?Creen que habr¨¢ guerra? "Preg¨²ntele a Sadam"

ENVIADO ESPECIALA media ma?ana, el viento del desierto sopla con tal fuerza en la avanzadilla siria de la frontera saud¨ª con Kuwait que uno de los centinelas me ofrece su guerrera verde oliva. "?Quiere usted tomar caf¨¦ con nosotros?". A pocos metros, en la soledad de su poza de tirador, otro soldado hace guardia con la bayoneta calada y una expresi¨®n de total ausencia. El emirato y sus defensores siguen all¨ª, a tres kil¨®metros de distancia, en ese horizonte que borran los nublados y manchan las piezas de artiller¨ªa.
Los ojos del vig¨ªa sirio, su cabeza protegida con un casco de alerones que, apenas si sobresalen a ras de un suelo acostumbrado a temblar por las explosiones. Ayer en este frente s¨®lo se temblaba de fr¨ªo.
Una patrulla norteamericana rompe la uniformidad de una carretera perfectamente asfaltada, por la que circulan fundamental mente camiones, veh¨ªculos todo terreno o blindados saud¨ªes, egipcios, kuwalt¨ªes y sirios. Sus ocupantes saludan desde la cubierta de los veh¨ªculos y observan con curiosidad la imprudente entrada de un turismo Honda Civic en un arenal pr¨®ximo al campamento sirio. A lo largo de los 70 kil¨®metros recorridos por la l¨ªnea fronteriza que parte de Ruqi y agrupa a la vanguardia ¨¢rabe todo parece dispuesto para la orden de abrir fuego. Desde hace d¨ªas esperan instrucciones 19.000 sirios, con varias de sus unidades especiales que combatieron en la guerra contra Israel y el L¨ªbano. El grueso de esas fuerzas, 15.000 hombres y 270 carros de combate, forma parte de la 9? Divisi¨®n Acorazada enviada por Damasco. Con las egipcias, son las tropas de mayor experiencia y preparaci¨®n.
El centinela del campo sirio que me invita a caf¨¦ apenas si habla ingl¨¦s, pero se esfuerza por hacerse entender. Sonr¨ªe abiertamente, con generosidad. Asiste al encuentro otro fusilero, con un turbante que le cubre toda la cara y deja libre dos ojos negros y chispeantes.
El primero de los soldados apaga la radio, que cuelga de su guerrera, y llama a otro compa?ero m¨¢s pol¨ªglota. No responde al estereotipo de soldado sirio acu?ado en el golfo P¨¦rsico: serio, reservado, irritable, poco sociable.
Blindados y ametralladoras
"?Quiere usted tomar caf¨¦?". La cafeter¨ªa est¨¢ enclavada en el centro de una avanzadilla militar que componen cinco blindados tras mont¨ªculos de arena y tierra, varios nidos de ametralladoras y una peque?a tropa. Es una tienda amplia, de color naranja, cuyas lonas tremolan con la intensidad del viento.Los mandos de la unidad, todos entre 30 y 40 a?os, jugaban a las cartas cuando fueron interrumpidos por la entrada inesperada de un corresponsal ¨¢vido de declaraciones explosivas y, ?por qu¨¦ no?, en busca de la fecha del nuevo ataque por tierra, tras el paradero del lobo feroz, de esa fiera cuyo zarpazo anuncian desde hace semanas pastores de diferentes reba?os.
La timba se aplaza y los militares levantan la guardia. Son distantes, pero educados. Ofrecen un cigarrillo, pero no hablan. No responden. A veces una sonrisa sigue a otra pregunta. En ocasiones, ni eso. La cafetera no se ve por ninguna parte. Las preguntas intentan romper unos silencios largos, embarazosos. Por fin uno de los oficiales se aleja hacia un camastro y lo aclara todo. "No podemos hablar, nos debemos a las ordenanzas militares".
?Creen ustedes que habr¨¢ guerra? "Preg¨²ntele a Sadam Husein". El di¨¢logo es imposible y el caf¨¦ parece que tambi¨¦n. ?Es dura la vida aqu¨ª, verdad? pregunto a un soldado joven y en chancletas. "?A usted qu¨¦ le parece?, responde,
En las trincheras de la frontera noroccidental de Arabi Saud¨ª se duerme poco. Los soldados saud¨ªes, algunos cubiertos con mantas en pleno d¨ªa, esperan junto a los camiones de suministro o al pie de sus blindados; los egipcios se sientan detr¨¢s de bater¨ªas que apuntan hacia Kuwait. Los nacionales del emirato conf¨ªan en un pronto regreso a casa.
Fortines iraqu¨ªes
Los batallones ¨¢rabes, sus emplazamientos de carros, las tiendas de campa?a y los tubos de los ca?ones otean los flancos de una ruta que discurre paralela a los fortines iraqu¨ªes. Una patrulla norteamericana, que desde el desierto traza una l¨ªnea perpendicular y polvorienta con la carretera, no parece sorprenderse cuando se le pregunta por la base principal de las tropas k¨²wait¨ªes. "Siga 20 kil¨®metros hacia adelante y despu¨¦s tres o cuatro en el desierto. Llevan un uniforme de color caqui parecido al nuestro". Quiz¨¢s tengan los kuwait¨ªes las mismas ojeras que los marines, el pelo revuelto y el gesto cansado de estos dos soldados estadounidenses que pendientes de la decisi¨®n de su presidente vuelven a perderse entre las dunas.
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