Sondeos y elecciones
Con la misma periodicidad con la que se convocan elecciones resurge el tema del marketing pol¨ªtico y, de modo central, la pregunta por la incidencia de los sondeos electorales en la conducta de los votantes. Ello es comprensible si se considera el enorme desarrollo y perfecci¨®n de la ingenier¨ªa social aplicada a las campa?as de propaganda pol¨ªtica. Desde los primeros estudios de Gallup en el periodo de entreguerras, que se limitaban a sondear la intenci¨®n de voto, a la actual parafernalia de investigaciones de imagen, posicionamiento, issues electorales, segmentaci¨®n, predicci¨®n, etc¨¦tera, completadas con mailings, publicidad, llamadas telef¨®nicas, y otro largo etc¨¦tera, la complejidad tecnol¨®gica actual del marketing pol¨ªtico es tan vasta como lo permitan los presupuestos de los partidos.Este perfeccionamiento plantea numerosas cuestiones. ?Contribuye a hacer m¨¢s transparente la campa?a o, por el contrario, enrarece y enturbia la comunicaci¨®n con los electores? Los elevados costes de una contestaci¨®n electoral, ?distorsionan los mecanismos democr¨¢ticos al impedir la presentaci¨®n de quien carece de solvencia econ¨®mica o refuerzan la estabilidad pol¨ªtica fomentando la gobenabilidad? ?Se manipula al electorado o, al contrario, se le respeta m¨¢s al atender mejor sus deseos?
Las preguntas no admiten respuestas simples, y, como Jano, tambi¨¦n la ingenier¨ªa social del politing tiene al menos dos caras. Una, la m¨¢s superficial y obvia, es la cara de la transparencia. El mercado pol¨ªtico electoral es lo m¨¢s pr¨®ximo a una competencia perfecta. Cada ciudadano tiene una peseta y la utiliza con absoluta libertad; los vendedores y sus productos son conocidos y p¨²blicos; las transacciones se hacen todas el mismo d¨ªa de modo que nadie puede jugar con la variable tiempo. Es un modelo de mercado perfecto. En este sentido, el politing no hace sino contribuir a esa transparencia. Permite a los estados mayores de los partidos conocer su cuota de mercado nada m¨¢s comenzar la campa?a (de hecho, la siguen constantemente y la conocen en todo momento); les permite saber c¨®mo se posiciona el electorado -el suyo y el ajeno- ante las issues relevantes: fiscal, libertades p¨²blicas, delincuencia y terrorismo, etc¨¦tera, y as¨ª adaptarse (o no) a las posturas de los votantes. En la medida en que los datos se hacen p¨²blicos, permite tambi¨¦n al votante conocer la posici¨®n de los otros votantes y as¨ª adaptarse (o no) a la posici¨®n de la mayor¨ªa. En definitiva, incluso antes de comenzar el juego, todos, tanto los partidos pol¨ªticos (la oferta) como los ciudadanos (la demanda), conocen las cartas de todos. En este sentido, la transparencia no s¨®lo es garantizada por las normas legales que regulan el juego democr¨¢tico, sino tambi¨¦n por la parafernalia de los sondeos y estudios de todo tipo.
Estamos suponiendo que el juego es el de la transparencia. La experiencia nos muestra, sin embargo, que el juego es tambi¨¦n ocultar. Los estados mayores de los partidos ofrecen la informaci¨®n que quieren y la revelan cuando y como les es conveniente. Es por ello razonable exigir que los estudios realizados con fondos p¨²blicos se hagan p¨²blicos. Pero, por supuesto, los partidos pol¨ªticos encargar¨¢n, cada uno, sus propias investigaciones, que s¨®lo har¨¢n p¨²blicas si les son favorables. Por lo dem¨¢s, los sondeos son caros y tanto m¨¢s cuanta m¨¢s informaci¨®n se desea. No es lo mismo saber a qui¨¦n votar¨¢n los espa?oles en su conjunto que saber (adem¨¢s) la intenci¨®n de voto de los electores de una comunidad aut¨®noma o saber (adem¨¢s) lo que votar¨¢n los de una provincia o municipio. Al final, lo verdaderamente ¨²til es conocer lo que puede ocurrir en cada uno de los distritos electorales con objeto de maximizar el impacto de la campa?a: se abandonan los distritos donde se ganar¨¢ con seguridad (para qu¨¦ gastar dinero en ellos ...), se abandonan tambi¨¦n los distritos donde se perder¨¢ con seguridad (¨ªdem) y se concentra la campa?a en los dudosos, segmentando el mensaje en cada uno para que los electores captables escuchen, de entre la panoplia de issues y ofertas, lo que desean escuchar. Este tipo de investigaci¨®n es extremadamente caro. El coste crece exponencialmente con la representatividad deseada y s¨®lo los grandes aparatos pol¨ªticos pueden financiar estudios realmente ¨²tiles. Los partidos con poca financiaci¨®n son, pues, discriminados. Ello evita alternancias bruscas y favorece la estabilidad pol¨ªtica y la gobernabilidad, pero la salud de una democracia se mide tambi¨¦n por la capacidad de la minor¨ªa de transformarse en mayor¨ªa. Por ello, desde la perspectiva de la oferta pol¨ªtica, la difusi¨®n de informaci¨®n p¨²blica contribuye a minar el monopolio de los grandes aparatos no s¨®lo frente al elector aislado, sino tambi¨¦n, y sobre todo, frente a otros partidos minoritarios.
