El dilema humano del aborto
A pesar de que el aborto es legal en Estados Unidos desde hace 18 a?os, y de que este pa¨ªs tiene uno de las ¨ªndices m¨¢s altos del mundo -unos dos millones anuales, de embarazos interrumpidos-, ning¨²n tema provoca tantos enfrentamientos, tanta pasi¨®n y amarga controversia como el aborto.Dos sucesos recientes han detonado, una vez m¨¢s, la bomba social del aborto. Uno ha sido el respaldo oficial que el alcalde de Nueva York, David Dinkins, ha dado a la RU-486, la p¨ªldora francesa para abortar. Dinkins argumenta que las mujeres que optan por terminar un embarazo deben tener acceso al m¨¦todo m¨¢s privado, seguro y eficaz. El otro evento ha sido la pol¨¦mica sobre el uso de tejidos fetales para el tratamiento experimental de ciertas dolencias incurables como la diabetes infantil y la enfermedad de Parkinson. Mientras unos est¨¢n a favor, otros se oponen y alegan que esta pr¨¢ctica inclina a abortar a mujeres indecisas, al hacerles pensar que con el aborto ayudaran a estos enfermos. La intensa discordia que han causado estos acontecimientos ilustra c¨®mo la sociedad moderna todav¨ªa no ha resuelto el viejo y ag¨®nico dilema del embarazo indeseado.
Despu¨¦s de prohibir el aborto durante m¨¢s de un siglo, excepto para salvar la vida de la madre, en 1973 el Tribunal Supremo de Estados Unidos aboli¨® la ley contra el aborto. En aquella decisi¨®n hist¨®rica, los jueces crearon jurisprudencia al dictaminar que en el primer semestre de gestaci¨®n -periodo durante el cual el feto no es viable- una mujer tiene el derecho constitucional a decidir sobre su cuerpo y a terminar el embarazo sin interferencia alguna del Estado.
La decisi¨®n de los jueces estuvo motivada por varios factores: el miedo a la sobre poblaci¨®n y a sus consecuencias, la creciente estima por la calidad de vida, y, sobre todo, la necesidad de reconocer los derechos inalienables de la mujer a decidir sobre las funciones de su propio cuerpo. Igualmente determinantes fueron la disponibilidad de abortos m¨¦dicos seguros y la convicci¨®n de los jueces y de la sociedad de que las mujeres continuar¨ªan obteniendo abortos con o sin leyes restrictivas.
Si una mujer actualizara su potencial biol¨®gico, dar¨ªa a luz a unos 30 ni?os en el curso de su vida f¨¦rtil. Sin embargo, la gran mayor¨ªa de las mujeres modernas quiere tener s¨®lo dos hijos. La sociedad nunca ha valorado tan poco la maternidad. De hecho, la mayor parte de las mujeres considera el tener muchos ni?os una desventaja, una carga emocional y econ¨®mica y, en definitiva, un obst¨¢culo en el camino hacia la autorrealizaci¨®n. A pesar de todo, las mujeres sienten un enorme conflicto an te un embarazo que no quieren.
A lo largo de la historia, mujeres de todas las nacionalidades han considerado el aborto como una alternativa ante el intolerable dilema del embarazo indescado. Cuando la soluci¨®n parec¨ªa imposible, algunas, sinti¨¦ndose indefensas y abrumadas, perd¨ªan la esperanza y la cabeza y se suicidaban. Otras, en la desesperaci¨®n, se autoproduc¨ªan el aborto, inger¨ªan venenos y sufr¨ªan da?os irreparables, o mor¨ªan a manos de abortistas incompetentes.Hoy d¨ªa, gran parte de las f¨¦minas que no quieren el embarazo pueden optar por un aborto m¨¦dico seguro. Sin embargo, muy pocas se escapan de la dura realidad de que la decisi¨®n no es f¨¢cil, ya que el poder trascendental del aborto sobre la vida y la muerte es sobrecogedor. Un embarazo no deseado plantea siempre la disyuntiva de elegir entre una maternidad que no se quiere y un aborto que se aborrece. Pocas mujeres llegan a imaginarse la estrecha relaci¨®n que existe entre la procreaci¨®n y la supervivencia propia.
