La 'vaca', los mugidos, el Gobierno y EL PA?S
En noviembre de 1990, Richard Needham, subsecretario para Irlanda del Norte en el Gobierno de la se?ora Thatcher, llam¨® desde el tel¨¦fono del coche a su esposa: "Nada nuevo, querida, s¨®lo una enorme cantidad de trabajo". "Yeah", contest¨® ella por el auricular. Y el confidente marido a?adi¨®: "Estoy deseando que la vaca dimita".D¨ªas despu¨¦s, esta conversaci¨®n, grabada por el esc¨¢ner de un radioaficionado, o qui¨¦n sabe si por un grupo paramilitar irland¨¦s, fue publicada en los peri¨®dicos. Nadie, ni siquiera la vaca (met¨¢fora para designar a la Thatcher m¨¢s pobre que la de dios, referida a Felipe Gonz¨¢lez), se pregunt¨® sobre la conveniencia de dicha publicaci¨®n, sino m¨¢s bien sobre la inconveniencia de los apelativos utilizados por tan parlanch¨ªn pol¨ªtico.
El episodio acab¨® a la inglesa: m¨ªster Needham pidi¨® p¨²blicamente perd¨®n a la vaca, que se lo otorg¨®, para acabar despu¨¦s dimitiendo ella, como Needham ansiaba.
Cuando uno compara estas actitudes con las tonter¨ªas e infamias que se han dicho en torno a las famosas cintas de Txiki Benegas corre el peligro de exagerar el juicio acerca de la capacidad mental y la honradez de pensamiento de una gran parte de nuestra clase pol¨ªtica y una no peque?a de la period¨ªstica. Conspiraci¨®n, espionaje, traici¨®n e irresponsabilidad son los apelativos m¨¢s suaves que la SER, el grupo PRISA y sus directivos hemos recibido. Otros, menos capaces en el manejo del vocabulario, se han limitado a llamarnos -a nosotros y a los colegas en general- sinverg¨¹enzas o hijos de puta, desconocedores quiz¨¢ del aprecio que tenemos en esta profesi¨®n a todo lo que nace y habita en la calle. Luego se han organizado grandes debates en torno a la intimidad o privacidad de la conversaci¨®n de Benegas, al derecho a la informaci¨®n y a la actividad de los servicios secretos en este pa¨ªs. Pero lo que no se ha visto es que Txiki pidiera perd¨®n p¨²blicamente a dios o al enano, ni que ¨¦stos se lo concedieran.
Si mi atenci¨®n, o mis emociones, no se perturban ya con las diatribas de determinados c¨ªrculos, siguen padeciendo con las de no pocos sedicentes profesionales del intelecto. Bien o mal, en mis ya casi tres d¨¦cadas de ejercicio del periodismo, he predicado con insistencia la necesidad del rigor a la hora de narrar los hechos, y es tan poco el que ha caracterizado a las informaciones sobre el asunto que merece la pena preguntarse sobre las intenciones de algunos empedernidos columnistas. ?Tratan de iluminar a sus lectores o ¨²nicamente de practicar el vud¨² con sus obsesiones?
Lo que insignes cabezas de huevo pretenden dilucidar es c¨®mo una empresa ligada a EL PA?S, nada menos que el peri¨®dico gubernamental, es capaz de publicar cosas desagradables para el Gobierno. "Eso tiene que venir del propio Gonz¨¢lez", se dicen los m¨¢s finos, "que quiere cepillarse a Guerra". Empe?ados en id¨¦ntico objetivo, andar¨ªamos unos cuantos contratando detectives, y agentes del Mosad, pero no para fotografiar lances amorosos de un pu?ado de financieros, como hacen otros, sino para interceptar conversaciones telef¨®nicas de l¨ªderes tan indiscutibles y preclaros como el se?or Benegas. Por habilidad t¨¢ctica, o por estulticia estrat¨¦gica, se desv¨ªa la cuesti¨®n de fondo -las divisiones en el seno del socialismo- y se analiza, de acuerdo con el mandato filos¨®fico, el porqu¨¦ de las cosas. Pero se rechaza la ¨²nica explicaci¨®n sencilla: la SER emiti¨® las conversaciones porque comprob¨® que eran verdad y resultaban del inter¨¦s del p¨²blico. Es para lo que est¨¢n los medios de comunicaci¨®n en una democracia, y lo que hubiera hecho cualquier otra radio decente que hubiera tenido acceso a las cintas. Naturalmente, soluci¨®n tan obvia se aviene mal con las angustias vitales de los mediocres: si la SER, PRISA y Polanco hacen todo eso es porque son independientes, del poder pol¨ªtico. "Y ya se sabe que no lo son", espetan de consumo.
