Las doce y cinco en el Golfo
Las doce y cinco -la hora en qu¨¦ comience la construcci¨®n de la paz- debe de marcar, en opini¨®n del autor de este texto, el momento de nuestra m¨¢xima preocupaci¨®n. En esta primera parte, el articulista analiza la postura de la URSS y las consecuencias que tendr¨ªa la paz negociada que propone Mosc¨².
Curiosamente, el 14 de febrero conversaba con algunos amigos, y entre ellos el profesor y banquero don Jos¨¦ Angel S¨¢nchez Asia¨ªn, sobre mis impresiones y conclusiones de dos escenarios que podr¨ªan dibujarse como posible finalizaci¨®n del conflicto en el Golfo.Dec¨ªa yo que esta guerra tiene, como todo acontecimiento humano, su horario preciso, y que si alguien me preguntase en qu¨¦ hora de ¨¦l nos encontramos, no dudar¨ªa en contestarle: las doce menos cinco. Creo, en efecto, que est¨¢ pr¨®ximo el final del acontecimiento armado. Posiblemente a¨²n se produzcan los m¨¢s duros y cruentos combates, los terrestres, pero es tal la desproporci¨®n de las fuerzas de ambos contendientes que la decisi¨®n final no puede estar muy lejos. Pero tambi¨¦n es posible que alguna iniciativa diplom¨¢tica los haga innecesarios.
Los dos escenarios: la derrota militar inapelable o el ¨¦xito de una negociaci¨®n, son posibles. Pero si es uno u otro el desenlace del conflicto, el escenario de la paz ser¨¢ diferente. Y pienso que, por apremiante que sea nuestro deseo -el de todos, no ¨²nicamente el de los que pretenden monopolizar la defensa de la paz- de ver terminada la guerra, con su sangriento cortejo de muertes y de destrucci¨®n y por grande que sea nuestro alivio cuando ello ocurra, nuestra m¨¢xima preocupaci¨®n tiene que ser ya la de la llegada de la hora -las doce y cinco- en que comience la construcci¨®n de la paz. Porque lo aut¨¦nticamente responsable no es la manifestaci¨®n estent¨®rea de nuestro deseo de paz, que todos compartimos, sino el ponernos, cuando llega la hora, a construirla- Las manifestaciones de los pacifistas son, en el mejor de los casos, declaraciones de fe ingenuas y poco fecundas. Ya dijo Ortega y Gasset en el a?o 1937 -que no confundi¨¦ramos el ser pac¨ªfico con ser pacifista.
Construir una paz, no la paz en abstracto, no es tarea f¨¢cil. Y menos en el Pr¨®ximo Oriente, que, desde siempre, ha sido uno de los puntos de la Tierra m¨¢s cargado de tensiones. Pero estimo que conviene, antes de intentar precisar sus par¨¢metros para que sea s¨®lida y duradera, se?alar que, en el caso de la agresi¨®n iraqu¨ª se ha producido un hecho excepcional: por primera vez en 45 a?os ha funcionado el mecanismo de seguridad colectiva establecido en la Carta de las Naciones Unidas. Hecho que, por lo ins¨®lito, ha producido asombro y satisfacci¨®n.
Por primera vez, ante el desaf¨ªo que constitu¨ªa la utilizaci¨®n ileg¨ªtima de la fuerza por un Estado, el Consejo de Seguridad, de acuerdo con el principio de que el monopolio del peso leg¨ªtimo de la guerra le corresponde ¨²nicamente a la Organizaci¨®n, puso inmediatamente en movimiento el dispositivo que habr¨¢ de conducir el restablecimiento del orden internacional perturbado por el agresor.
Se me recordar¨¢ que ¨¦sta no ha sido la primera vez, ya que, como respuesta a la agresi¨®n de Corea del Norte, la ONU envi¨® en 1950 un ej¨¦rcito para que, bajo sus banderas, restableciese el orden. Cierto, pero si el Consejo de Seguridad fue capaz de actuar en aquella ocasi¨®n, se debi¨® a que la Uni¨®n Sovi¨¦tica, ausente del Consejo como protesta por que la China nacionalista siguiese ocupando el sill¨®n de miembro permanente, no pudo vetar la acci¨®n del Consejo.