Pero la transparencia tiene sus segundos juegos, sus metajuegos, al igual que ocurre en el juego de la verdad, que puede llegar a ser el de la m¨¢xima mentira. Pues en este caso -como ocurre siempre en las ciencias sociales- el sujeto y el objeto del conocimiento es (te¨®ricamente) el mismo. Cada nuevo input de informaci¨®n que se obtiene sobre el electorado y revierte sobre el electorado modifica al electorado, de modo que, en pura teor¨ªa, siempre que publicamos una fotograf¨ªa del mismo, ¨¦sta, por el mero hecho de ser difundida, deja de ser cierta. Se realiza un sondeo que permite saber las intenciones de voto; se publica y difunde por los medios de comunicaci¨®n; los electores se enteran de la intenci¨®n de voto de los electores. Pues bien, es evidente que estos electores informados son diferentes de los anteriores electores no informados. As¨ª, el juego de la transparencia se transforma en un bucle infinito: los cient¨ªficos sociales, estudiando las posiciones del electorado, y el electorado, estudiando lo que dicen los cient¨ªficos sociales. ?Es ¨¦sta una din¨¢mica de convergencia o de divergencia? Cabe pensar que se alcanzar¨¢ un punto de m¨¢xima informaci¨®n en el que, sabi¨¦ndolo todos todo de todos, la situaci¨®n sea inel¨¢stica a cualquier nueva informaci¨®n. Puede. Pero puede que no. Puede que las elecciones se celebren antes de que esa situaci¨®n te¨®rica de transparencia estable llegue a ocurrir.
El tema ha sido debatido hasta la saciedad analizando el efecto bandwagon (el elector indeciso se orienta hacia el ganador para sumarse a su carro), o el efecto contrario, underdog (se orienta hacia el perdedor por simpat¨ªa). En mi opini¨®n -y no es sino una m¨¢s en este espinoso y debatido tema-, la publicaci¨®n tiene efectos al menos de dos tipos. Indirectamente, creando un clima de opini¨®n favorable a quien resulte ganador en los sondeos y desfavorable para los perdedores (tema estudiado repetidas veces por E. Noelle-Neumann). Ese clima de opini¨®n atrae a unos y silericia a los otros, y se manifiesta en la seguridad respectiva, la cobertura de los medios y, en definitiva, las expectativas que acaban incidiendo en la conducta electoral. El efecto directo se manifiesta en el llamado en Espa?a voto ¨²til, una realidad nueva, pero ya innegable.
La conducta electoral ha sido tradicionalmente una conducta expresiva. Mediante ella se manifestaba la identidad pol¨ªtica personal, algo, pues, ¨ªntimo, relevante, vinculado a trayectorias y biograf¨ªas personales, solidaridades grupales, etc¨¦tera. Poco a poco, sin embargo, la conducta electoral est¨¢ pasando a ser instrumental. Las divergencias ideol¨®gicas se difuminan, el inter¨¦s y la identificaci¨®n pol¨ªtica tambi¨¦n, los ciudadanos esperan menos de la acci¨®n pol¨ªtica. Se vota no tanto para manifestar las propias creencias, sino para conseguir algo, y a veces ni siquiera para conseguir algo, (bueno), sino s¨®lo para evitar algo (malo). Y por ello, muchos electores modifican su primera opci¨®n (la que les dictaba el coraz¨®n) para orientarse hacia otra, pr¨®xima a la primera, pero con mayores probabilidades de ¨¦xito.
Si el efecto neto del clima de opini¨®n es confuso -aunque parece favorecer al ganador-, el efecto neto de la tendencia al voto ¨²til -tendencia que crece a medida que lo hace la educaci¨®n pol¨ªtica del electorado y su informaci¨®n y disminuye su fidelidad ideol¨®gica- es concentrar los votos sobre una pareja de opciones (normalmente de centro-derecha y de centro-izquierda) a costa de los partidos minoritarios, que, una vez m¨¢s, se ven perjudicados. S¨®lo que esta vez son castigados por la opci¨®n libre -e informada- de los electores y no por el juego de la pol¨ªtica.
Esta posibilidad de influencia sobre la conducta electoral plantea un problema serio en caso de elecciones dificiles, sin claro ganador. Aun cuando se insiste una y otra vez, no se sabe a¨²n suficientemente que el sondeo no proporciona un resultado electoral; es s¨®lo una fotografila de las posiciones del electorado en un instante. Transformar esa fotografia en una predicci¨®n de resultado es tarea del pollster (del t¨¦cnico) y hay muchos modos de hacerlo. Aun cuando hay ya modos estandarizados de transformaci¨®n (y unos son m¨¢s fiables que otros), la ingeniosidad o experiencia del t¨¦cnico juega un papel importante. Y eso mismo genera un margen de discrecionahdad y, por tanto, tambi¨¦n de manipulaci¨®n. Por ello, ser¨ªa aconsejable que siempre que se publican predicciones electorales se publiquen tambi¨¦n los datos no manipulados (junto con la ficha t¨¦cnica, como manda el c¨®digo deontol¨®gico de la profesi¨®n y la legislaci¨®n electoral). S¨®lo ¨¦stos son datos; lo otro, aun cuando suele presentarse como si lo fueran, es una predicci¨®n sometida a todos los azares de la futurolog¨ªa.
En resumen, los sondeos contribuyen a incrementar la informaci¨®n de todos los actores de un juego electoral y, por ello, elevan la racionalidad e inteligencia de la conducta colectiva. Pero ser¨ªa ingenuo pensar que la tecnolog¨ªa de los sondeos no produce ning¨²n efecto. Ya sea sobre la estrategia de los partidos, ya sobre las actitudes de los mass-media, ya sobre el propio votante, los efectos son m¨²ltiples. Pero la soluci¨®n no puede pasar por silenciar la informaci¨®n, pues eso s¨®lo conducir¨ªa al secretismo; al contrario, el ¨²nico ant¨ªdoto frente al rumor y a la mala informaci¨®n es, como siempre, la buena informaci¨®n.
Emilio Lamo de Espinosa es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense.
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