10 A?OS DE COLZA
Tal d¨ªa como hoy, una d¨¦cada atr¨¢s, comenz¨® la mayor cat¨¢strofe sanitaria registrada en Espa?a: el envenenamiento masivo por consumo de aceite de colza desnaturalizado. El drama llegaba por la sart¨¦n a hogares casi siempre humildes. Diez a?os despu¨¦s de la primera v¨ªctima, centenares de personas han encontrado la muerte y varios miles padecen secuelas sin remedio. El s¨ªndrome t¨®xico sigue siendo una enfermedad desconocida, a pesar de las investigaciones. Sin embargo, a¨²n produce consecuencias fatales. Quienes viven bajo sus efectos sienten, adem¨¢s de dolores y calambres, una tremenda y rabiosa impotencia. El juicio pasado y el que viene dif¨ªcilmente aplacar¨¢n su ira.
Dolores y olvido"Ahora s¨¦ que no tuve infancia", relata una de las afectadas por el aceite de colza
"No V¨¢yase, por favor. S¨®lo queremos olvidar". Le tiembla la voz, escuchada a trav¨¦s del portero autom¨¢tico. Es la madre de B., la ni?a de la foto, aquella peque?a de 11 a?os afectada por el s¨ªndrome t¨®xico, a quien un celador ten¨ªa en brazos. Diez a?os despu¨¦s de la instant¨¢nea, la familia se encierra en el silencio para no recordar el drama ni sentirse se?alada con el dedo. Aquella imagen, de premio period¨ªstico y derrota personal, s¨®lo les provoca "mucho da?o". No son los ¨²nicos, pero es dif¨ªcil olvidar con cuerpos d¨¦biles y llenos de dolores.A M. C. P., el recuerdo tambi¨¦n le llena los ojos de l¨¢grimas, aunque, a punto de cumplir los 20 a?os, est¨¢ acostumbrada a que cada ma?ana el espejo le devuelva un rostro con la huella del aceite asesino: "Cara chupada, ojos muy saltones y boca arrugada". Esta joven de Legan¨¦s (Madrid), que pide anonimato y no fotos, accede a relatar su vida en los 10 a?os transcurridos desde el comienzo de la m¨¢s grave intoxicaci¨®n alimentarla sufrida en Espa?a.
M. C. P. es una de los 19.834 afectados que reconoce la Administraci¨®n, cifra en la que se incluye a los 429 muertos oficiales por el s¨ªndrome t¨®xico hasta el 31 de marzo de 1991. No son datos cerrados: aquel mal sigue matando.
As¨ª lo admite el director de la Oficina de Gesti¨®n de Prestaciones del S¨ªndrome T¨®xico, Carlos Garc¨ªa Cano. El balance de v¨ªctimas es dram¨¢tico, pero no un¨¢nime: el sumarlo del juicio contra los aceiteros incluy¨® el dato de 650 muertos y 25.000 afectados.
M¨¢s all¨¢ de las estad¨ªsticas, aunque su sue?o sea estudiar Matem¨¢ticas en la Universidad, est¨¢ la vida de M. C. P. "En la primavera de 198 1, en mi casa viv¨ªamos mis abuelos, mi madre [viuda], mi hermano, de nueve a?os, y yo, de 10. Al principio, mis abuelos y yo nos sent¨ªamos mal. Los m¨¦dicos dec¨ªan que era por la llegada de la primavera, quiz¨¢ una alergia o un peque?o constipado".
"Como apestados"
La familia de la ni?a no puede imaginar el calvario que se avecina para ellos y para otros vecinos de Legan¨¦s, la localidad m¨¢s afectada. No lo presienten cuando, el 7 de mayo de 1981, se publica la muerte, en Torrej¨®n de Ardoz, del ni?o Jaime Vaquero, de ocho a?os, a causa de la enfermedad del legionario. "Se me muri¨® en los brazos, camino de la cl¨ªnica de la Paz, el d¨ªa primero de mayo. Estaba malito y le hab¨ªan recetado un jarabe. Mis otros seis hijos y yo tambi¨¦n acabamos ingresados. Tres de ellos y yo pasamos casi un a?o en cl¨ªnicas", recuerda Carmen Garc¨ªa, la madre de la primera v¨ªctima de una enfermedad desconocida y que iba a inundar de miedo un pa¨ªs en transici¨®n.
