Luna de Miel en Tenerife
Foto: Cristina Garc¨ªa Rodero
Yo nac¨ª en Castilla la Vieja. De ni?o, mis ojos se llenaron de parameras y trigales, (le cerros desnudos y de montes de roble y matorral. Aprend¨ª a interpretar con la mirada la diferente figura que dejan los surcos en tierras arcillosas, o en calizas, o en campos de s¨ªlice y mucho pedregal. Ese era el pa¨ªs f¨ªsico que abarcaban mis sentidos. A ¨¦l se refiere en memoria m¨¢s antigua, la primera y un tanto adusta lecci¨®n de geograf¨ªa que la pen¨ªnsula Ib¨¦rica me pod¨ªa suministrar. Luego los a?os han ido aportando la cosecha de otros paisajes, y en ese paulatino descubrimiento de Espa?a, el territorio de las islas Canarias ven¨ªa representado simb¨®licamente por un palmar y una torre de apartamentos. Tr¨®picos, piscina y sol. Todo lo que yo conoc¨ªa de las islas Canarias lo hab¨ªa visto en el escaparate de una agencia de viajes. No era raro que la propuesta econ¨®mica ofreciera una semana en Canarias por el precio que uno paga cenando con unos amigos un s¨¢bado de buen apetito. Los tr¨®picos son tristes, me dec¨ªa la voz del antrop¨®logo, y cargan con la humillaci¨®n del dromedario paseando a los turistas. He tardado media vida en venir a las islas, pens¨¦. Llegu¨¦ a Tenerife por la noche, calculando que no pod¨ªa esperar m¨¢s. Junto a m¨ª ven¨ªa una parejita de novios en viaje de bodas.-?De d¨®nde sois?
-De N¨¢jera.
Result¨® que eran parientes de un conocido m¨ªo de Logro?o. Se hab¨ªan casado la tarde anterior. Charlaron alegremente y me precedieron enlazados de la mano por la escalerilla del avi¨®n. Sobre la pista del aeropuerto hab¨ªa luna llena. Los tr¨®picos no son tristes, pens¨¦. Todo depende de si uno viene en buena compa?¨ªa, acompa?ado de su amor.
El puerto
A las siete de la ma?ana, en el puerto de Santa Cruz de Tenerife se abren las terrazas del bar Atl¨¢ntico y del British Bar. Me instal¨¦ en el British Bar porque all¨ª estaba el limpiabotas. Llegaba un aire suave de Levante, del mismo lado que el resplandor del amanecer sobre el mar. Descargaban contenedores de un barco, y mientras se despertaban los sonidos, las palmeras perd¨ªan su car¨¢cter mineral y nocturno. El secreto bienestar de la ma?ana era un caf¨¦ arom¨¢tico y la prensa local. Frente al puerto de Santa Cruz de Tenerife, el almirante Nelson perdi¨® una batalla y perdi¨® el brazo derecho. El museo militar a¨²n conserva el ca?¨®n que dej¨® manco al almirante. La ciudad tuvo el buen gusto de dedicarle una calle en la parte alta, calle del Almirante Horacio Nelson, dominando las Ramblas, un detalle que retrata bien las relaciones militares de otros enemigos y otros tiempos. Le pregunt¨¦ al limpiabotas si sab¨ªa por qu¨¦ aquel bar se llamaba el British Bar.
-?Usted viene en viaje de turismo o en viaje de negocios?
-Las dos cosas.
-El bar se llama as¨ª por los turistas.
-?Y para los hombres de negocios?
Se encogi¨® de hombros.
-Tambi¨¦n pueden venir al British Bar.
El hombre volvi¨® la mirada hacia la avenida l¨¢nguida de laureles y palmerones.
-Mucha gente viene a Tenerife en viaje de bodas -dije yo.
-Mucha gente.
El hombre me apart¨® el zapato izquierdo y alz¨® el derecho sobre la peana con gran delicadeza. Yo me qued¨¦ preguntando por qu¨¦ los novios vienen a celebrar la noche de bodas sobre una isla que tiene un volc¨¢n.
En Santa Cruz, las Ramblas estaban sembradas con los p¨¦talos de jacaranda y empezaban a florecer los flamboyanes. El diccionario al flamboy¨¢n le llama ceibo, pero no s¨¦ si el diccionario y, yo hablamos de la misma cosa, de modo que prefiero la evocaci¨®n intensa y escarlata que despierta la palabra flamboy¨¢n. Sal¨ª de la ciudad y fui a Igueste de San Andr¨¦s. El pueblo se halla entre riscos, abocado al mar por un barranco entre dos crestas de acantilados. La playa es de guijarros de basalto de todos los tama?os, del tama?o de un Volkswagen y del tama?o de un huevo de perdiz. Igueste de San Andr¨¦s es un pueblo que probablemente no ha cambiado desde hace 40 a?os, indiferente al turismo, a los negocios y a las bodas peninsulares. Un paisano me ense?¨® el ¨¢rbol que da los mangos, y el que da las papayas, y un mamey. Son terrazas humildes, a flanco de monta?a. El cementerio de Igueste se encuentra al cabo de un largo camino de ladera, tortuoso aunque bien cimentado, por donde los difuntos s¨®lo pueden ser llevados a hombros y, por decirlo de alg¨²n modo, en estricta fila india. ?Por qu¨¦ llevar a los muertos tan lejos y a lugar de acceso tan dificil? Sobre el cementerio se levanta un risco horadado de grutas alveoladas de donde se extrajeron momias guanches. Por encima de los tiempos y de las religiones, el lugar ha conservado su car¨¢cter sagrado. El risco se halla orientado de tal modo que recibe el sol poniente. La tierra conserva una memoria m¨¢s larga que la memoria de los hombres, por eso los muertos siguen acudiendo al mismo lugar.
