La guerra entre los mundos
Para los ingenuos, entre los que obstinadamente me seguir¨¦ encontrando, esta guerra que ha estallado podr¨ªa haberse evitado. S¨®lo hubiera bastado una cosa: voluntad pol¨ªtica. Pero tambi¨¦n para quienes, por oficio, estamos acostumbrados a darnos de bruces con la realidad, por m¨¢s que nos disguste, sab¨ªamos de las dificultades que ten¨ªa impedir la apelaci¨®n a la violencia, toda vez que la violencia hab¨ªa sido desatada ya hac¨ªa m¨¢s de cinco meses.Desde las especulaciones de Vitoria y Su¨¢rez hasta nuestros d¨ªas han llovido toneladas de argumentos sobre los criterios utilizables para determinar cu¨¢ndo una guerra es justa. ?ste, sin embargo, parece un calificativo dif¨ªcil de emplear cuando los muertos se cuentan por centenares de miles. De todas maneras, si hay algo que no admite generalizaciones es precisamente un debate as¨ª. La derrota de Hitler y las fuerzas del Eje se ve ahora hist¨®ricamente justificada no s¨®lo por los asesinatos en masa que el nazismo produjo, sino tambi¨¦n por el largo periodo de paz y prosperidad europeas que pudo inaugurarse despu¨¦s. Pero cuatro d¨¦cadas m¨¢s tarde sigue siendo imposible justificar el empleo del arma at¨®mica cotra las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki.
Ahora, la invasi¨®n de un peque?o pa¨ªs -regido por una monarqu¨ªa antidemocr¨¢tica- perpetrada por uno de los m¨¢s conspicuos asesinos encontrables en la ya larga lista de matarifes que integra la saga de los jefes de Estado puede desencadenar un verdadero holocausto. A la hora de emitir un juicio sereno -si es posible tener serenidad en circunstancias como ¨¦sta-, no es posible olvidar el car¨¢cter de la agresi¨®n de Sadam Husein, su burla de los principios del derecho internacional, el continuado desprecio a los derechos de sus ciudadanos. La fuerza aliada encabezada por Estados Unidos ha iniciado, por su parte, las operaciones bajo el amparo legal de las Naciones Unidas y desde la decisi¨®n de unos gobernantes, la mayor¨ªa de los cuales han sido democr¨¢ticamente elegidos. Pero ni el car¨¢cter carnicero del invasor conduce a suponer que todo cuanto hace y dice es inatendible, ni el legitimismo enarbolado por la fuerza internacional basta para perdonar la poca paciencia de los americanos y la nula energ¨ªa de los europeos a la hora de articular respuestas acordes precisamente con esa tradici¨®n democr¨¢tica. Era necesario restaurar el derecho internacional conculcado por la invasi¨®n iraqu¨ª. Y de momento lo que vemos es un gran desorden, una siembra de dolor, desolaci¨®n y miseria. Desde este punto de vista, esta guerra, que puede ser legal, sigue siendo en cualquier caso inmoral.
Pero junto al sentimiento de indignaci¨®n que los sucesos provocan y al justificado escepticismo que hoy puede caber a muchos sobre la verdadera condici¨®n humana, merece la pena una reflexi¨®n respecto a otros aspectos del conflicto. La involucraci¨®n de Israel y el desarrollo previsible de las hostilidades hacen temer que, si estamos en los albores de una tercera guerra mundial, ¨¦sta se convierta en un conflicto entre el mundo desarrollado y lo que el islam viene significando en las relaciones internacionales en las ¨²ltimas d¨¦cadas. La cuesti¨®n no es balad¨ª para un continente como el europeo, en el que millones de musulmanes -que apoyan vagamente la causa palestina- viven y trabajan, rodeados de la discriminaci¨®n y el racismo. No cabe duda de que los desesperados esfuerzos negociadores del Gobierno franc¨¦s hasta horas antes del final del ultim¨¢tum se fundaban en gran parte en la importancia de la poblaci¨®n isl¨¢mica de su pa¨ªs. No s¨®lo son dos ej¨¦rcitos, sino dos culturas, dos visiones de la sociedad, los que se enfrentan hoy en el P¨¦rsico. Y la habilidad propagand¨ªstica de Husein le ha llevado a buscar su mejor aliado en el sentimiento religioso de las poblaciones ¨¢rabes. Al lanzar su llamamiento a la guerra santa estaba anunciando la guerra entre dos mundos.