? los Vaquero Garc¨ªa los miran "como a apestados" cuando, a mediados de mayo, vuelven brevemente al hogar, donde les aguarda la misma garrafa de aceite.
Mientras, el mal desconocido se extiende por los suburbios madrile?os y por otras provincias, sobre todo Valladolid, Le¨®n, Segovia y ?vila. Los hospitales se llenan de enfermos aquejados de problemas respiratorios, exantemas, fiebre alta, dolores de cabeza y picores.
Cunde la alarma. El 11 de mayo son ya seis muertos y 141 afectados por lo que ahora se llama neumon¨ªa at¨ªpica. Crece la psicosis ante el bichito. La falta de muertes llega a ser noticia: Ayer no se registr¨® ning¨²n fallecimiento, titula EL PAIS el 23 de mayo. El entonces ministro de Sanidad, Jes¨²s Sancho Rof -que siempre ha negado aquella alusi¨®n al bichito que si se cae se mata- informa que la causa del mal puede estar en un microorganismo del que "se conoce el primer apellido, pero no el segundo".
Por aquel entonces, M. C. P. vive ya una peregrinaci¨®n continua entre batas blancas. "Durante dos meses anduve de hospital en hospital, prueba tras prueba, y no daban con el motivo de mi malestar". En el del Ni?o Jes¨²s -infantil-, la situaci¨®n era ca¨®tica. "Parec¨ªa una epidemia de peste. Como no sab¨ªamos si era o no contagioso, ¨ªbamos todos con mascarilla", recuerda el pediatra Juan Casado, miembro del equipo que descubri¨® el origen del mal: el aceite del colza desnaturalizado que conten¨ªa anilidas.
A comienzos de junio vulg¨® que el aceite t¨®xico -desviado del consummo industrial-, generalmente vendido sin etiquet¨¢ y en mercadillos de barrios humildes, era el causante de la epidemia. Para entonces se hab¨ªan perdido cosechas de hortalizas y tomates, v¨ªctimas del miedo, la incertidumbre y el desconocimiento generalizados. Cient¨ªficos, como el doctor Muro, y el Ministerio de Sanidad se hab¨ªan enzarzado en discusiones que ten¨ªan en vilo a la poblaci¨®n.
Mientras, M. C. P. segu¨ªa con fiebre, dolores de cabeza muy fuertes, n¨¢useas, mareos y manchas en la piel. No ten¨ªa ganas de comer y se le ca¨ªa el pelo. "Por fin, el d¨ªa 9 de julio, a la vista de que el mal iba en aumento, mi madre me llev¨® al centro Ram¨®n y Cajal, donde me dejaron ingresada. M¨¢s tarde ingresaron mi madre, mi abuela y una t¨ªa en el hospital Primero de Octubre. Mi abuelo ya hab¨ªa sufrido una trombosis que le afect¨® al cerebro".
Cuerpos esquel¨¦ticos
M. C. P. era poco m¨¢s que un esqueleto. "Fui perdiendo peso hasta quedarme en 16 kilos. Algunos de mis familiares no me reconoc¨ªan al verme. Yo era una cr¨ªa, pero me daba cuenta de lo que pasaba alrededor. Mis piernas no me respond¨ªan como antes. Apenas pod¨ªa moverme, aunque no llegu¨¦ a estar en silla de ruedas. Los tres primeros meses estuve casi inm¨®vil en la cama. Cuando me levantaba para ir al servicio era con la ayuda de un auxiliar. No pod¨ªa ducharme sola. La hora de comer era un calvario. Tra¨ªan la comida, y cuando llegaba la hora de llev¨¢rsela, yo a¨²n no hab¨ªa empezado", relata M. C. P. "Yo me recuerdo muy triste, sola, a mi corta edad. Ahora se puede decir que no tuve infancia", reflexiona.
De infancias truncadas por el aceite de colza saben mucho en el Ni?o Jes¨²s. "Era terrible, los ni?os se quedaban sequitos, no pod¨ªan moverse. Estaban asustados, y nosotros, sobrecogidos", recuerda Mariano D¨ªaz, el celador que llevaba en brazos a B. hasta la piscina de rehabilitaci¨®n.
