Lo que va de ayer a hoy
Desde mi balc¨®n del paseo de Gracia barcelon¨¦s vi pasar este a?o la gran manifestaci¨®n del Primero de Mayo. Las estimaciones respecto a las masas movlizadas con tal motivo han oscilado, seg¨²n el criterio del estimador, desde las 40.000 a las 20.000 o 15.000 personas. Sinceramente creo -ve¨ªa las cosas desde arriba: como si dij¨¦ramos, sub especie aeternitatis- que no pasaron de 7.000 o, todo lo m¨¢s, 10.000 participantes. Grandes pancartas agrupaban, espaciadamente, a colectivos que cubr¨ªan todo lo ancho de la calzada, pero con 10 o 12 filas de profundidad. Luego, dilatados vac¨ªos y nuevas pancartas; otras 10 o 12 filas escasas. Como enlaces en los espacios desguarnecidos, parejas j¨®venes o matrimonios burgueses con el cochecito del beb¨¦ por delante... Los manifestantes charlaban entre s¨ª, re¨ªan. Una megafon¨ªa estrepitosa, en veh¨ªculos erizados de banderas, se encargaba de hacer ruido repitiendo consignas escasamente imaginativas.A m¨ª me vino a las mientes, contemplando esta festiva expansi¨®n ciudadana, el recuerdo de otros Primero de Mayo muy lejanos: concretamente, el del a?o 1936, en una Melilla que dos meses m¨¢s tarde se convertir¨ªa en adelantada de la cruzada nacional. La avenida de la Rep¨²blica (que antes se llam¨® de Alfonso XIII y despu¨¦s del General¨ªsimo) atestada de gente enardecida, agitando rojas ense?as, escupiendo gritos de odio a los atemorizados viandantes detenidos en las aceras. La sensaci¨®n de que aquella riada vociferante podr¨ªa ser pronto riada de sangre estaba en todos los ¨¢nimos: era algo m¨¢s que una premonici¨®n.
El r¨¢pido correr de la historia, la distancia entre los niveles econ¨®mico-sociales registrados a uno y otro extremo de ese medio siglo transcurrido desde nuestra guerra incivil, el declinar de las ideolog¨ªas que basaban su fuerza en la destrucci¨®n deI adversario: eso es lo que se me hac¨ªa presente contemplando, desde el balc¨®n del paseo de Gracia, el lento discurrir de los paseantes, m¨¢s que manifestantes, en una Barcelona transformada, embellecida, radiante a la espera de los grandes acontecimientos deportivos de 1992. Era un contraste confortador: entre la civilizaci¨®n y la barbarie, entre el progreso dialogante y la exasperaci¨®n vindicativa.
Es el mismo contraste que se puso de relieve, afortunadamente, en nuestro tr¨¢nsito a la democracia, hace 15 a?os, como feliz resultado de dos ciclos evolutivos: el de una derecha con sentido de la realidad -la que produjo el gran cambio- y el de una izquierda -la del PSOE, fundamentalmente- que supo hacer a tiempo lo que ya se hab¨ªa hecho en la Alemania Federal y a¨²n no pod¨ªa vislumbrarse en los pa¨ªses del socialismo real: archivar el marxismo en el anaquel de los valores relativos, desplaz¨¢ndolo del pedestal de una dogm¨¢tica intocable.
Sobre todo, fue decisivo, en aquella coyuntura hist¨®rica, el, sentido com¨²n de Felipe Gonz¨¢lez, ese equilibrio entre noci¨®n de la realidad y apelaci¨®n a la utop¨ªa que hab¨ªa caracterizado siempre su mensaje pol¨ªtico. Lo malo es que, tras el derrocamiento del dogmatismo marxista, nunca ha quedado muy claro lo que significan reallidad y utop¨ªa en el sistema ideol¨®gico del socialismo reciclado, y en cambio ha ido alej¨¢ndose en la perspectiva del tiempo y de la historia el austero sentido moral de que siempre hizo gala el marxismo espa?ol desde los d¨ªas del patriarca Pablo Iglesias.
