Infantas, p¨¢ramos y alcores
BriviescaEl prolongado arrebato de felicidad que se apoder¨® del ¨¢nimo de mis dos acompa?antes, ayer tarde, en Logro?o, en las amigables tascas de las calles del Laurel y del Peso, fue la causa de nuestro posterior retraso sobre el horario previsto. Retraso que s¨®lo tuvo un inconveniente, pero grave: la noche impidi¨® contemplar el magn¨ªfico espect¨¢culo que es la entrada a Castilla por el desfiladero de Pancorbo. Ya de, camino, confi¨¦ en que los Ojos de la memoria me ayudar¨ªan a reconocer soberbias crester¨ªas y gamas de tostados y rojizos donde s¨®lo hab¨ªa sombras. El auxilio del recuerdo se revel¨® m¨¢s bien, ineficaz y endeble. Por lo visto, con los a?os, el poder evocativo de la memoria se independiza de los dictados de la voluntad del individuo y act¨²a por cuenta propia, como cualquier v¨ªscera de nuestro organismo.
Por el momento, y en contra de mis temores, el trato entre mis dos acompa?antes -una centroeuropea adicta a la reflexi¨®n pura y un joven baterista barcelon¨¦s- discurre por los, caminos de una suave cordialidad. Ella, Anke, ha convertido el coche en una especie de biblioteca ambulante en la que las gu¨ªas tur¨ªsticas y literarias sobre Castilla y Le¨®n se mezclan con el Romancero, las obras completas de Santa Teresa, Juan de la Cruz, Fray Luis de Le¨®n, Unamuno, Ortega y Gasset, Azor¨ªn, Caro Baroja, Delibes... En malet¨ªn aparte, del que no se separa un instante, guarda monograf¨ªas dedicadas al estudio de varios personajes femeninos castellanos (Juana la Loca, Teresa de Jes¨²s, Jimena, distintas Urracas, Isabel la Cat¨®lica, etc¨¦tera), objeto, al parecer, de sus intereses viajeros. Mis dos acompa?antes mostraron cierto desconcierto a nuestra llegada al hotel de Briviesca, debido a los primeros contactos con la due?a del establecimiento en el que, en principio, nos aguardaban cobijo y alimento. Un refrigerio nos aguardaba en la barra del bar. El tono expeditivo de la hotelera sorprendi¨® al joven Mart¨ª, que tardar¨¢ sin duda un par de d¨ªas en advertir que la rotundidad y ausencia de florituras en la expresi¨®n de los castellanos no significa, en absoluto, falta de cordialidad. La centroeuropea, familiarizada con el pa¨ªs a trav¨¦s de los textos de los cl¨¢sicos, se sorprendi¨® por hallarse en un hotel europeamente acondicionado, regido por una mujer que, en lugar de llevar vida retirada en convento de clausura, impart¨ªa ¨®rdenes, con temple de directora de empresa, a un par de camareros taciturnos y m¨¢s bien reservones. Por cierto, empiezo a temer las ideas preconcebidas de Anke sobre este pa¨ªs y sus gentes. Para ella, Burgos es el poema cidiano, sudor y calor, y esta ma?ana las huertas con ¨¢rboles frutales que rodean Briviesca, las tierras que disfrutan la alegr¨ªa del regad¨ªo y la temperatura m¨¢s bien fresca la han sumido en un mar de desconfianzas en cuyas corrientes a¨²n se debate pregunt¨¢ndome, de vez en cuando, si no habremos equivocado la ruta y nos hallaremos en Navarra o en La Rioja. Afortunadamente, el paseo por Briviesca la ha devuelto ligeramente a su realidad libresca, en la que ha acabado por reintegrarse ante el torno del convento de Santa Clara, habitado por monjas de clausura- Luego, el encantador templete de m¨²sica, en la plaza. Mayor, ha mitigado su disgusto por no poder visitar la iglesia g¨®tica de San Mart¨ªn, cerrada, seg¨²n nos han explicado, porque abre s¨®lo en invierno ("es la que tiene calefacci¨®n"). En verano, los oficios se celebran en la de Santa Mar¨ªa.
Santo Domingo de Silos
Descanso placentero, suaves paseos por las afueras de la diminuta, casi enternecedora localidad, por caminos que huelen a tomillo y a jara, rodeados de lomas grises, algo azuladas seg¨²n la cambiante intensidad del anublamiento del cielo. Para quien aqu¨ª est¨¢ de paso (y va al paso y no al trote), el lugar es un escenario casi nirv¨¢nico a cuyo encanto contribuyen, adem¨¢s del monasterio rom¨¢nico de Santo Domingo, el lirismo -tan preciosamente escueto- del paisaje y la apacible cordialidad de sus habitantes, expresada con ese empaque verbal que, como en toda la provincia de Burgos, mece el o¨ªdo del visitante a los sones de la perfecci¨®n fon¨¦tica. Aunque el impacto del habla burgalesa no obedece s¨®lo a su fon¨¦tica: el rigor expresivo, la precisi¨®n l¨¦xica y el reposo gramatical sorprenden al oyente hasta el extremo de cerrar los ojos y ver, revestido con toga de magistrado, al campesino o camarero que le est¨¢ hablando. Magistrados, como es l¨®gico, no hay en Silos. Los profesionales del sector terciario acabar¨ªan cantando gregoriano con los monjes del monasterio, sin nada que hacer en un pueblo de 170 habitantes. Apenas dos docenas de muchachos y ocho ni?os constituyen la poblaci¨®n joven de Santo Domingo de Silos, habitado sustancialmente por ancianos que viven solos y mueren bajo la insuficiente asistencia de un m¨¦dico que acude al pueblo dos veces por semana. Buena parte de la vida econ¨®mica del lugar depende del turismo, seg¨²n nos cont¨® su alcalde, Emeterio Mart¨ªn. La conversaci¨®n ten¨ªa lugar en el amesonado restaurante del hotel y un catal¨¢n hombr¨®n, que se regalaba con un lech¨®n asado en la mesa de al lado, le interrumpi¨® con voz recia: "Eso del turismo se acab¨®". ?Desafortunado comentario! La expresi¨®n del alcalde delat¨® honda preocupaci¨®n: la ¨²nica salida para los pocos j¨®venes que quedan en el pueblo es la hosteler¨ªa. Ir a Salas de los Infantes o a Burgos supone estar de regreso a las cinco de la madrugada.