Define a aquella ni?a que miraba con Ojos agrandados por el dolor desde un cuerpo exang¨¹e como "una peque?a muy silenciosa". "Ten¨ªa muchos dolores y le cost¨® bastante volver a andar sola", recuerda Mariano. Lo logr¨®. B., tratada en el hospital hasta 1985, volvi¨® al colegio, pero la reconoc¨ªan por aquella foto que la familia tanto ha querido olvidar.
El pediatra Juan Casado no lo ha conseguido. "A menudo recuerdo a aquel ni?o enfermo del s¨ªndrome t¨®xico que quiso suicidarse quit¨¢ndose el respirador". El m¨¦dico, que realiz¨® la tesis doctoral sobre 292 peque?os enfermos por el aceite envenenado, asegura que la mitad desarroll¨® la forma cr¨®nica de la enferme
Dolores y olvido
dad: p¨¦rdida de musculaci¨®n atrofia de la piel, sequedad de las mucosas, rigidez de las articulaciones. Los menores de siete a?os se recobraron mejor. El grupo m¨¢s afectado fue el de las ni?as mayores de esta edad. Seg¨²n los casos observados por ¨¦l, al cabo de un a?o hab¨ªa muerto el 2,1% de los peque?os y tres de cada 100 estaban gravemente afectados. La mortalidad fue mayor entre los adultos (3,6% en el primer semestre).Las semanas transcurren lentamente, con ritmo de dolores. M. C. P. va saliendo adelante. "Despu¨¦s de nueve meses en el maldito hospital me dieron el alta. Mi madre segu¨ªa ingresada, y por tanto tuve que ir a vivir con mis t¨ªos. Mi hermano viv¨ªa con otros t¨ªos. Los fines de semana eran horribles. El s¨¢bado iba a ver a mi madre, y el domingo, a mi hermano".
El hospital es duro para una ni?a de 10 a?os que pierde la sonrisa y apenas puede jugar. Pero no lo es menos volver a una vida que ya no puede ser como la de anta?o. "En marzo [de 1982] regres¨¦ al colegio, con el consiguiente retraso. Antes no bajaba del notable, pero ahora me faltaban ganas y capacidad de asimilaci¨®n. Mi rendimiento era muy bajo, y mi esfuerzo, mucho", recuerda M. C. P.
"Me miraban por la calle"
Ella es una ni?a distinta, y se lo hacen notar. "De la mayor¨ªa de mis compa?eros no tengo queja, pero algunos no comprend¨ªan c¨®mo una ni?a de su edad pod¨ªa estar en tales condiciones, y se burlaban. Por la calle era horrible. La gente se volv¨ªa a mirarme, y algunos hac¨ªan comentarios. Yo no quer¨ªa salir a la calle, pero me obligaban".
Otra obligaci¨®n era -y sigue siendo- acudir al fisioterapeuta en busca de rehabilitaci¨®n. En el ambulatorio de Zarzaquemada (Legan¨¦s) se atienden m¨¢s de 60 casos similares. "Hacemos terapia f¨ªsica, no rehabilitaci¨®n. Para eso har¨ªa falta un equipo que tuviera en cuenta los da?os ps¨ªquicos, la resinserci¨®n social y laboral. Eso es algo que no existe", apunta el ATS del servicio, Jos¨¦ Manuel Fern¨¢ndez.
All¨ª atendieron tambi¨¦n a David N. T., un ni?o nacido, con malformaciones, despu¨¦s de que su madre sufriera el s¨ªndrome t¨®xico.
M. C. P_ que vuelve a vivir con su madre y su hermano en el verano de 1982 -la abuela hab¨ªa muerto por el aceite t¨®xico-, se ha hecho mujer sabi¨¦ndose distinta. "Contanta tristeza y dolor, he sido madura antes de tiernpo". Mide 1,58 metros y ha logrado pesar 45 kilos gracias a un tratamiento endocrinol¨®gico. Ya no le da verg¨¹enza Ir a la piscina. "Emocionalmente, me encuentro mejor. Tengo unas amigas fabulosas, que me ayudan a estudiar y cuando salimos me ha cen sentirme como ellas, es decir, una chica normal. Sin embargo, todav¨ªa hay gente que me mira por la calle. Con los chicos no es f¨¢cil, porque siempre se fijan m¨¢s en la fachada".
