¨ªas, de dar forma de ley a una amplia reducci¨®n o relajamiento del control judicial sobre los l¨ªmites de actuaci¨®n discrecional de los cuerpos polic¨ªacos.) El ejemplo moderno de fervoroso escr¨²pulo justiciero m¨¢s semejante al del b¨ªblico Herodes en Bel¨¦n lo hemos tenido recientemente en Panam¨¢, donde, habiendo sido localizado el dictador Noriega -tal vez mediante detectores de alta tecnolog¨ªa especialmente sensibles a la impunidad- en el populoso barrio del Chorrillo, al punto fue ordenado el bombardeo a f¨¢bula rasa del recinto entero, si bien, probablemente por un fallo humano en la lectura de los monitores, el dictador, para mayor semejanza con el caso del ni?o de Bel¨¦n, logr¨® escapar impune de entre una cifra de muertos estimada en una horquilla de 800 a 2.000. Mucho me temo que los tejados de Bagdad y de Basora est¨¦n ya oliendo a tejado del barrio del Chorrillo de la hoy ya felizmente destotalitarizada y destiranizada ciudad de Panam¨¢.
Ra. Y lo digo porque no puede haber se?al m¨¢s agorera que la de que se empiece a hablar en t¨¦rminos de ¨¦tica universalista, que en tocante a la guerra vale tanto como escatolog¨ªa. Infatuada escatolog¨ªa cuya ¨¦schate hem¨¦ra (cuyo d¨ªa postrimero) ha sido deliberadamente fechada, por soberano arbitrio de la ONU, a 15 de enero de 1991. Omnipotente se?or de la d¨ªes irae y juez supremo de los absolutos, el presidente Bush acaba de decir que no cabe vacilaci¨®n ni compromiso, puesto que est¨¢ bien claro que el conflicto es entre el bien y el mal. El mal es un absoluto y quien lo encarna deja de ser hombre; pero ¨¦sta es la cruz de una moneda cuya cara es que quien identifica a otro con el mal se predispone a perpetrar contra ¨¦l toda inhumanidad.
Bien sabe el presidente hasta qu¨¦ punto al anticuado orgullo nacional norteamericano (soberbia de la patria, hoy casi extinta entre los europeos) basta saber imbuirle la autoconvicci¨®n de sentirse cargado de raz¨®n para darle una vuelta de campana al temor inicial y a la impopularidad de cualquier guerra, hasta lograr que nada llegue a serle tan gratificante como la cat¨¢rsis moral del sufrimiento, del peligro, de la sangre, ni que haya nada que no est¨¦ dispuesto a sacrificar a cambio del orgasmo final de la victoria, y, a ser posible, que llegue a hacerse tan total, tan demoledora, tan cruenta y humillante para el enemigo que Inevitablemente acaba por rebasar con mucho todo posible l¨ªmite m¨ªnimamente acorde con cualquier fin pol¨ªtico inicial, o con las conveniencias diplom¨¢ticas o aun con el propio inter¨¦s Interno del Estado y hasta de la naci¨®n.
Zay. El bloqueo -m¨¢s humano, m¨¢s racional y m¨¢s pol¨ªtico- ha sido deliberadamente saboteado y desechado por intolerable para el orgullo nacional norteamericano. Aprovech¨¢ndose de que en punto de soberbia no hay d¨¦biles ni fuertes, sino que las soberbias siempre se confrontan de poder a poder, Husein ha ido siendo diab¨®licamente exasperado hasta su propio extremo de arrogancia, para justificar poder caer impunemente sobre ¨¦l y su pa¨ªs con todo el hierro y el fuego de este mundo, cargados de raz¨®n. Jam¨¢s ha habido, al menos por lo que ata?e a Norteam¨¦rica, ni tan siquiera asomos de buena voluntad de paz que no hayan sido puro disimulo, sino tan s¨®lo siempre toda la posible mala voluntad de guerra. Vengan despu¨¦s a hablarme de la construcci¨®n de un "nuevo orden pol¨ªtico mundial" sobre la base del tan admirable como inesperado renacimiento de la ONU. ?Antes renazcas t¨² de tus cenizas, oh santo, venerable y milenario Marduk de Babilonia!
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