Los pacifistas
Pas¨¦ por Grosvenor Square y frente a la mole de la Embajada norteamericana vi, bajo la nieve, una banderola pidiendo la paz en el Golfo y dos viejitas montando guardia a sus pies. Ten¨ªan un peque?o brasero para calentarse, pero con una temperatura de 10 grados bajo cero no deb¨ªa de servirles de mucho. Les pregunt¨¦ y me explicaron que hacen turnos de cuatro horas, por parejas, de d¨ªa y de noche, y que hay otros puestos pacifistas cerca de Downing Street, la residencia del primer ministro y del Ministerio de Defensa, en Whitehall.Igual que estas viejecitas hay otras en el Reino Unido que m¨¢s bien apoyan la guerra de los aliados contra Sadam Husein. Han fundado una asociaci¨®n para enviar cartas y regalos a los soldados que sirven en el frente y para dar ¨¢nimos y mantener informados a sus familiares. Siempre he pensado que la salud de la democracia brit¨¢nica se debe a las viejitas. Son ellas las que acosan a parlamentarios, funcionarios y ministros con quejas o peticiones que suelen encontrar el camino de la prensa, las que mantienen articulados a la sociedad civil a los partidos pol¨ªticos, las que hacen el trabajo de hormigas en las elecciones y quienes, en verdad, las ganan o las pierden. Estoy seguro de que a ellas, no a la m¨ªtica protecci¨®n del rey Arturo, se debe que ning¨²n invasor despu¨¦s de los romanos haya puesto los pies en la isla.
Las viejitas son tambi¨¦n el nervio del movimiento pacifista brit¨¢nico, que en estas ¨²ltimas semanas ha organizado dos exitosos m¨ªtines en Trafalgar Square. Desde la campa?a contra la guerra de Vietnam no se hab¨ªa visto una concurrencia parecida en actos de esta ¨ªndole. Fui a curiosear y ah¨ª estaban, redivivas, algunas caras de los sesenta, como la del arist¨®crata radical Tony Benn, la de Vanessa Redgrave y la de un irredento amigo trotskista a quien no ve¨ªa desde hac¨ªa 20 a?os. Le pregunt¨¦ qu¨¦ opinaba de los trastornos en la URSS y los pa¨ªses del Este y me respondi¨® con un brillo tierno en los cansados ojos: "Que ha llegado la hora de Le¨®n Davidovich". Una parte de los manifestantes de Trafalgar Square eran pacifistas t¨¢cticos. Estaban all¨ª por odio a Estados Unidos y al sistema occidental, no por amor a la guerra. Pero hab¨ªa muchas viejitas que -meto mi mano al fuego por ellas- se manifestaban igual contra cualquier conflagraci¨®n en cualquier punto del planeta.
Esas mujeres tenaces son peligros¨ªsimas, igual que todo el que piense como ellas. El pacifismo parece un sentimiento altruista, inspirado en una ecum¨¦nica abjuraci¨®n de la violencia y el sue?o de un mundo sensato y dialogante, en el que todos los conflictos entre naciones se resolver¨ªan en una mesa de negociaci¨®n y en el que habr¨ªan desaparecido las armas. Es una hermosa fantas¨ªa, pero quien cree que la mejor manera de hacerla realidad es oponi¨¦ndose a todas las guerras por igual -a la guerra en abstracto- trabaja, en verdad, porque el mundo sea una jungla dominada por hienas y chacales y porque las ovejas sean exterminadas.
Porque la guerra en abstracto no existe. S¨®lo existen guerras concretas, y aunque todas son atroces y causan v¨ªctimas inocentes -unas m¨¢s que otras, desde luego-, cada una tiene un contexto, unos protagonistas y una problem¨¢tica que le da su con-Figuraci¨®n par-' ticular. Los pacifistas eluden estos asuntos, o los descartan como secundarios, y esgrimen s¨®lo aquellos argumentos que nadie, a menos de ser lun¨¢tico o s¨¢dico, puede refutar: los hogares destruidos, los ni?os quemados, las cosechas arrasadas. Y en este caso, la imagen del pobre pa¨ªs atrasado al que bombardean las prepotentes superpotencias de la tecnolog¨ªa y el dinero.
En sus Reflections on Ghandi, Orwell desafi¨® a aquellos pacifistas que "eluden las preguntas inc¨®modas" y adoptan "la est¨¦ril y deshonesta tesis de que en cada guerra ambos bandos representan lo mismo y por eso no importa qui¨¦n gane", a responder, en torno a la II Guerra Mundial, a estas preguntas: "?Y qu¨¦ de los jud¨ªos? ?Aceptan ustedes que los exterminen a todos? Y si no, ?qu¨¦ proponen para evitarlo, excluida la opci¨®n de la guerra?".
Los pacifistas de nuestros d¨ªas deben responder,si est¨¢n de acuerdo en que Irak se engulla a su peque?o vecino Kuwait y de este modo pase a ser el pa¨ªs con m¨¢s reservas de petr¨®leo en el mundo. Y si aceptan que, reforzada as¨ª su econom¨ªa, Sadam Husein desarrolle a¨²n m¨¢s su maquinaria militar, las armas qu¨ªmicas y bacteriol¨®gicas que ya ha usado contra Ir¨¢n y su propio pueblo -los kurdos- y las at¨®micas que ha prometido usar contra Israel, para conseguir su,objetivo de unificar a la "naci¨®n ¨¢rabe", aun cuando para ello cueste m¨¢s del mill¨®n de muertos que signific¨® su guerra contra Ir¨¢n.