Se ha hablado mucho en las ¨²ltimas semanas del famoso esc¨¢ndalo de las grabaciones telef¨®nicas que permitieron desvelar las tensiones -innegables- entre Gobierno y partido, o entre aparato del partido y Gobierno. Tras esas tensiones lat¨ªa una lamentable realidad: la disparidad de criterios entre el guerrismo -un populismo que yo llamar¨ªa m¨¢s bien demagogia- y las directrices econ¨®micas, basadas en un racionalismo estricto, mantenidas por Solchaga y respaldadas por Gonz¨¢lez. Para algunos, lo llamativo del esc¨¢ndalo se qued¨® en lo m¨¢s superficial: la terminolog¨ªa chocarrera y cutre, al fin y al cabo -y lamentablemente- caracter¨ªstica de la sociedad de nuestro tiempo, marcada por el estilo hortera a gran escala.
Pero lo m¨¢s grave del episodio apenas ha sido objeto de atenci¨®n. Lo m¨¢s grave, a mi modo de ver, es que toda la polvareda escandalosa suscitada por hechos muy reales en torno al ex vicepresidente del Gobierno -y todav¨ªa vicesecretario del partido- siga estim¨¢ndose como pura an¨¦cdota por una gran masa de militantes de base. Confieso que me sorprendieron los resultados del ¨²ltimo congreso del PSOE: alg¨²n seguidor fervoroso de ¨¦ste me hab¨ªa asegurado, con ingenua fe, que en el seno del congreso se producir¨ªa la retirada de Guerra y la purificaci¨®n del partido. Ya vimos lo que ocurri¨®. Pero todav¨ªa fue m¨¢s sorprendente la movilizaci¨®n de adhesiones al n¨²mero dos cuando (?al fin!) se decidi¨® Felipe Gonz¨¢lez a derrocarle de su pedestal. Ya hab¨ªa sido penoso que el n¨²mero one se resistiera durante tanto tiempo a traducir en determinaciones efectivas lo que la opini¨®n m¨¢s generalizada -y la decencia en la imagen interior y exterior del Gobierno de la naci¨®n- ven¨ªan reclamando desde el mismo instante en que se descubri¨® el affaire del famoso despacho. Pero que, de inmediato, ese derrocamiento..., relativo -a m¨¢s de tard¨ªo-, se convirtiera en motivo de rebeld¨ªa, apenas disimulada, para los incondicionales de Alfonso Guerra, y que a continuaci¨®n las bases -?el aparato?- del partido, se identificasen con este ¨²ltimo..., eso ya me ha parecido no s¨®lo excesivo, sino preocupante en extremo.
Y m¨¢s a¨²n el hecho de que Felipe, en lugar de marcar distancias -esto es, de llamar al orden- se haya apresurado a dar una satisfacci¨®n de imagen al guerrismo, con su fraternal y televisado paseo por el barrio de Sevilla en que transcurri¨® la infancia y la adolescencia de los dos amiguetes. Era lo mismo que decir, gui?ando el ojo: "No os preocup¨¦is de otras apariencias: lo que cuenta es esto. Volvamos a las ra¨ªces". Despu¨¦s de tan imp¨²dico exhibicionismo, no tiene sentido apelar a la independencia de la Moncloa respecto a Ferraz.
De un gran dem¨®crata espa?ol de comienzos de siglo -Canalejas- sabemos la ejemplar reacci¨®n con que, al iniciarse su Gobierno -en 1910-, par¨® los pies a los capos del Partido Liberal -es decir, a las familias del partido que ¨¦l mismo lideraba- cuando pretendieron dictarle pasos e iniciativas: "El Gobierno no se somete a consejos de familia ni acepta tutelas de nadie. Mantiene su programa pol¨ªtico propio. Ser¨¢ bien recibida la adhesi¨®n de los que acepten su programa. Los que se opongan, pueden adoptar la resoluci¨®n que mejor les parezca".
Tambi¨¦n aqu¨ª hay contrastes de tiempos y maneras. Pero esta vez a favor de lo que fue y no de lo que ahora es.
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