Independientemente de su legalidad, el aborto provoca grandes dilemas ¨¦ticos, religiosos y personales. El 70% de la poblaci¨®n estadounidense opina que el aborto debe ser una decisi¨®n privada de la mujer; no existe, en cambio, un consenso moral sobre si el aborto est¨¢ bien o est¨¢ mal. Las explicaciones ¨¦ticas, como los argumentos religiosos, son el resultado de siglos de pol¨¦mica, a los que hay que a?adir las vicisitudes y realidades de la vida moderna.
La mayor¨ªa de los razonamientos comparan las necesidades y los derechos de la mujer con la naturaleza y los derechos del embri¨®n o del feto; casi todos son formulados categ¨®ricamente poni¨¦ndose de parte de uno o del otro. As¨ª pues, para quienes consideran el embri¨®n como un ser humano con todos sus derechos, el aborto es una aberraci¨®n y hasta un crimen. Para los que el embri¨®n no es una persona, los derechos de la mujer tienen prioridad.Los partidarios del derecho de la mujer a decidir sobre el futuro de su embarazo se identifican como pro-elecci¨®n, mientras que los que defienden los derechos del embri¨®n y del feto se conocen como pro- vida. Tanto un grupo como el otro parecen vivir en mundos diferentes, no comparten la mismas premisas ni el mismo lenguaje. Est¨¢n fervientemente convencidos de que sus opiniones sobre el aborto son las m¨¢s correctas, ¨¦ticas y morales. No obstante, es evidente su ternor a que si el otro bando triunfase, muchos de los principios b¨¢sicos que han guiado sus vidas quedar¨ªan devaluados.
Para la mayor¨ªa de las mujeres que se enfrentan con la dura realidad del embarazo indeseado, estos argumentos pol¨¦micos son demasiado abstractos y prefieren optar por segpir sus propias conciencias. Esta es probablemente la raz¨®n por la que, al menos en Estados Unidos, tanto las mujeres que se consideran religiosas como las que no muestran un ¨ªndice de abortos parecido.
Aunque todav¨ªa existen sociedades en las que el aborto marca a la mujer con el estigma del homicidio, la verg¨¹enza de la frivolidad y la culpa de un da?o autoproducido, estudios recientemente publicados en la revista oficial de la Asociaci¨®n Americana de Psiquiatr¨ªa demuestran que cuando el aborto se lleva a cabo dentro de un contexto social que lo acepta, y la mujer recibe apoyo emocional de familiares y amigos, los efectos secundarios son insignificantes. De hecho, muchas mujeres se sienten profundamente aliviadas, menos angustiadas y menos deprimidas despu¨¦s de interrumpir el embarazo, especialmente si lo hacen durante los tres primeros meses de gestaci¨®n. Por el contrario, tanto las mujeres que desean intensamente terminar su embarazo yno lo consiguen como los ni?os desafortunados que crecen en esta situaci¨®n que la madre trat¨® de evitar suelen sufrir da?os emocionales.
Hoy existe ya una mayor aceptaci¨®n del aborto por parte de la medicina, aunque en todas las sociedades hay unos m¨¦dicos que practican el aborto y otros que se niegan. La pr¨¢ctica del aborto es particularmente traum¨¢tica para los m¨¦dicos y enfermeras cuando se lleva a cabo despu¨¦s del primer-trimestre de gestaci¨®n, ya que el procedimiento es semejante al parto y la apariencia del feto es parecida a la de un reci¨¦n nacido. Apegados al principio de defender la vida a toda costa, y no siempre conocedores de la carga inmensa que supone un embarazo indeseado, muchos m¨¦dicos, especialmente los varones, sienten ambivalencia ante el aborto.
Dentro de la pareja, para los hombres el aborto supone un dilema que muchas veces incluso supera al de las mujeres. Su sufrimiento y sentimiento de impotencia se acent¨²an no s¨®lo por no poder acceder a la maternidad, sino porque tampoco controlan la decisi¨®n de terminar el embarazo.
Inevitablemente, al enfrentarnos con el dilema del aborto no s¨®lo cuestiona la filosof¨ªa de la vida, el lugar que ocupa la mujer en la sociedad contempor¨¢nea y el papel que desempefia la maternidad en la realizaci¨®n de la mujer, sino que tambi¨¦n aprendemos algo sobre nosotros mismos y nuestra capacidad de sentir compasi¨®n. En definitiva, el aborto nos plantea el desaf¨ªo de tener que valorar la condici¨®n de ser mujer y, paralelamente, reafirmar nuestro respeto por la vida humana.L. Rojas Marcos es psiquiatra, director del sistema hospitalar¨ªo municipal de salud mental de Nueva York.
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