Con ocasi¨®n de celebrar el n¨²mero 5.000 de EL PA?S mencionaba yo el deseo de Jes¨²s Polanco y m¨ªo de escribir un libro sobre la historia desconocida de la transici¨®n a trav¨¦s de la de este peri¨®dico. Comentando d¨ªas atr¨¢s el gaytrinar desatado por el caso de las cintas, llegamos ambos a la conclusi¨®n de que quiz¨¢ era bueno aclarar algunos puntos, toda vez que la mendacidad y la insidia contra esta casa se han venido acumulando en las ¨²ltimas semanas. En las redacciones de los medios controlados o gestionados por PRISA reina la escrupulosa costumbre de no polemizar con los colegas y de menospreciar las injurias. Esta es, pienso, una buena pol¨ªtica, pero sus propiedades desaparecen en el momento en que el conocido sistema nazi de repetir las mentiras muchas veces para convertirlas en verdad amenaza con confundir a nuestros lectores e incluso al propio celo de nuestras convicciones privadas. No resulta preciso pensar mucho para entender que las opiniones aqu¨ª vertidas son de mi exclusiva responsabilidad, pero ni una sola de ellas se hace p¨²blica sin el acuerdo y consentimiento del presidente de esta casa. En lo que concierne a los hechos, ni a ¨¦l ni a m¨ª corresponde modificarlos. Y si esta explicaci¨®n se ha dilatado en el tiempo por encima de lo deseable, es debido a que la prudencia aconsejaba no interferir el reciente proceso electoral con un debate que, en nuestro ¨¢nimo, se encuentra absolutamente alejado de cualquier coyuntura pol¨ªtica.
PRISA fue fundada, gracias a la inspiraci¨®n de Jos¨¦ Ortega Spottorno, con el objeto inicial de publicar EL PA?S. Era, y es, un esfuerzo colectivo que trataba de dar respuesta a las carencias culturales y pol¨ªticas de la prensa del franquismo y cooperar a la construcci¨®n democr¨¢tica. Todo el desarrollo empresarial de PRISA se ha hecho a partir del ¨¦xito del peri¨®dico y responde al mismo aliento moral que inspir¨® su fundaci¨®n. No existe ning¨²n grupo, instituci¨®n o persona f¨ªsica que controle la mayor¨ªa del capital, aunque el consenso en torno a Jes¨²s Polanco de los principales socios que dieron a luz el proyecto garantiza una rnayor¨ªa s¨®lida, que siempre ha amparado las decisiones profesionales. Esta actitud s¨®lo corri¨® peligro de truncarse con la b¨¢rbara irrupci¨®n de intereses ajenos al diario en los d¨ªas del inicial ¨¦xito del mismo. Hubo un proceso de compraventa de acciones, al margen de los estatutos de la sociedad, que amenaz¨® con desfigurar el contenido editorial y profesional del invento. Resuelta aquella batalla interna, hace ya muchos a?os que la sociedad goza de estabilidad y pujanza. En el interregno, en el accionariado de PRISA ha habido fraguistas, suaristas, comunistas.... pero nunca nadie del PSOE que no fuera debido a los resultados imprevistos de la fusi¨®n del partido de Tierno Galv¨¢n con el de Felipe Gonz¨¢lez. De modo que cualquier intento de demostrar la supuesta vinculaci¨®n de nuestro peri¨®dico al Gobierno socialista por v¨ªas de la propiedad resultar¨ªa tan fallido que los calumniadores de turno siempre se han abstenido de ensayarlo.
El hecho de ser EL PA?S un peri¨®dico cr¨ªtico con el poder, en tiempos en los que se arrastraba una tradici¨®n de obediencia por parte de muchos colegas, y una cierta coincidencia de intereses generacionales tambi¨¦n, beneficiaron a los socialistas, durante su etapa en la oposici¨®n, con las actitudes editoriales del diario. Pero la suposici¨®n de alg¨²n tipo de conexi¨®n privilegiada entre EL PA?S y el Gobierno ha llevado y lleva a cometer errores de bulto. No es el menor el de buscar una influencia del poder tras la presencia de PRISA en la cadena de radio responsable de la difusi¨®n de las cintas de Benegas. Las cosas, sin embargo, tienen un origen bien distinto.
Al hilo del ¨¦xito editorial de EL PA?S y del anuncio de una ley de televisi¨®n privada por parte del Gobierno de Suarez, el otrora director de la cadena SER, Eugenio Font¨¢n, se acerc¨® a nosotros en el verano de 1980 sugiri¨¦ndonos la creaci¨®n de una empresa conjunta que optara a una licencia. Entusiasmados con la idea, nos pusimos a trabajar y llegamos a un acuerdo de principio. De manera que en marzo de 1981 ten¨ªamos la oportunidad de celebrar una comida con los dirigentes de la SER para sellar los t¨¦rminos del pacto. Nuestra todav¨ªa juvenil ingenuidad no hab¨ªa previsto lo que el propio Font¨¢n nos comunic¨® entonces: la actitud inequ¨ªvoca del peri¨®dico en los azarosos d¨ªas del golpe del 23-F nos hac¨ªa indeseables a ojos de los militares y de otras instancias del poder, por lo que nos descalificaba como socios eventuales de la SER. Reconozco que, pese a ser coherente esta actitud con la tradici¨®n reaccionaria de nuestros interlocutores, no dej¨® de molestarnos.
