La arbitrariedad
Los toros son un espect¨¢culo dif¨ªcil. Dif¨ªcil para el espectador. Porque mal se puede juzgar de las suertes y de su ejecuci¨®n sin conocer bien la materia prima del asunto, que es el toro. El espectador ve al toro de lejos; no suele tener m¨¢s experiencia de los toros que la que le proporciona su condici¨®n de asistente al espect¨¢culo. El toro, a su vez, es un animal complejo, de reacciones y actitudes cambiantes de sujeto a sujeto. El toro es un animal no domesticado y con una fuerte individualidad. El fallo m¨¢s generalizado de los p¨²blicos, y de los cr¨ªticos, est¨¢ precisamente ah¨ª.Pero el p¨²blico es, a su vez, esencial en una corrida. La corrida de toros, como es sabido, es un espect¨¢culo reglamentario y sometido a la autoridad pol¨ªtica. Y, sin embargo, el p¨²blico es esencial. Sus reacciones interfieren en el desarrollo desde el principio, el p¨²blico act¨²a constantemente, no se limita a aprobar o reprobar al final o en el momento culminante; m¨¢s que en otros espect¨¢culos, el p¨²blico condiciona el contenido mismo de lo que all¨ª se hace y, de alg¨²n modo, hasta su resultado Final.
Por ello la catadura de ese p¨²blico es importante. Porque, aunque haya en ¨¦l divisi¨®n de opiniones, acaba manifestando unas reacciones que le dan, si no una personalidad, s¨ª una cierta idiosincrasia, una peculiaridad. Lo saben los toreros, los taurinos y los espectadores que van a distintas plazas. Hay p¨²blicos (o plazas) entendidos o ignorantes, vociferantes o silenciosos, amables o ce?udos, insultantes o desde?osos; hay p¨²blicos conscientes de su protagonismo y (que quieren mantener una imagen de seriedad, o alegr¨ªa o dureza; hay p¨²blicos engre¨ªdos, y los hay que viven en permanente, estado de sospecha y est¨¢n dispuestos a demostrar que nadie les puede dar, a ellos, gato por liebre. Hay p¨²blicos presuntuosos y fanfarrones, que se realizan en el enojo como signo culminante, y buscado, de profunda sabidur¨ªa. Y cada plaza tiene, o tiende a tener, su p¨²blico, aunque tambi¨¦n ¨¦ste cambia, a veces, seg¨²n las fechas del a?o. Por ello, el aficionado que renuncia al festejo puede hacerlo por muchas causas; y una de ellas, el p¨²blico. Hay gente a la que los manejos del ganado han echado de las plazas; hay gente a la que el p¨²blico echa de algunas plazas. Por eso hay aficionados con aguda preferencia por la localizaci¨®n del espect¨¢culo. Pero lo que todos los p¨²blicos taurinos tienen en com¨²n es su car¨¢cter arbitrario; sus preferencias, rechazos, filias y fobias; y lo que es maravilla en un lugar en otro puede ser objeto de repulsa, insulto e irrisi¨®n.
La arbitrariedad pertenece al patrimonio de los entendidos, y al de los ignorantes, al de los gritadores y al de los silenciosos, al de los apasionados y al de los ecu¨¢nimes. Yo prefiero un p¨²blico entendido, y no violento; y quiz¨¢ lo pueda encontrar. Lo que no existe es el p¨²blico arbitrario. Siempre he tenido gran admiraci¨®n y respeto por quienes hacen algo que creo que nunca hubiera sido capaz de hacer. Mi admiraci¨®n sube de punto por la gente del toro, que no s¨®lo han de contar con los variados comportamientos de unos animales sin domesticar, sino tambi¨¦n con las arbitrariedades de los p¨²blicos. Pero sin esa cambiante arbitrariedad la fiesta ser¨ªa otra cosa, mon¨®tona, menos atractiva. ?Cabe imaginar un p¨²blico de toros sin sus peculiares prejuicios taurinos y reacciones caprichosas? Asusta pensarlo.
Jaime Garc¨ªa A?overos es catedr¨¢tico de la Universidad de Sevilla.
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