Despu¨¦s de la guerra
La Coru?a.
?rase una vez una organizaci¨®n de car¨¢cter supranacional en donde se reun¨ªan espor¨¢dicamente los representantes de las naciones para dirimir sobre los enfrentamientos entre ellas y procurar la paz entre todas, la paz mundial. La organizaci¨®n se llamaba ONU y el ¨®rgano encargado de la gesti¨®n de la paz era su Consejo de Seguridad. Sus acuerdos tomaban la forma de resoluciones. Pero ¨¦stas, parad¨®jicamente, no eran vinculantes para todas las naciones, sino que se cumpl¨ªan o no seg¨²n conviniese a algunas de esas naciones que -?y he aqu¨ª lo bonito del cuento!- ten¨ªan derecho a veto sobre las mayor¨ªas obtenidas con el voto de todas las dem¨¢s.Aunque, desde luego, hab¨ªa una inmensa mayor¨ªa que deseaba que la organizaci¨®n fuese democr¨¢tida, con una representac¨ª¨®n de las naciones (lineal o proporcional, o como fuese, pero sin derecho a veto), no hab¨ªa forma de conseguirlo.
La dificultad estaba en explicar a los ni?os (y a los mayores) que esa organizaci¨®n que pretend¨ªa ser el paradigma del buen uso de la democracia (el gobierno de la mayor¨ªa) manten¨ªa en su r¨¦gimen de funcionamiento la instituci¨®n m¨¢s antimocr¨¢tica que pueda existir: el derecho de veto.
Y claro, as¨ª las cosas, el problema estaba en c¨®mo persuadir a las naciones de las mayor¨ªas votantes sin derecho a veto de que deber¨ªan aceptar todas las resoluciones de esa tal ONU.
Ante esto, muchos se preguntaban (mientras otros, metiendo la cabeza bajo el ala, parec¨ªan ignorarlo) que si la ONU no era democr¨¢tica, ?d¨®nde estaba su autoridad moral, y a qu¨¦ ven¨ªa tanta movida de mentar su nombre para apoyar tal o cual proceder de algunas de aquellas naciones del derecho de veto?-
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