Los deseos, hechos expl¨ªcitos esta madrugada por el presidente Bush, de basar el nuevo orden mundial en la Organizacion de las Naciones Unidas son del todo loables, pero por lo mismo sigue siendo m¨¢s que dudoso que la guerra sea ¨²til a esos fines. Nadie ha podido demostrar suficientemente que las medidas de bloqueo contra Irak no estuvieran siendo efectivas, y hab¨ªa otras v¨ªas diplom¨¢ticas no intentadas que hubieran podido ahorrar al mundo el horror que hoy se avecina. Es dif¨ªcil construir un nuevo orden en el que el imperio del derecho y la legalidad se impongan precisamente desde la violencia y la ley del m¨¢s fuerte, a partir de los efectos de una guerra devastadora. Y es del todo improbable que el nuevo dise?o de influencias, y aun de fronteras, que se avecina en Oriente Pr¨®ximo cuente con el libre consenso de los habitantes de la zona. Por lo dem¨¢s, si Israel entra definitivamente en el conflicto, asistiremos al realineamiento de algunos pa¨ªses ¨¢rabes y al surgimiento de aliados nuevos junto a Sadam Husein. Al mismo tiempo, esta guerra puede animar a los halcones sovi¨¦ticos a lanzar en el interior de su pa¨ªs una ofensiva brutal contra las reformas democr¨¢ticas que puede generar conflictos civiles de importancia,
Mucho depende en realidad de la duraci¨®n de la guerra. Si ¨¦sta es corta, si no destruye vidas e instalaciones civiles en Irak, si logra desalojar al invasor de Kuwait y si no se generaliza, los efectos devastadores podr¨¢n no ser del todo irremediables. Pero si la voluntad y la capacidad de resistencia de Husein son m¨¢s fuertes de lo que los americanos suponen, con el consiguiente aumento de v¨ªctimas entre las tropas estadounidenses, las consecuencias resultan del todo imprevisibles. Si Sadam ha preferido afrontar las consecuencias de su invasi¨®n antes que retirarse es porque piensa que tiene m¨¢s oportunidades en la guerra que en la paz. Que puede llevar a cabo un sistema de defensa que desgaste a las tropas de la coalici¨®n, prolongue las hostilidades, avive las protestas pacifistas en los pa¨ªses de Occidente, desestabilice a los Gobiernos ¨¢rabes aliados de ¨¦stos y fuerce, finalmente, a una negociaci¨®n en la que ¨¦l pueda sacar mayor tajada que con la retirada ?condicional y absoluta de Kuwait.
Por lo dem¨¢s, es infinitamente m¨¢s f¨¢cil gritar contra la guerra que trabajar contra ella. El aluvi¨®n de oportunistas pol¨ªticos y pescadores a r¨ªo revuelto que trata de aprovechar el justificado sentimiento de protesta de la poblaci¨®n no por esperado deja de ser lamentable. La simplificaci¨®n ideol¨®gica es la mejor manera de atizar las pasiones y las bander¨ªas, precisamente en un momento en que es preciso buscar v¨ªas de apaciguamiento. Ya hab¨ªamos visto a conspicuos defensores de los derechos humanos elogiar abiertamente y sin empacho al dictador iraqu¨ª, responsable de toda clase de cr¨ªmenes imaginables, simplemente por el hecho de que se enfrentaba al poder¨ªo militar americano. Los viejos clich¨¦s de la guerra fr¨ªa y la visi¨®n arcang¨¦lica del Tercer Mundo -seg¨²n la cual ser¨ªa v¨ªctima del imperialismo occidental, pero en ning¨²n caso del abuso, la corrupci¨®n y la crueldad de sus propios dirigentes- contin¨²an siendo los mejores materiales de trabajo de muchos sedicentes intelectuales de nuestro entorno que, a falta de mayor ciencia y reflexi¨®n, prefieren el brillo del espect¨¢culo a la responsabilidad del pensamiento. Resalta as¨ª la dificultad de los l¨ªderes de opini¨®n para enhebrar en nuestro pa¨ªs un di¨¢logo honesto sobre el recurso a la fuerza de las armas y el hecho mismo de la guerra. Tambi¨¦n es impresionante el olvido de que cualquier voluntad de paz sincera debe aspirar a plasmarse en principios jur¨ªdicos y en normas de derecho equivalentes a las que han sido violenta y unilateralmente conculcadas por Sadam Husein. Y se olvida, quiz¨¢ con un cinismo poco confesado, que Estados Unidos no s¨®lo est¨¢ en el Golfo en una misi¨®n que ampliar¨¢ el poder¨ªo estrat¨¦gico de Washington. Tambi¨¦n es verdad que miles de soldados americanos van a morir para garantizar un precio de la gasolina asequible al bolsillo de los ciudadanos europeos.
No es f¨¢cil reconocer estas cosas en medio de las bombas y del duelo que hoy embarga al mundo. Pero trabajar por la paz implica honestidad intelectual, rigor moral, y ning¨²n oportunismo pol¨ªtico.
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