Lola
Nos condenaron a Lola y apenas si hemos derramado alguna l¨¢grima matutina. Una guerra lejana nos ha hecho descubrir por fin que el mundo era redondo y peque?o y que las cosas que pasan en el patio de mi casa no merecen distraernos la congoja universal. o sea, que ayer nos condenaron a Lola y ah¨ª estaban la Encarna y la Gunilla para darle ¨¢nimos en el trance de quedar bien ante los amigos despu¨¦s de vanos a?os de quedar fatal con el resto de contribuyentes. Dentro de la desgracia hemos tenido suerte, y el susto de la guerra del Golfo nos ha librado del lamento autocomplaciente de la diva. Lo m¨ªnimo que se puede pedir a alguien que se autotitula "Lola de Espa?a" es que pague, aunque s¨®lo sea por los derechos de franquicia o para ayudar a que el apellido salga adelante.Porque en estas batas de cola deshabitadas se condensa la esquizofrenia del neopopulismo patrio, una actitud que antepone la pasi¨®n vital a la raz¨®n fiscal. Querer a Lola, e incluso admirarla, no ha de significar entregarse en brazos de la defraudaci¨®n, por m¨¢s emoci¨®n que brille en su mirada airada. La emoci¨®n -lo dec¨ªa Ortega- es un pensamiento conmovido. Y en esta coliflor de palabras autoexculpatorias faltan demasiados gramos de pensamiento para que nos llegue a emocionar su pena. Nunca se podr¨¢ hacer una canci¨®n de la peque?a epopeya fiscal de nuestra Lola. En todo caso, una moraleja. Un estribillo para cantar al hacer la declaraci¨®n que ella no hizo.
Lo importante es que ni Lola ni nadie vayan nunca a la c¨¢rcel por una cuesti¨®n de deudas. De la misma manera que nadie pueda usar el nombre de Espa?a en vano mientras sean otros espa?oles los que pagan por ella. El campe¨®n de b¨¦isbol americano Pete Rose, otro defraudador, deber¨¢ dar 1.000 horas de clase de educaci¨®n f¨ªsica en las escuelas de su ciudad. Que Lola pague su deuda cantando en el Golfo durante ocho horas al d¨ªa. Igual as¨ª conseguimos que Sadam se rinda.
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