Gilles Perrault
El escritor franc¨¦s, convertido en 'traidor n¨²mero uno'
A lo largo de las ¨²ltimas 15 semanas, Gilles Perrault y su Nuestro amigo el rey han ocupado los primeros puestos en todas las listas francesas de los libros m¨¢s vendidos. A causa de su llamamiento a la "deserci¨®n" y el "sabotaje" en la guerra del Golfo, Perrault puede pasar de ese parnaso comercial a la sala de un tribunal y de ah¨ª a una celda. Se ha convertido en Francia en el traidor n¨²mero uno para un inmenso abanico de gentes que van desde el Gobierno socialista a la ultraderecha. Henri Nallet, ministro de Justicia, acaba de solicitar al fiscal general de la Rep¨²blica el procesamiento de Perrault por "incitaci¨®n a la rebeli¨®n militar", un delito condenado con cinco a?os de c¨¢rcel por una ley de julio de 1881. El escritor dice esperar con "total serenidad" el juicio que se le avecina.Perrault no es un exaltado. Es un hombre afable y dialogante, pero sus convicciones profundas son tan s¨®lidas como su hermoso f¨ªsico de campesino. A sus 59 a?os, este abogado, ex militante comunista reconvertido en activista por la instauraci¨®n de los derechos humanos en todo el mundo y escritor de ¨¦xito, no est¨¢ dispuesto a cometer de nuevo el que llama "el error m¨¢s grave" de su vida. "A los 20 a?os", cuenta, "combat¨ª como paracaidista contra los independentistas argelinos". "Me enrol¨¦ voluntariamente porque cre¨ª en las tonter¨ªas que dec¨ªa en esa ¨¦poca un hombre que hablaba del rango internacional de Francia, de su honor, de la uni¨®n sagrada. Ese hombre era entonces ministro y hoy es presidente. Se llamaba y se llama Fran?ois Mitterrand".
Perrault matiza ahora las declaraciones que llevaron al jefe del Estado Mayor del Ej¨¦rcito a expresar su "desprecio" por el escritor y desear que la justicia sea "rigurosa" con ¨¦l. La "deserci¨®n que propugno yo", dice Perrault, es una "deserci¨®n moral". "?C¨®mo pueden desertar los desdichados soldados que est¨¢n ya en Arabia Saud¨ª? Lo que yo quiero es que ni un joven m¨¢s abandone Francia en direcci¨®n al frente". En cuanto al "sabotaje de la m¨¢quina de guerra francesa" que hab¨ªa solicitado, no se trata, seg¨²n ¨¦l, de "poner bombas en los cuarteles", sino de que se "dificulte pac¨ªficamente la salida de nuevas tropas y armas hacia el Golfo".
"?Qui¨¦nes pretenden juzgarme por traici¨®n?", pregunta Perrault. El mismo responde: "Los pol¨ªticos y militares que entregaron al dictador Sadam Husein los aviones de combate, los tanques, los ca?ones y los misiles que hoy puede utilizar contra nuestros soldados". En verdad, nadie puede acusar a Perrault de simpat¨ªa por Sadam ni por cualquier otro tirano ¨¢rabe. El fue uno de los pocos intelectuales que pusieron el grito en el cielo cuando los iraqu¨ªes gasearon a kurdos e iran¨ªes.
Desde esa superioridad moral Perrault lanza sus pullazos: "Durante la d¨¦cada de los ochenta, Occidente utiliz¨® al sanguinario Sadam Husein contra Jomeini. Ahora, para combatir a su propio monstruo de Frankenstein, Estados Unidos, Francia, la URSS, apoyan a los corruptos emires del Golfo, al desp¨®tico rey Fahd, al terrible Hafez el Asad y a un rey de Marruecos que acaba de acribillar a su juventud en Fez".
A Occidente, cree Perrault, le importa un r¨¢bano la democracia en el mundo ¨¢rabe. Lo ¨²nico que le interesa es la protecci¨®n de sus intereses materiales: la venta de armas y el suministro de petr¨®leo".
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