Ratones del Mont Blanc
Al leer con notoria frecuencia los art¨ªculos en los que ciertos escritores rompen lanzas en su peri¨®dico contra todo lo divino, o por lo menos cristiano y/o eclesial, uno no puede menos de recordar la an¨¦cdota de los ratones del Mont Blanc.Hab¨ªa pronunciado el gran Lacordaire una de sus elocuentes conferencias en Notre Dame de Par¨ªs. Despu¨¦s de una brillante exposici¨®n de la fe en Dios, al final toc¨® el tema de los que la atacan. Ya se retiraba, cuando de repente se vuelve y exclama ante el sorprendido auditorio: "?Ya pueden los ratones mordisquear al Mont Blanc; no lo derribar¨¢n!". La ovaci¨®n fue estruendosa.
Esa impresi¨®n le hacen a cualquier persona discretamente culta los ataques a que me refer¨ªa, sean larvados, sean manifiestos. Lo qu¨¦ se pretende es tirar piedras contra el santuario, vengan o no a cuento. Por ejemplo, en un art¨ªculo sobre Dios y la termodin¨¢mica se tra¨ªa a colaci¨®n -y a medias- ?una de las m¨²ltiples actividades de las abejas! Lo ¨²nico que aparece evidente en esa repetida actitud beligerante es que el hombre, cuando piensa en profundidad acerca de su entorno, y sobre todo de s¨ª mismo, no puede soslayar la pregunta sobre lo trascendente, y en ¨²ltimo t¨¦rmino, sobre Dios.
Los ratones seguir¨¢n royendo, pero el Mont Blanc no lo derribar¨¢n.- Juan Bautista Larralde.
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