"Has¨¢n del Sud¨¢n", en el agujero
La guerra viaja en el autob¨²s entre La L¨ªnea y M¨¢laga
IGNACIO CARRI?N Desde la estaci¨®n de La L¨ªnea sale un autob¨²s que lleva a M¨¢laga en tres horas por 915 pesetas, lo mismo que cobra un taxi gibraltare?o por seis minutos de carrera en la colonia. El autob¨²s, humeante por dentro y por fuera, ofrec¨ªa las noticias de la guerra a todo volumen, adem¨¢s de las canciones del D¨²o Din¨¢mico y las bofetadas que, intermitentemente, una madre con mo?o y ni?o propinaba al ni?o. Cada uno iba a lo suyo, pero ten¨ªan una cosa en com¨²n: todos est¨¢n contra la guerra.
En la retaguardia del autob¨²s, cualquier cosa pod¨ªa resultar emocionante. El conductor estaba en contra de los yanquis: "?Son unos canallas bombardeando as¨ª!". Tambi¨¦n estaba en contra de una turista alemana que intent¨® colar a su hija, ya tetuda, como si fuera de biber¨®n. "?Me toma por idiota? ?Me va a decir usted que todav¨ªa no ha cumplido los tres a?itos?".Un burro blanco ca¨ªa en picado como un misil con ojiva nuclear por un sendero todav¨ªa intacto por la especulaci¨®n de los constructores. Los almendros ya estaban en flor. Y la vallas publicitarias hab¨ªan sido abatidas a lo largo de la carretera.
En la estaci¨®n de M¨¢laga, una m¨¢quina electr¨®nica muy impresionante informaba sobre horarios de los autobuses de l¨ªnea. Dec¨ªa una cosa y luego era otra. "?Ja, 'a!", ri¨® la empleada desde la ventanilla, "?F¨ªese usted de nuestras m¨¢quinas! ?Se equivocan siempre!". Pens¨¦, aun sin quererlo, en los peligros de la fragata espa?ola. En cambio, al lado de aquella m¨¢quina hab¨ªa otra al parecer particularmente ¨²til en una estaci¨®n de autobuses: fabricaba en el acto tarjetas de visita sobre pedido.
Dos horas despu¨¦s apareci¨® Granada. Una pintada en la plaza de Isabel la Cat¨®lica dec¨ªa: "Objetores a la calle, militares a la escuela". Y por toda la ciudad, carteles contra la guerra del Partido de los Trabajadores.
Las gitanas de la catedral se sent¨ªan econ¨®micamente derrotadas. "El turismo no viene por culpa del jale¨ªllo que hay por el Golfo, donde nadie quiere morir porque todos queremos morir cuando Dios lo ordene, que es quien nos ha puesto en el mundo".
En los bares de la Gran V¨ªa hablaban los ni?os bien del esqu¨ª y de la nieve, no de la guerra.
Preocupados al sol que apenas calentaba ya, estaban los viejos de la plaza del Triunfo. La Virgen sant¨ªsima les miraba desde el extremo de un alto pedestal, con sus pies sobre la media luna en forma de tajada de mel¨®n. Esa mirada parec¨ªa detectar los pensamientos de los jubilados mucho mejor que los sistemas de un avi¨®n AWACS.
Miedo al 'chispazo'
Jos¨¦ Mata Navarro, de 86 a?os, viudo desde hac¨ªa seis (y sin ganas de vivir desde entonces), abuelo de 13 nietos, dijo que la guerra le va a dejar sin pensi¨®n. "Sabe usted el gasto que es eso?. Me dan 28.000 pesetas al mes. Ya me han subido 1.500. Pero cualquier d¨ªa me lo quitar¨¢n".
Jos¨¦ Mata tambi¨¦n ten¨ªa miedo de que a esas criaturas de los barcos les llegu¨¦ lo que ¨¦l llam¨® "un chispazo". Y no cre¨ªa que fuera verdad la cifra de muertos que ven¨ªan d¨¢ndose hasta ahora: "Ese Hasan del Sud¨¢n se ha metido en un agujero bajo tierra de mil metros o m¨¢s para que no le lleguen los gases ni las bombas pero nuestras criaturas corren mucho peligro".
A?adi¨® que ¨¦l sab¨ªa de guerras, y las guerras ense?an a no creer a nadie nada: l"Soy de la quinta del 28, y por aqu¨ª arriba del manicomio pasaban los aviones que echaban bombas a los rojos en el Pe?¨®n de la Mata. No dejaron ni uno".
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