Lo que est¨¢ en juego, pues, no es la paz contra la guerra, sino una guerra, la de los aliados, contra las guerras que el dictador de Bagdad ya ha desatado y las que se propone desatar. Los Scud lanzados a Tel Aviv y Jerusal¨¦n, que tanta popularidad parecen haberle gana,do entre las masas ¨¢rabes, son una prueba rotunda de que el personaje es coherente y hace lo que dice. Quienes quieren atar las manos de los aliados y sacarles del Golfo como sea no luchan por la paz. Luchan porque Sadam Husein gane sus guerras: contra Israel, contra los reg¨ªmenes moderados de Oriente Pr¨®ximo, contra sus vecinos y contra todos los ¨¢rabes que podr¨ªan resistirse a ser unificados bajo la f¨¦rula del nuevo Nabucodonosor.
La intervenci¨®n en el Golfo no es contra la dictadura de Sadarr¨ª Husein. Tener un r¨¦gimen democr¨¢tico o desp¨®tico, ser gobernado por alguien responsable o por un s¨¢trapa, es (deber¨ªa ser) una decisi¨®n soberana de cada pa¨ªs. Si el pueblo iraqu¨ª quiere a Sadam Husein, es su derecho. Muchos pa¨ªses de nuestros d¨ªas han elegido la barbarie, y esa decisi¨®n debe ser respetada, por supuesto. Pues eso que llamamos la civilizaci¨®n no prende nunca si es impuesta. Ella debe ser construida desde sus cimientos por cada sociedad, a base de convicciones, sacrificios, reformas, aclimatada y abonada por aquellos mismos a los que va a beneficiar. Es la ¨²nica manera de que se vuelva carne y sustancia de un pa¨ªs.
La guerra del Golfo no es para evitar que Sadam Husein siga haciendo fechor¨ªas con los suyos: asesinando disidentes, gaseando kurdos, gastando cuantiosos recursos en erigir el cuarto ej¨¦rcito del planeta. ?se es un problema que deben resolver los iraqu¨ªes, si creen que tal problema existe. La raz¨®n de la guerra es impedir que las fechor¨ªas de Sadam Husein sigan desparram¨¢ndose fuera de las fronteras de Irak y llevando el horror y la.muerte que causan dentro de ellas. Es ahorrar,las inf in itas muertes de inocentes que seguir¨¢ provocando si no se le ataja de una vez.
Quienes dicen que ¨¦sta es la guerra del petr¨®leo dicen la verdad. La anexi¨®n imperialista de Kuwait, adem¨¢s de violar el de
Pasa a la p¨¢gina siguiente
Los Pacifistas
Viene de la p¨¢gina anterior
recho internacional, pone en manos de Sadam Husein un instrumento capaz de hacer estragos en el globo. Pero no es cierto que esta arma da?ar¨ªa sobre todo a los pa¨ªses desarrollados, que tienen almacenadas importantes reservas y que demostraron, durante la crisis provocada por los productores de crudo, que pod¨ªan capear el temporal con -fuentes alternativas y estrictas pol¨ªticas de conservaci¨®n de energ¨ªa mucho mejor que los pa¨ªses pobres., La inmensa mayor¨ªa de ¨¦stos importa petr¨®leo y son ellos los que pagar¨ªan la factura m¨¢s cara si los precios del crudo se disparan.
Irak no es un pa¨ªs pobre, sino riqu¨ªsimo. Si los iraqu¨ªes no tienen el alto nivel de vida que podr¨ªan tener es porque su petr¨®leo ha servido para comprar tanques y aviones y para construir centrales nucleares en vez de escuelas, tractores, hospitales, f¨¢bricas y bibliotecas. Y porque vivir en el oscurantismo y el despotismo no suele hacer progresar a los pa¨ªses. Ojal¨¢ que uno de los resultados de la guerra del Golfo sea librar a Irak del r¨¦gimen que ha malgastado de ese modo criminal su riqueza. Pero ¨¦sta no puede ser la meta de los aliados. S¨®lo del pueblo iraqu¨ª.
Si no hay manera de evitar a veces esa cosa horrible que es la guerra -y ¨¦ste es uno de los casos-, conviene no hacer trampas y decir con qui¨¦n se est¨¢ y por qu¨¦. Quienes encabezan el esfuerzo militar de la coalici¨®n son pa¨ªses que -amparados por resoluciones de las Naciones Unidas y principios de derecho internacional que, en teor¨ªa al menos, la mayor¨ªa de naciones dice reconocer- son sociedades abiertas donde existe una opini¨®n p¨²blica que puede hacerse o¨ªr y que influye en la vida p¨²blica. Que presiona y se?ala a los Gobiernos los l¨ªmites fuera de los cuales la guerra ya no ser¨ªa tolerable. Esa opini¨®n p¨²blica fue la que derrot¨® a Estados Unidos en Vietnam. y la que puede, si el movimiento pacifista se amplifica a los niveles de entonces, convertir en victoria la derrota de Sadam Husein, quien no tiene opini¨®n p¨²blica que afrontar (ya que en una dictadura totalitaria la opini¨®n p¨²blica es una sucursal del Ministerio de Informaci¨®n).
La actitud del Reino Unido ha sido la m¨¢s clara y resuelta entre todos los pa¨ªses de Europa. Pero yerran quienes creen que ello se debe a John Major y al ejemplo vivo de Margaret Thatcher. Se debe a esas diligentes viejitas que en un 80%, seg¨²n las encuestas, apoyan la presencia 'de los aliados en el Golfo. Como ellas, yo tampoco creo que la paz de hoy deba comprarse con los apocalipsis y genocidios de ma?ana.
Copyright Mario Vargas Llosa, 1991.
Copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas, reservados a Diario El Pa¨ªs, SA, 1991.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.