Cuando piensa en todo lo que ha pasado siente, "mucha impotencia". impotencia y rabia, algo com¨²n entro los afectados, que tienen el recuerdo diario -a¨²n m¨¢s en invierno que en verano- en forma de calambres, dolores y escasa. musculaci¨®n. Por eso, las diversas asociaciones de afectados no quieren que pase inadvertido el cruel cumplea?os de su mal. "Vamos a manifestarnos todos los martes ante el Congreso y los jueves ante el Senado para pedir que el Parlamento apruebe una ley para indemnizarnos", afirma Arcadio Fern¨¢ndez-Molina, presidente de la Asociaci¨®n Nacional de Afectados del S¨ªndrome T¨®xico (Anasto-Legan¨¦s).
Tanto Fern¨¢ndez-Molina como Juan Antonio S¨¢nchez, de la Coordinadora de Asociaciones de Afectados, critican duramente la situaci¨®n jur¨ªdica y social que padecen. Tampoco ahorran puyas contra el PSOE. "Cuando estaban en la oposici¨®n se preocupaban mucho, luego, casi nada. Nos sentimos utilizados", coinciden.
Anasto pide a la opini¨®n p¨²blica que "tan tremendo crimen colectivo, provocado por el ego¨ªsmo de unos industriales y el mal funcionamiento de la estructura del Estado, no se quede inpune y sin recibir los culpables su justo castigo".
Casi 50.000 millones
Las asociaciones critican tambi¨¦n el sistema de ayudas que reciben desde la Administraci¨®n (las ¨²nicas indemnizaciones ya cobradas fueron por las v¨ªctimas mortales, cuatro millones por cabeza de familia y tres por el resto de los miembros).
Seg¨²n los datos de la Oficina de Gesti¨®n de Prestaciones Sociales del S¨ªndrome T¨®xico -dependiente del Ministerio de Trabajo-, en los 10 a?os transcurridos los afectados han recibido prestaciones econ¨®micas y sociales por valor de 48.400 millones de pesetas.
Existen ayudas a la reinserci¨®n laboral y escolares. La oficina proporciona auxilio econ¨®mico a las familias que no cuentan con ingresos suficientes. "No es que las ayudas econ¨®micas sean insuficientes, pero est¨¢n mal concebidas", se queja Fern¨¢ndez-Molina.
Juan Antonio S¨¢nchez pone m¨¢s el acento en la necesidad de investigar una enfermedad sin cura y, seg¨²n sospechas no probadas, propensa a favorecer los tumores. Los dos temen, adem¨¢s, que cualquier d¨ªa pueda producirse un nuwevo envenenamiento similar al que ellos padecieron.
En el Fondo de Investigaciones Sanitarias (FIS), donde se coordinan los estudios en colaboraci¨®n con la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, aseguran que no hay problemas de presupuesto, sino metodol¨®gicos". Estos impiden que se investigue la evoluci¨®n cl¨ªnica de cada uno de los 20.000 enfermos, que ahora reciben asistencia en el ambulatorio de su zona -la unidad especial de seguimiento qued¨® desmantelada en 1985-. "Tambi¨¦n investigamos la patogen la de la enfermedad, pero hasta ahora sin resultados, por desgracia'", a?aden en el FIS.
Desde hace 10 a?os, la madre de Jaime Vaquero siente un estremecimiento cada vez que echa aceite en la sart¨¦n. M. C. P. procura no recordar que no hay remedio para ella. "No tengo cura. La indemnizaci¨®n s¨®lo podr¨ªa aliviar. Si tuviera el dinero en la mano, podr¨ªa pagar a un masajista que me ayudara cuando siento calambres", dice con voz rota.
En la espera sin fecha, al borde de los 20 a?os, M. C. P. s¨®lo quiere ser una persona Normal. Lucha por un adjetivo de logro tan dif¨ªcil para ella que lo escribe con letras may¨²sculas.
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