Mart¨ª se mostraba impaciente por acudir temprano al monasterio. Creo que su conversi¨®n se produjo ayer, en Burgos, por obra y gracia del gu¨ªa de la catedral. Al grito de "?andando y mirando!", dicho gu¨ªa conduc¨ªa al grupo de visitantes por el templo compendiando, en inmoderadas rimas, las excelencias art¨ªsticas de retablos churriguerescos, capillas g¨®ticas, cruceros, c¨²pulas ojivales, sepulcros de condestables, escaleras renacentistas y Magdalenas rafaelianas, con el pasado hist¨®rico burgal¨¦s. Ya luego, en el paseo del Espol¨®n, entre el puente sobre el r¨ªo Arlanz¨®n y el Arco de Santa Mar¨ªa, con el monumento del Campeador a un lado, el joven baterista y la centroeuropea intercambiaron opini¨®n sobre los gu¨ªas de la jornada: una elogiaba a la profesional -met¨®dica y concienzuda- del monasterio de las Huelgas (donde Anke hall¨® sustanciosa huella de do?a Ana de Austria y de sus legendarios amor¨ªos), Mart¨ª prefer¨ªa al rimador en consonante de la catedral. Me margin¨¦ de la discusi¨®n para abandonarme a las delicias que procuran al viandante esos cuidados paseos que, cual el burgal¨¦s del Espol¨®n, acompa?an el paso de los r¨ªos por algunas ciudades espa?olas. El gris de la piedra de Burgu¨¦s se azulaba casi al inicio de una atardecida que se prolong¨® hasta que llegamos a Covarrubias. Luminosa, rubia, dignamente acicalada, Covarrubias ofreci¨® mucho trabajo a Anke: adem¨¢s de las tres infantas abadesas -las tres Urracas- que descansan bajo el retablo churrigueresco de la preciosa Colegiata, el lugar guarda los restos de otra dama hist¨®rica con la que nuestra centroeuropea no contaba. Se trata de Cristina de No ruega, que cas¨® con el infante Fernando, hijo de Fernando el Santo, y muri¨® de melancol¨ªa profunda, seg¨²n la leyenda, o de malmaridada, seg¨²n la cotiller¨ªa hist¨®rica.
Valladolid
Los tinos de Cigales dejaron ayer en reposo las piernas de Anke y la arrastraron a la rememoraci¨®n de sus or¨ªgenes: procede de la baja Austria y est¨¢ gen¨¦ticamente tocada por el br¨ªo mediterr¨¢neo. El paso por tierras palentinas exig¨ªa elecciones y, por tanto, renuncias: ?ruta rom¨¢nica?, ?camino de castillos? Anke se revel¨® infatigable e imp¨ªa: Aguilarde Campoo, Ampudia, Astudillo, Carri¨®n de los Condes, Due?as, Fr¨®mista y, por supuesto, Palencla, donde, a orillas del r¨ªo Carri¨®n, se sent¨® y confes¨® cierto cansancio. Sin embargo, el vuelo de campanas de la catedral bast¨® para resucitarla al instante, y Anke propuso ir a reponer fuerzas practicando esqu¨ª acu¨¢tico en los pantanos de la zona norte?a de la provincia. Afortunadamente, Mart¨ª se neg¨® en rotundo a cometer estragos con el cuerpo.
Al fin la convencimos para seguir viaje hacia tierras vallisoletanas, asegur¨¢ndole, p¨¦rfida mente, que pretend¨ªamos visitar el Archivo Hist¨®rico Nacional, en el castillo de Simancas. No s¨®lo no nos recrimin¨® el enga?o sino que lo agradeci¨®: a cambio visitamos la rica Medina, Pe?a fiel, y pernoctamos en Tordesillas, donde dejamos que nos re creara el delirio de do?a Juana, que lo interpretara en clave freudiana y concluyera que fue empujada a la locura no s¨®lo por el amor sino por el machismo de la ¨¦poca, que logr¨® impedirle reinar.
Ya en Valladolid, nos volvimos a encontrar con el catal¨¢n hombr¨®n que conocimos en Silos. Esta vez el encuentro se produjo en un mes¨®n en una de las calles porticadas pr¨®ximas a la plaza Mayor. El catal¨¢n nos acompa?¨® al Museo de Escultura Polieromada. Las tallas de Juan de Juni, de Gregorio Hern¨¢ndez, de Berruguete, de Pedro de Mena, le arruinaron la digesti¨®n: "Mire usted, yo no entiendo de cristos ni de v¨ªrgenes: pero si piso otra vez este museo soy capaz de creer en lo que no creo".
Ma?ana: Castilla y Le¨®n /y 2
Vuelven los vencejos
Ana Mar¨ªa Moix
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