Nada de eso ahora. Desde el pasado mes de agosto, la Uni¨®n Sovi¨¦tica se uni¨® al resto de los miembros permanentes en todas las condenas a Irak, y ha votado tanto las resoluciones que establec¨ªan el embargo como la que ha autorizado el uso de la fuerza. De ah¨ª la satisfacci¨®n a que antes me refer¨ª, porque en esa unanimidad se ha querido ver la posibilidad de que las Naciones Unidas recobrasen el esp¨ªritu de sus redactores y, con ello, el despuntar de un orden internacional en el que la Organizaci¨®n ser¨ªa el garante de la paz. Se abrir¨ªa as¨ª una era en la que ¨¦sta ser¨ªa la consecuencia del reino del derecho, no del equilibrio del terror. Algunos optimistas que creyeron, demasiado premturamente, en el advenimiento de esa paz perpetua, sienten contra Sadam Husein, m¨¢s que indignaci¨®n por su agresi¨®n, resentimiento por haberles roto esa esperanza.
La Uni¨®n Sovi¨¦tica
El desvanecimiento de ese optimismo y de esa esperanza no se debe s¨®lo a Sadam Husein. Es l¨®gico que el dramatismo de los sucesos del Golfo haya desviado la atenci¨®n mundial de lo que ocurre en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Uno de los factores m¨¢s importantes de la futura paz sigue, residiendo en Mosc¨²; igual que es en el Golfo donde hay que buscar una de las claves explicativas de los ¨²ltimos, y preocupantes, acontecimientos en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. No debemos olvidar que el punto de inflexi¨®n de la perestroika ha sido el relevo de Shevardnadze al frente de la pol¨ªtica exterior, exigido, sin duda alguna, por los llamados conservadores, apoyados por el Ej¨¦rcito. No es aventurado suponer que los militares sovi¨¦ticos est¨¢n dispuestos a aceptar, convencidos del callej¨®n sin salida en que se encuentra la econom¨ªa de la Uni¨®n, reformas que conduzcan al abandono de un sistema econ¨®mico centralizado, pero no transigir¨¢n, veros¨ªmilmente, en el abandono de los intereses permanentes, no comunistas, sino sovi¨¦ticos. Entre ellos se encuentra la presencia de la Uni¨®n Sovi¨¦tica en el Pr¨®ximo Oriente.Esta presencia obedece a dos razones fundamentales; una de pol¨ªtica exterior: el rechazo a que en dicha ¨¢rea m¨¢xima reserva de petr¨®leo del mundo y bisagra de tres continentes y dos mares, cuyo cierre significar¨ªa el colapso del tr¨¢fico mar¨ªtimo internacional- se sit¨²e, como potencia hegem¨®nica, Estados Unidos, y otra, de pol¨ªtica interna: la existencia en la Uni¨®n Sovi¨¦tica de var¨ªas naciones y nacionalidades de mayor¨ªa musulmana (precisamente las de mayor crecimiento demogr¨¢fico). Mosc¨² no puede ver con tranquilidad el que se corra a su territorio, ya amenazado con fort¨ªsimas tensinones centr¨ªfugas, la mancha de aceite del integrismo isl¨¢mico. En ¨¦sta -y no otra- debe buscarse la explicaci¨®n de por qu¨¦ apoy¨® a Sadam Husein -en aquel tiempo, nacionalista, laico y -pr¨®ximo al socialismo, pero no integrista- en su lucha contra Jomeini.
Y esas razones subsisten. La Uni¨®n Sovi¨¦tica se encuentra entre la espada de la conveniencia de tranquilizar a Occidente, del que necesita financiaci¨®n y, sobre todo, tiempo para llevar a cabo sus reformas interiores, y la pared de la necesidad de presevar sus intereses esenciales. De ah¨ª que su posici¨®n en el conflicto del Golfo est¨¦ hecha de zigzagueos, ambig¨¹edades y sutilezas.