Quiso la casualidad que, por aquella ¨¦poca, el Banco Hispano decidiera desprenderse de un paquete de acciones de la SER de su propiedad. Gregorio Mara?¨®n, consejero de PRISA y compa?ero m¨ªo en la Universidad, alert¨® a Polanco de este hecho -y me parece dif¨ªcil identificar a Gregorio con los intereses del PSOE-. De modo que hicimos patente nuestro deseo de comprar. El banco, no obstante, extendi¨® una opci¨®n durante nueve meses a beneficio de los accionistas de la radio. Ni la familia Garrigues ni la familia Font¨¢n hicieron uso de ella, por lo que, transcurrido el plazo, pudimos nosotros acceder a la propiedad. Antes hab¨ªamos realizado otras adquisiciones menores, pero, en realidad, el control de la SER por parte de PRISA no se obtuvo sino cuando la familia Font¨¢n, conocedora de la situaci¨®n de quiebra y desorganizaci¨®n que su propia gesti¨®n hab¨ªa llevado a la empresa, vendi¨® sus acciones a la sociedad editora de EL PA?S. O sea, que, desde cualquier punto de vista, los intentos de vincular de nuevo a PRISA y EL PA?S con el Gobierno socialista, a trav¨¦s de la SER, resultan del todo contrarios a la m¨¢s m¨ªnima decencia intelectual.
Hab¨ªa entonces, y persiste ahora, un hecho lamentable. El 25% de la SER pertenece al Estado por causa de una expropiaci¨®n perpetrada por la dictadura. Esta situaci¨®n la padecen tambi¨¦n otras cadenas radiof¨®nicas en mayor o menor medida. Insistentemente, los responsables de PRISA hemos pedido negociaciones al Gobierno para lograr la devoluci¨®n a los accionistas de las radios privadas de lo que les fue directamente expoliado y confiscado por la burocracia franquista. La buena disposici¨®n aparente del Gobierno -en definitiva, el mismo que privatiz¨® la prensa del Movimiento- se ha visto truncada una vez m¨¢s por culpa o con motivo de la difusi¨®n de las cintas de Benegas, que ha llevado al Patrimonio del Estado a reforzar su presencia en el consejo de la SER y a protestar -y que conste en acta- por la decisi¨®n de ¨¦sta de publicarlas.
La tercera insidia, que avalar¨ªa la gubernamentalidad de nuestro grupo de comunicaci¨®n, es la atribuci¨®n de una licencia de televisi¨®n de pago a una empresa participada al 25% por PRISA. Nadie reclama, en cambio, id¨¦nticas marcas de pecado para otros colegas que participan en el capital de Antena 3 o en el de Tele 5. Pero, al margen de cualquier otra sospecha, hemos mantenido inequ¨ªvocamente nuestra cr¨ªtica a la actual ley de televisi¨®n, fruto de una retorcida e ignorante concepci¨®n del mundo de la empresa y de los medios de comunicaci¨®n de masas. En cualquier caso, la eficacia y profesionalidad de los servicios informativos de Canal + han imposibilitado cualquier acusaci¨®n de sectarismo contra ¨¦l, y las p¨¦rdidas acumuladas que las televisiones sufren -y han de sufrir en los pr¨®ximos a?os- facilitan la reflexi¨®n de que, si han sido un regalo para alguien, el caramelo estaba envenenado.
Los lectores de EL PA?S ten¨ªan derecho a estas explicaciones desde hace tiempo. Ellos son los ¨²nicos jueces posibles de las posiciones del diario y de sus inclinaciones editoriales. Lo que opinen sobre nosotros quienes no nos leen s¨®lo nos preocupa en tanto en cuanto les pueda alejar de la decisi¨®n de hacerlo en el futuro. Pero aspiramos a mantener una legi¨®n de lectores juiciosos que, de acuerdo o no con nuestros criterios, valoren la profesionalidad de nuestro trabajo.
De forma un¨¢nime, y a propuesta de su presidente, el Consejo de Administraci¨®n de PRISA ha avalado la decisi¨®n del director de la SER de emitir las cintas de la discordia. Como no escribo para incr¨¦dulos, sino para amantes de conocer la verdad sobre los hechos, repetir¨¦ en p¨²blico lo que tantas veces hemos tenido ya que explicar en privado. Cuando la radio emiti¨® la conversaci¨®n de Txiki Benegas, Jes¨²s Polanco estaba de viaje en Buenos Aires, y, por m¨¢s esfuerzos que hice para alertarle de la existencia de las cintas, s¨®lo pude hacerlo horas despu¨¦s de haber sido radiadas. Es verdad que dije a Delk¨¢der que la decisi¨®n de emitirlas, o no, le correspond¨ªa a ¨¦l como director del medio. Pero es verdad tambi¨¦n que, cuando lo hice, ¨¦l y yo sab¨ªamos que todo el mundo en esta casa -del presidente al ¨²ltimo llegado- entiende que los medios de comunicaci¨®n est¨¢n para dar noticias, no para callarlas. Incluso si esas noticias revisten a veces la apariencia de mugidos, como en el caso de m¨ªster Needham y la vaca.
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