La cultura y el 'inter¨¦s general'
En la historia moderna de la ideas, y en particular en la filosof¨ªa pol¨ªtica -desde Plat¨®n , Rawls-, se ha discutido el con cepto de bien com¨²n. La discusi¨®n ha sufrido las m¨¢s diversa variaciones; una de ellas identifica el asunto con el inter¨¦s general. A los ojos del profano resulta curioso que una discusi¨®n tan prolija y matizada no hay, dado lugar a un esclarecimiento efectivo de la noci¨®n examina da. Quiz¨¢ sea ¨¦sta una pretensi¨®n vana, que ignora los intrincados mecanismos de formaci¨®n de la opini¨®n. Aclarar esta cuesti¨®n ser¨ªa una tarea muy compleja; de lo que aqu¨ª se trata es de mostrar que resulta inoperante y arriesgado, en el plano pol¨ªtico, sostener nocionei contradictorias en s¨ª mismas tal como lo es la de inter¨¦s general.
Por otro lado, renunciar a aclarar una cuesti¨®n como ¨¦sta equivaldr¨ªa a perder uno de los signos de identidad que la izquierda considera irrenunciables: preservar a la raz¨®n de asaltantes y manipuladores Hay que recordar a este respecto que la conexi¨®n que debe establecerse entre teor¨ªa y pr¨¢ctica es de una gran complejidad (tenida bien en cuenta por la mejor tradici¨®n marxista); sea cual sea la f¨®rmula que se ensaye, tendr¨¢ que mostrarse respetuosa con el principio que exige la m¨¢s escrupulosa consideraci¨®n hacia la teor¨ªa bien establecida. Si hubiera que justificar esta ¨²ltima no habr¨ªa m¨¢s que reconocer que se debe identificar con el discurrir racional, esto es, libre de contradicci¨®n, confusi¨®n o deshonestidad. Una pol¨ªtica de izquierdas necesita tener a su disposici¨®n un discurso caracterizado por esos atributos si no quiere correr el riesgo de volverse inviable. (Porque la existencia de derechas e izquierdas -y con ella la de una pol¨ªtica cultural de izquierdas, diferente de la que pueda articular la derecha- sigue vigente. Joan Brossa lo ha recordado -en unas declaraciones a El Pa¨ªs Semanal- muy pl¨¢sticamente: "Eso de que ya no hay derechas e izquierdas son pu?etas. Mire, por ejemplo, la cultura catalana y c¨®mo la burgues¨ªa protege a sus pupilos, y hablan de Rusi?ol y Maragall, pero apenas de Nonell".)
Desde estas consideraciones, convendr¨ªa reiterar un argumento -bien conocido por los expertos- que establece la nulidad de la idea de inter¨¦s general. El llamado inter¨¦s general, en su formulaci¨®n habitual, afirma que es posible identificar acciones que resultan en beneficio de la sociedad, esto es, de todos los ciudadanos. De todos y cada uno. El argumento que demuestra el car¨¢cter autocontradictorio de la idea de inter¨¦s general es simple: no hace m¨¢s que se?alar la incompatibilidad interna de la noci¨®n de todos y cada uno cuando se aplica a la defensa de intereses que ¨ªncorporan (en s¨ª mismos y en los procedimientos que implica su implantaci¨®n) la diversidad. Esta situaci¨®n se manifiesta con la mayor claridad en aquellos casos que, seg¨²n se supone, representan mejor que otros aquel inter¨¦s general. Pongamos, por ejemplo, el caso.del orden p¨²blico o de la sanidad p¨²blica: se suele decir que la mejora de esas instituciones coincide con el inter¨¦s general.
Esto es falso, puesto que lo es tambi¨¦n que cualquier modelo de preservaci¨®n del orden p¨²blico o de mejora de la sanidad p¨²blica responda al inter¨¦s general. As¨ª, desde la izquierda suele optarse razonadamente por un modelo dado, apelando a criterios m¨¢s refinados que el del inter¨¦s general que, sin matices, es utilizado con frecuencia por la derecha. (Este argumento se halla expuesto con rigor y brillantez por Rush Rheees en Without answers, Londres, 1969).