Paz negociada
Las preferencias de Gorbachov ir¨ªan, sin duda, en direcci¨®n de una paz negociada. Quebrantando un tanto el poder militar iraqu¨ª, lo cual puede garantizar unos a?os de relativa calma en la zona, los sovi¨¦ticos tienen inter¨¦s en que Sadam permanezca en el poder, como equilibrio a un poder fortalecido, el de Israel, que tendr¨ªa como consecuencia el predominio norteamericano en Oriente Pr¨®ximo y el progreso explosivo del fundamentalismo. Conf¨ªa, sin duda, en que la ortodoxia religiosa del Sadam actual sea s¨®lo una m¨¢scara t¨¢ctica pasajera.Ahora bien, aceptar una paz en la que, a cambio del abandon¨® de Kuwait ¨²nica condici¨®n, no lo olvidemos, que exigen las resoluciones de las Naciones Unidas-, Sadam consiga su permanencia al frente del Gobierno, la casi integridad de su ej¨¦rcito de tierra y una promesa -que no condici¨®n (nos movemos en el terreno diplom¨¢tico, lleno siempre de distingos sutiles)- de convocar urgentemente una conferencia internacional que resuelva el problema palestino, ser¨ªa un escenario de paz que tendr¨ªa las siguientes consecuencias:
Primera. Todos los pueblos ¨¢rabes, e incluso musulmanes, -con la excepci¨®n del suyo propio, ¨²nico en tener que pagar el alt¨ªsimo precio de la guerra- considerar¨ªan a Sadam como el triunfador. ?l solo, con su altivez, ha sido capaz de enfrentarse a todo Occidente. A¨²n m¨¢s: habr¨ªa sido el primer ¨¢rabe el golpear a Israel sin que ¨¦ste se atreviese, en su propia interpretaci¨®n, a devolver los golpes.
Segunda. La frustraci¨®n de los pueblos ¨¢rabes, causada por el que consideran intolerable apoyo de Occidente a Israel a costa del pueblo palestino, y que tiene su campo de cultivo en el crecimiento galopante de su poblaci¨®n, con el subsiguiente cortejo en alguno de ellos de desempleo y miseria, ver¨ªa en el pueblo iraqu¨ª, implacablemente castigado por el imperialismo americano, al s¨ªmbolo de su humillaci¨®n y convertir¨ªa a Sadam en su encarnaci¨®n, una especie de v¨ªctima propiciatoria inmolada para la salvaci¨®n de su pueblo.
Tercera. Aunque el quebranto ya infligido a Irak por los bombardeos masivos impide que, en muchos a?os, Sadam pueda constituir una nueva amenaza militar, s¨ª podr¨ªa convertirse en h¨¦roe y m¨¢rtir, una amenaza pol¨ªtica. Consciente ahora de que los fracasos econ¨®micos han desautorizado a los reg¨ªmenes ¨¢rabes nacionalistas y laicos, se pondr¨ªa al frente del fundamentalismo. El arma que intentar¨ªa forjar para su revancha no ser¨ªa ya el cuarto ej¨¦rcito del mundo, sino el empleo de la subversi¨®n contra los Gobiernos ¨¢rabes moderados -Arabia Saud¨ª, Emiratos, Egipto, T¨²nez, Marruecos...-
Cuarta. La continuidad de Sadam en el poder radicalizar¨ªa a Israel, haciendo imposible una paz negociada.
?ste, creo, ser¨ªa el escenario de- la paz si Sadam aceptase la mediaci¨®n sovi¨¦tica o cualquier otra que signifique su retirada de Kuwait a cambio, simplemente, de su permanencia al frente de los destinos iraqu¨ªes y de la no destrucci¨®n de la Guardia Republicana. Esta eventualidad pondr¨ªa al presidente Bush en una situaci¨®n dificil¨ªsima, porque, sin duda, es consciente de las consecuencias de ese escenario de paz, pero no podr¨ªa proseguir una guerra m¨¢s all¨¢ del mandato recibido de las Naciones Unidas, ni contra la presi¨®n de la opini¨®n p¨²blica internacional, que recibir¨ªa con alivio la noticia del cese de las hostilidades. Su ¨²nica esperanza consistir¨ªa en confiar en que, si bien una parte importante de pueblos ¨¢rabes han hecho de Sadam su ¨ªdolo, el iraqu¨ª, que ha sufrido las consecuencias sangrientas de la guerra, le pidiese responsabilidades por ello.
es embajador de Espa?a.
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