El fauno de Vaucluse
Todos tenemos varias asignaturas pendientes: hay las que tardan tiempo en aprobarse y otras que no se aprueban nunca. Cuando hac¨ªa bachiller tuve un profesor de Literatura, enjuto de cuerpo, con voz chillona y una nariz a lo Cyrano que parec¨ªa s¨®lo haber sido fabricada para sostener unas enormes gafas de concha negra. Todo lo aburrido y pan-sin-sal que en principio parec¨ªa ser este personaje se esfumaba cuando, casi en ¨¦xtasis, nos le¨ªa la Divina comedia, nos descubr¨ªa el procaz Decamer¨®n o recitaba a Petrarea. Este ¨²ltimo era su favorito, pues, dec¨ªa, "adem¨¢s de unificar y fijar la lengua, supo vivir la vida... F¨ªjense... se instal¨® en Vaucluse". A veces mi querido profesor llegaba a clase cabizbajo, yo dir¨ªa que harto de la vida, de sus mediocres colegas y ya no digamos de sus alumnas, f¨¢rfullando, murmurando por lo bajo... algo que no llegu¨¦ a entender nunca, pero en donde siempre aparec¨ªa la palabra Vaucluse. Estos farfullamientos, murmuraciones, eran tantos y tan frecuentes que Vitucluse lleg¨® a ser tan familiar a mis o¨ªdos como el campaneo de la hora en la iglesia de mi barrio.Un verano, hace ya unos cuantos a?os, cay¨® en mis manos una biograf¨ªa de Petrarca del Eton College. Aunque su discurso era m¨¢s pesado y denso que el, dir¨ªamos, l¨ªrico, emocionado y cantar¨ªn de mi primer introductor al renacimiento, obtuve unos cuantos datos bastante valiosos que me incitaron m¨¢s a conocer el refugio petrarquiano de Vitucluse. Incitaci¨®n que siempre se vio frustrada en todos mis viajes a. Francia, por ¨¦ste o aquel compromiso.
Hace unos d¨ªas me entero de que una librer¨ªa de viejo de Avi?¨®n, con un arsenal de obras de psicolog¨ªa y psiquiatr¨ªa, se hab¨ªa quedado sin due?o y pon¨ªan a la venta, por precios realmente m¨®dicos, todas las existenclas. Dicho y hecho, la compra se hizo en medio d¨ªa. Mereci¨® la pena. Y m¨¢s cuando, con un d¨ªa y medio por delante, ten¨ªa la oportunidad de acercarme a Vaucluse y darme unos cuantos paseos por La Fontalne de Plinio, Mistral y Petrarca.
All¨ª, al pie de un precipicio calc¨¢reo de m¨¢s de 200 metros, al fondo de,un circo rocoso dominado por el esqueleto de un castillo fantasma, se abre la boca umbr¨ªa de una gruta donde nace el r¨ªo Sorge. Este nacimiento es un fen¨®meno natural porque se trata de una balsa de agua de 300 metros de profundidad. En realidad, es como el sif¨®n de un caudal, subterr¨¢neo, de modo que cuando ¨¦ste crece, el agua en la gruta se desborda por la boca de la caverna y se precipita tumultuosamente hacia el valle. Esta prodigiosa masa l¨ªquida puede alcanzar un caudal de 200.000 litros por segundo, lo que la convierte en una de las fuentes m¨¢s voluminosas del mundo. Pues bien, en uno de los recodos de este valle frondoso, en medio de las Garrigas provenzales, se refugi¨® Petrarea del mundanal ruido papal y cortesano de Avi?¨®n. All¨ª repas¨®, escribi¨® y plane¨® la mayor parte de su obra. Y no me extra?ar¨ªa que tambi¨¦n all¨ª alimentara su pasi¨®n por Laura, h¨¢bilmente compaginada con dos hijos naturales. El ronronear continuo de un agua verde y cristalina, el olor a sauce y pl¨¢tano y el charivari de las golondrinas, es un escenario perfecto para componer unas rimas. Escenario todav¨ªa no descubierto -y espero que tarden- por las grandes empresas tur¨ªsticas, ya que la infraestructura que ofrece este oasis parece haberse quedado aparcada en los a?os treinta. Ni un relais de luxe como corresponde a la Provence, ni un restaurante cuidado, ni un hacer m¨ªnimo para enganchar a un turismo medianamente exigente. Ech¨¦ un vistazo a los dos hotelillos de la plaza y, sin querer, fui a caer a una callejuela nada especial.
