Anthony Hopkins y Vanessa Redgrave realizan dos formidables actuaciones
Optan claramente, con trabajos fuera de norma, a los premios de interpretaci¨®n
ENVIADO ESPECIALEs casi la ley del circo metida dentro de los c¨®digos del cine: el no va m¨¢s, el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa convertido en emocionante ejercicio de genio cinematogr¨¢fico. Nos referimos a las interpretaciones de dos colosales histriones, procedentes ambos de la m¨¢s aristocr¨¢tica solera de la escena brit¨¢nica: Anthony Hopkins, protagonista del magn¨ªfico thriller del estadounidense Jonathan Demme El silencio de los corderos, y Vanessa Redgrave, que en La balada del caf¨¦ triste, y dirigida por su compatriota Simon Callow, nos hace creer lo incre¨ªble. Son dos composiciones desmedidas, fuera de norma, que les hacen optar claramente a les premios de interpretaci¨®n.
S¨®lo dos genios del arte interpretativo pueden sostener unas actuaciones as¨ª sin caer en el rid¨ªculo. En El silencio de los corderos, Anthony Hopkins encarna a un psic¨®pata de crueldad e inteligencia inquietantes y estremecedoras, una representaci¨®n casi en estado puro de lo demon¨ªaco, de lo que podemos intuir bajo el enunciado m¨¢s radical de El Mal. Pues bien, lo que llegamos a vislumbrar detr¨¢s del enrarecido aire que rodea a ese concepto se queda corto respecto de lo que Hopkins convierte en materia, en imagen. No es posible combinar mejor, de manera m¨¢s endiabladamente rica, la frialdad y la turbulencia, la viscelaridad y la inteligencia, como logra hacerlo este hombre de la escena londinense, que elige con cuentagotas sus apariciones en la pantalla y que, cuando por fin se decide a cambiar el escenario por el plat¨®, devuelve a su arte -tal vez el que m¨¢s se acerca a lo sagrado entre cuantos salen de la imaginaci¨®n humana- el alto lugar que le corresponde dentro de las jerarqu¨ªas de la creaci¨®n cinematogr¨¢fica, el primer lugar en ocasiones.El silencio de los corderos est¨¢ dirigida por Jonathan Demme y hay que detenerse con la coronilla descubierta ante este nombre, pues corresponde a un cineasta norteamericano de gran originalidad y enorme oficio, una especie de lobo solitario e ir¨®nico, al que le gusta hurgar en los residuos de los viejos g¨¦neros de Hollywood, especialmente en el thriller o g¨¦nero negro, y con sus viejas formas y f¨®rmulas componer cine nuevo y sin equivalencias, de especie ¨²nica. Su trabajo de direcci¨®n en esta pel¨ªcula, tensa, trepidante y una de las m¨¢s truculentas que se han visto nunca, es perfecto, sin un solo fallo, es decir sin permitirle al espectador ni un solo respiro. Juega mucho Demme, es un jugador nato: trucos y truculencias al por mayor en el punto de mira de una c¨¢mara convertida en ametralladora de sustos, de enigmas, de emociones, es decir en diversi¨®n de la mejor especie, porque se trata de una diversi¨®n no envilecida por el enga?o, sino encaramada en el humor y, por lo tanto, en una, la m¨¢s elegante de todas, fuente de verdad cinematogr¨¢fica.
La balada del caf¨¦ triste est¨¢ dirigida por un primerizo, el brit¨¢nico Simon Callow, que ha elegido uno de los hermosos cuentos de la escritora Carson McCullers sobre el universo sure?o de Estados Unidos, de donde ella proced¨ªa. Es un relato tan melanc¨®lico como su t¨ªtulo y tan triste como la palabra que lo cierra. Pero bajo esta tristeza, no se sabe bien c¨®mo, poco a poco va aflorando una alegr¨ªa suave, que crece y crece hasta hacerse estallido. Oficiante de esa transici¨®n desde lo callado a lo explosivo es Vanessa Redgrave, de nuevo dispuesta a salirse de madre, como una riada, sin perder nunca la compostura: a actuar sin red en la cuerda floja y sin que se vea una sola vacilaci¨®n en sus pasos, exponi¨¦ndose al trastazo sin provocar jam¨¢s una risita burlona del espectador. Y esto hace de ella, por s¨ª sola, un espect¨¢culo.
La pel¨ªcula adolece de un defecto grave: el relato de McCullers es demasiado corto para el metraje convencional .del filme; y guionista (Michael Hirst) y director se ven forzados a imprimirle un tempo demasiado lento para poder llenar la duraci¨®n convenida por el comercio de pel¨ªculas. El relato, ajustado a una duraci¨®n menor (una hora aproximadamente) se hubiera encerrado en -una medida m¨¢s apropiada a la proporci¨®n de la an¨¦cdota y la pel¨ªcula hubiera as¨ª ganado en densidad. Pero no es el caso. De ah¨ª que resulte morosa, hinchada, estirada como una goma el¨¢stica, en busca de su fren¨¦tica secuencia final. Esta secuencia es una pelea a pu?etazo limpio entre Vanessa Redgrave y Ketih Carradine que es a su vez una de las m¨¢s bellas y sangrientas escenas de amor del cine reciente: una secuencia inolvidable, que quedar¨¢ en la memoria sentimental, archivada como una oculta joya er¨®tica.
Gueto
Y mientras tanto la Berlinale, que este a?o fue encerrada en el gueto del Kongresshalle, se ha especializado en ofrecernos -tal como dijimos en cr¨®nicas anteriores, no por azar- pel¨ªculas sobre guetos.Ahora es el joven cineasta franc¨¦s Olivier Schatzky quien nos busca otra nueva encerrona de esa especie: el gueto de un oscuro y l¨²gubre centro de rehabilitaci¨®n de muchachos parapl¨¦jicos, en Fortuna Express. Una inquietante insistencia del cine, limbo de hoy, en los infiernos de la tierra.
Hombres y fantasmas de hombres buscan en los laberintos sin salida de los cercos una oscura rehabilitaci¨®n, una salida a la luz en tiempos de sombra. Y otra vez otro gueto: el de la caldera donde hierven los dementes en El silencio de los corderos, de Jonathan Demme y Anthony Hopkins: el manicomio, el gueto psiqui¨¢trico, tal vez el m¨¢s amenazador y, no obstante, visto a trav¨¦s de las lentes de este divertid¨ªsimo y emocionante filme, el ¨²nico transitable. Su final feliz, que no cuento, es una de las m¨¢s graciosas y reconfortables burlas del mundo contempor¨¢neo, en cuanto gueto en s¨ª mismo.
Babelia
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