La lluvia desluci¨® el concierto de Pavarotti
Los invitados de honor plegaron los paraguas a instancia del cantante
Hubo magia, pero la lluvia londinense no permiti¨® alcanzar los 250.000 asistentes previstos al concierto que Luciano Pavarotti dio ayer en el Hyde Park, en conmemoraci¨®n de sus 30 a?os de carrera. El tenor italiano ofreci¨® durante dos horas un programa en el que alternaron arias y cancionespopulares a unas 149.000 espectadores. Los invitados de honor pagaron cerca de 90.000 pesetas por estar junto al escenario: en esas sillas al aire libre se sentaron y se mojaron el pr¨ªncipe Carlos, Lady Di y el, primer ministro, John Major, porque Pavarotti pidi¨® que plegaran los paraguas para facilitar la visibilidad.
Al comenzar el concierto, bajo una fuerte lluvia que no ces¨® durante las dos horas, Pavarotti pidi¨® a los invitados de honor, situados en una tarima entre el escenario y la gran masa de p¨²blico, que plegaran los paraguas en atenci¨®n a los espectadores que hab¨ªan aguardado un d¨ªa entero para presenciar el recital: as¨ª termin¨® con las protestas del pueblo llano, tapado por los paraguas de los privilegiados. Los pr¨ªncipes de Gales fueron precariamente protegidos por una especie de toldo improvisada con las gabardinas de los escoltas. John Major, bajo una toalla, acab¨® el concierto empapado.Algunos asistentes hab¨ªan pasado la noche anterior durmiendo sobre la hierba para obtener un buen sitio, inmediatamente detr¨¢s del recinto destinado a los invitados de honor y a los 4.000 afortunados que se hab¨ªan hecho con una entrada especial, previo pago de entre 200 y 500 libras (entre 30.000 y 90.000 pesetas, aproximadamente). La mayor parte del p¨²blico afluy¨®, sin embargo, a partir del mediod¨ªa.
Las estaciones de metro m¨¢s cercanas al parque rozaban el colapso hacia las cinco de la tarde, a pesar de los convoyes adicionales y de las l¨ªneas de autobuses que funcionaban especialmente para la ocasi¨®n.
El escenario preparado para la magna velada era un gran cubo de color rosado, dotado de un breve frontispicio y de unas columnas laterales id¨®neas para aportar el toque kitsch que requiere la imagen convencional de la ¨®pera.
Tras Pavarotti formaban la Orquesta Filarm¨®nica londinense y un coro compuesto por 90 estudiantes de canto, dirigidos por Leon Magiera. La megafon¨ªa central -hac¨ªan falta micr¨®fonos, l¨®gicamente- se concentraba en un poderoso equipo suspendido en el aire, a casi 50 metros de altura.
Tres pantallas gigantes, dotadas de su propia megafon¨ªa, permit¨ªan a la multitud seguir el concierto a centenares de metros de distancia del escenario.
El ambiente era el propio de un gran concierto pop. Cientos de miles de personas, cientos de miles de hamburguesas y cientos de miles de cervezas. El propio Pavarotti, a quien llaman Ya p¨®pera star, admiti¨® por la ma?ana que "si eso significa reunir a multitudes para escuchar arias como se re¨²nen para el rock, la comparaci¨®n me parece buena". Luciano Pavarotti cumpli¨® perfectamente con su papel de estrella. "Mi voz no est¨¢, ha desaparecido", declar¨® por la ma?ana, para a?adir, como hab¨ªa hecho ya el d¨ªa anterior, que es "algo psicol¨®gico: antes, de un gran concierto, estoy convencido de que no podr¨¦ cantar". S¨ª pudo.
En el parque se hab¨ªan distribuido folletos con algunas instrucciones elementales para el p¨²blico, que inclu¨ªan desde la ubicaci¨®n de los urinarios y de la Cruz Roja hasta orientaciones como la siguiente (extra¨ªda del Evening Star): "Un concierto de ¨®pera es como uno de los Rolling Stones: no se entiende la letra de las canciones, dura un mont¨®n de horas y hay que tragarse un mont¨®n de m¨²sica antes de que suene el par de ¨¦xitos que usted conoce y le gustan".
Fue dif¨ªcil escuchar el arranque del concierto, cuando coro y orquesta atacaron los coros de Nabuco, sin reprimir un estremecimiento. La lluvia arreci¨®, pero hubo magia.
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