S¨®lo una puerta se abr¨ªa en aquellos muros grises, y dejaba entrever unas hileras de geranios que hac¨ªan ciertamente atractiva la entrada, sobre todo en medio de aquel cutrer¨ªo y dejadez en el tiempo. Dentro, decoraci¨®n, estilo y habitantes se resumen en una sola palabra: decadencia. Record¨¦ al instante un consejo de amigo: "No t' hi fixis y adelante". No habiendo nada que hacer y cansada ya de pasear, leer y escribir unas cuantas notas, decid¨ª escuchar un rato a Bernard Pivot. "Imposible", me contest¨® el encargado, "aqu¨ª no tenemos televisi¨®n. Hay que pagar unos impuestos excesivos y no cotizamos para ello... Pero si usted quiere puede hablar con rm padre". Al cabo, apareci¨® un seflor pegado a un peluqu¨ªn, corpulento y bastante entrado en a?os, con unos ojos de volc¨¢n que arrasaban, que dulcemente se desliz¨® hacia m¨ª con una cestita en la mano, y despu¨¦s de ofrecerme una fresa silvestre me espet¨® sin m¨¢s pre¨¢mbulos: "?Y usted por qu¨¦ ha venido aqu¨ª?'. "Por azar y...". No me dej¨® terminar: "El azar, madame, no existe; como la suerte: se fabrica... De todas formas, supongo que usted est¨¢ aqu¨ª para saber cosas de Petrarca. Contrariamente a lo que se cree la gente, ¨¦l no viv¨ªa aqu¨ª, usaba La Fontaine de Vaucluse como refugio cuando sus devaneos amorosos le forzaban a huir de Avigi?¨®n y su gran amigo Philippe de Cabassole, obispo de Cavaillon, que era el se?or del castillo, le proteg¨ªa.
Por otra parte, la famosa Laura de Nov¨¦s, que estaba casada con un antepasado del marqu¨¦s de Sade, nunca fue su amante, si?o su musa, que ¨¦l explot¨® como s¨ªmbolo para lograr coronarse como poeta en Roma con la corona de laurel. A modo de aclaraci¨®n le dir¨¦, madame, que laurel y Laura significan lo mismo en la c¨¢bala fon¨¦tica...". Y as¨ª sigui¨® el se?or Pradell de Tacussel hablando durante una hora con voz gruesa y un elegante aire nost¨¢lgico. A la ma?ana siguiente me estaba esperando en el rellano de la escalera, esta vez no con una fresita, sino con el libro de las Lettres de Francesco Nelli Rinucci a P¨¦trarque (Un ami de P¨¦trarque). "La gente se conoce m¨¢s por los amigos que por ellos mismos", me dijo. Al preguntarle de d¨®nde hab¨ªa sacado esta obra tan rebuscada me hizo pasar a su estudio y como un fauno que en vez de portar un tirso y, tocar la flauta de pan prefirlera las tareas de las mu sas, me niostr¨® la biblioteca de sus antepasados donde ¨¦l, que no le¨ªa, encontraba contesta cion a sus preguntas. S¨®lo to maba los libros para saber "el porqu¨¦ de 1as cosas", no busca ba nunca la instrucci¨®n, sino sa ciar hasta el l¨ªmite su curiosidad sobre las causas. El se?or Tacussel, en vez de perseguir a las ninfas, se adentraba todas las noches hasta altas horas de la madrugada, en la lectura del Diccionario hist¨®rico de Moreri, cuya compra me recomend¨® efusivamente. De vez en cuan do, y sin ven ir a cuento, pero yo creo que para saber qui¨¦n ten¨ªa delante, lanzaba preguntas so bre Bizaricio, An¨ªbal o Bolleau, y con mirada inquisitiva espera ba las respuestas... Como un fogonazo en la m¨¢quina del tiempo, me volv¨ª a encontrar delante de mi viejo profesor., Sent¨ª el temple y la presencia poderosa de estos hombres de otra generaci¨®n que se interesaban por cosas que ya casillemos olvidado. Y me pregunt¨¦ cu¨¢ntos estilos humanos habr¨¢n existido que ya nunca podremos conocer: c¨®mo ser¨ªa Petrarca, o Plinio, 0 cu¨¢ntos pasaron por este lugar. Cada generaci¨®n tiene sus estilos proplos y a m¨ª siempre me ha causado respeto y admiraci¨®n el captar los modales y los valores que fueron y se Ir¨¢n con los ¨²ltimos que los encarnan. El fauno,ha llegado a ser un personaje mitol¨®gico como quiz¨¢ lo sean para. los que vienen, estos genius loci. Busqu¨¦moslos. Quedan ya pocos.
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