(?Qu¨¦ har¨ªa aquella ma?ana la parejita de N¨¢jera? No madrugar, seguro, como un necio solitario como yo. En Tenerife se fraguan ni?os, se conciben primog¨¦nitos, y ¨¦sa es una actividad fatigosa, jadeante, que a breves intervalos necesita ser reasumida y que impide madrugar. Del cementerio de Igueste volv¨ª algo cabizbajo, por la idea del amor perdido y del amor ajeno, y por ver d¨®nde pon¨ªa los pies).
Icod de los vinos
Al d¨ªa siguiente recorr¨ª una parte diferente de la isla. Matanza y Victoria son dos pueblos del norte de Tenerife cuyos nombres resumen por s¨ª solos la historia de cualquier colonizaci¨®n. Visit¨¦ el jard¨ªn bot¨¢nico del Puerto de la Cruz. Llegu¨¦ hasta Garachico. En Icod de los Vinos, la ciudad bien nombrada, se encuentra un drago milenario. Le atribuyen 3.000 a?os, aunque otras informaciones le regatean 500 sin que nada justifique esa peque?a mezquindad. El drago es un agave que puede alcanzar un tama?o gigantesco y que se abre en la copa como un pino parasol. En torno al drago de Icod se agrupaban los turistas, gente pac¨ªfica, sonriente, ancianos con expresi¨®n algo asombrada que giraban alrededor del viejo monstruo intentando averiguar el secreto de la longevidad. Dos reci¨¦n casados contemplaban el prodigio cogidos por la cintura (no era mi parejita). Otros dos novios diferentes daban vueltas alrededor del tronco sin saber con certeza de qu¨¦ lado le podr¨ªan fotografiar. El ¨¢rbol posee la envergadura que uno atribuye a las especies extinguidas. Sin duda, el viejo drago a¨²n respira. Aplicando la oreja se le oye resollar. Al atardecer llegu¨¦ a Los Gigantes, donde los acantilados caen desde una altura inconcebible. En las rompientes el mar ten¨ªa la transparencia lechosa del piperm¨ªn frapp¨¦. El basalto era del color de las heces del vino. Descubr¨ª un honrado restaurante que anunciaba "Hay muslos de pollo fresco", y all¨ª me sent¨¦ a cenar.
Naturalmente, otro d¨ªa sub¨ª al Teide. Y otro d¨ªa no sal¨ª del hotel (el limpiabotas del British Bar me ech¨® de menos, ya se hab¨ªa acostumbrado a verme llegar a las siete de la ma?ana, pedir un caf¨¦ y la prensa y comentar la rese?a de llegadas a puerto como si estuviera esperando un alijo o me fuera la vida en embarcar). ?De d¨®nde ven¨ªa esa ansiedad? Tenerife es un paisaje en acci¨®n. La creaci¨®n est¨¢ en trance de realizarse. La geolog¨ªa es un proyecto. El volc¨¢n ha dejado los restos de la ¨²ltima vez que se ha desperezado, lava petrificada, valles que han sido r¨ªos incandescentes,barrancos por donde el magma encontraba una salida hacia el mar. La ansiedad radicaba en el sentimiento de ese esfuerzo cercano y de otro esfuerzo inminente, creador, y en la conciencia de un calendario geol¨®gico que las edades del hombre no llegan a abarcar. Y en medio de tanta violencia, ?d¨®nde hab¨ªa ido a parar mi parejita de novios?
Vegetaci¨®n dionisiaca
Los encontr¨¦ en el jard¨ªn bot¨¢nico del Puerto de la Cruz. Volv¨ª por recoger una imagen menos p¨¦trea y m¨¢s regeneradora. El jard¨ªn, sin duda, es excesivo, megal¨®mano en cuanto a la ambici¨®n desmesurada que all¨ª despliega el reino vegetal. Tom¨¦ nota de especies orgullosas, Ficus superba, y de otras directamente amenazadoras, Carens monstruosus, Melia floribunda. La vegetaci¨®n de los tr¨®picos tiene un car¨¢cter dionisiaco. Su virtud es gen¨¦sica, y la exuberancia, c¨¢lida y h¨²meda, invita a procrear. All¨ª estaban mis novios, de la mano, muy pragm¨¢ticos, debajo del Pandanus utilis, como si hubieran concebido alg¨²n proyecto. Me pidieron que les hiciera una foto con su c¨¢mara. Se mostraban felices y cansados, ¨¦l m¨¢s que ella, ella m¨¢s sonriente que ¨¦l. La luna de miel parec¨ªa haber cumplido sus promesas.
-?Volv¨¦is a N¨¢jera?
-Ma?ana.
Les devolv¨ª la c¨¢mara. Yo me qued¨¦ otro d¨ªa. Cuando me fui de Tenerife, la luna llena empezaba a menguar.
Ma?ana Canarias y 2
El c¨ªrculo de la Gran Canaria
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