Algo parecido ocurre con los distintos modelos que para la mejora de la educaci¨®n se discuten en el terreno que les corresponde (y que es, de nuevo, el del debate pol¨ªtico): desde una cierta perspectiva, se defienden diversas alternativas de privatizaci¨®n; desde otra, se propone intervenir en la transformaci¨®n meliorativa del servicio p¨²blico. Otro ejemplo lo proporciona la defensa de la lengua propia en las sociedades que la poseen: por formar parte del patrimonio cultural de una colectividad -o cuando se la tiene por una de sus se?as de identidad-, parece evidente que es necesario garantizar su preservaci¨®n. Tambi¨¦n en este caso se habla de inter¨¦s general; pero depender¨¢ de la f¨®rmula utilizada que el trato diferenciado (y hasta privilegiado) que debe dedicarse a la lengua en situaci¨®n de precariedad no constituya una lesi¨®n de los leg¨ªtimos derechos de los hablantes de la otra. El equilibrio es sumamente dif¨ªcil; caben diversas opciones, pero ninguna puede arrogarse la cualidad de ser la ¨²nica -la mejor soluci¨®n- representante del inter¨¦s general. Una vez m¨¢s, dicha soluci¨®n se obtendr¨¢ a trav¨¦s de la concurrencia efectiva de los diversos intereses en juego.
Ahora bien, en el ¨¢mbito de la cultura no existe esta misma claridad de ideas (al menos entre nosotros). Se habla de fen¨®menos culturales y hasta de bienes culturales presuponiendo que son de la mayor utilidad p¨²blica -de inter¨¦s general-.Es evidente que en cierto sentido puede que as¨ª sea; pero cuando se hace esa observaci¨®n es en medio de un debate -que vuelve a ser un debate pol¨ªtico- en el que se decide sobre la dimensi¨®n cuantitativa y cualitativa del hecho cultural y sobre la dotaci¨®n de recursos que se le ha de atribuir; esto es, en medio de un terreno particularmente complejo.
Si se acepta que por ser la cultura un bien para todos y para cada uno es un bien controvertido -por lo dicho anteriormente-, ya no har¨¢ falta esperar a la discusi¨®n sobre el procedimiento que se ha de seguir para adoptar ciertas cautelas. Al serpara todos, no puede dejar de alcanzar a nadie; al ser para cada uno, surgen inevitables y genuinas discrepancias sobre lo que a cada uno -o a diversos sectores, o clases, o capas sociales- interesa. Las opciones pueden ser tan dispares como lo permite el amplio marco que aloja a la multitud de los individuos y a la enorme diversidad de las expresiones culturales.
Se requiere aqu¨ª la misma atenci¨®n y discernimiento que se pondr¨ªa en juego ante casos como los del orden p¨²blico, la sanidad, la ense?anza o la preservaci¨®n de las culturas minoritarias. Las precauciones a que se ha aludido han de ser tenidas en cuenta con el mayor escr¨²pulo cuando -como ocurre en Espa?a- la promoci¨®n de la cultura todav¨ªa encuentra su principal y casi exclusivo soporte en el Estado.
Por lo que a esto ¨²ltimo se refiere, durante los ¨²ltimos tiempos, el panorama cultural -visto desde la perspectiva del pol¨ªtico y tambi¨¦n desde la del ciudadano medio- ha experimentado una interesante transformaci¨®n. Se trata de la dimensi¨®n alcanzada por el mecenazgo o patrocinio privado de actividades culturales; esto no es m¨¢s que un indicio de la ineludible conversi¨®n del fen¨®meno cultural en un importante hecho econ¨®mico, y tiene una incidencia directa sobre el propio fen¨®meno cultural.
Se hace necesario, pues, reflexionar sobre estos aspectos de la cultura y de su promoci¨®n; y es necesario hacerlo evitando confusiones conceptuales como lo es -repit¨¢moslo para terminar- la de tomar el inter¨¦s de todos y cada uno -una diversidad de intereses- por un presunto inter¨¦s general, cuya principal caracter¨ªstica es, en el mejor de los casos, una insana univocidad. Desde una perspectiva democr¨¢tica, la reflexi¨®n que se propone es una tarea irrenunciable. Ni la m¨¢s exquisita de las pol¨ªticas culturales est¨¢ libre de error; no vale la pena aludir a las que se presentan, con toda desfachatez, como negaci¨®n de los valores m¨¢s elementales. En un contexto democr¨¢tico -y s¨®lo en ¨¦l- cabe, no obstante, una soluci¨®n, o una serie de intentos de soluci¨®n, para este conjunto de problemas.
es catedr¨¢tico de Derecho Penal de la Universidad de Valencia.
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