El terremoto nacional en la URSS
La democracia ha ganado, en Mosc¨², una batalla hist¨®rica y decisiva para el futuro de los pueblos de lo que a¨²n se llama Uni¨®n Sovi¨¦tica. La esperanza de los que pensamos, desde el principio, que el golpe pod¨ªa fracasar no contaba con recibir una confirmaci¨®n tan rotunda y tan r¨¢pida de que no est¨¢bamos tomando nuestros deseos por la realidad.No hemos presenciado un golpe cl¨¢sico, sino la convulsi¨®n (esperemos que ¨²ltima) de un sistema que se resist¨ªa a morir. Un sistema despojado de los tapujos ideol¨®gicos que sol¨ªan legitimarlo y dispuesto a recuperar el poder que estaba perdiendo irremediablemente. Su esencia queda perfectamente encarnada en esos personajes grises y l¨²gubres que ya no entend¨ªan el pa¨ªs real, y que, probablemente, se hab¨ªan autoconvencido de que su actuaci¨®n no era un golpe vulgar, sino una especie de reajuste hacia la normalidad, hacia lo que hab¨ªa sido siempre el orden natural de las cosas. Su miop¨ªa de aparatchiki dirigentes era tal que han ignorado ol¨ªmpicamente las se?ales que les daban los resultados de las sucesivas elecciones: las principales ra¨ªces del descontento popular, sobre todo en Rusia, no estaban en un cansancio o despego respecto a los cambios, sino, precisamente, en la tardanza de un cambio m¨¢s profundo y radical. En este sentido, el golpe, afortunadamente, lleg¨® demasiado tarde. El virus de la libertad hab¨ªa hecho sus estragos y la evoluci¨®n de la sociedad hab¨ªa calado incluso en las Fuerzas Armadas y, en una medida menos conocida, en el opaco KGB. Si los mediocres protagonistas de estas horas dram¨¢ticas se hubieran tomado la pena de analizar las muchas encuestas sociol¨®gicas aparecidas estos a?os en su pa¨ªs, tal vez hubieran acabado sin poder, pero con una jubilaci¨®n tranquila. Sin embargo, toda su psicolog¨ªa les empujaba en ese sentido. La consolidaci¨®n de fuerzas pol¨ªticas independientes; el imparable debilitamiento del PCUS (el pilar de los pilares), dividido y herido de muerte si prosperaba el decreto de Yeltsin prohibiendo la actividad del partido en los lugares de trabajo; la ineludible introducci¨®n de la econom¨ªa de mercado, as¨ª como la perspectiva del trato de una nueva Uni¨®n que iba a suponer un cambio radical en la articulaci¨®n de los mecanismos de poder; todo ello exced¨ªa evidentemente los l¨ªmites que estaban dispuestos a aceptar en nombre de una perestroika que se les escapaba definitivamente de. las manos. La iron¨ªa de su destino es que su acci¨®n ha aportado una ayuda decisiva a todo aquello que pretend¨ªan liquidar.
Nada, en efecto, pod¨ªa conseguir una clarificaci¨®n m¨¢s segura y m¨¢s dr¨¢stica de los verdaderos defensores de los cambios democr¨¢ticos. Por ello, las primeras declaraciones de Gorbachov, explicando su error pol¨ªtico por una mala elecci¨®n de individuos, no pod¨ªan satisfacer a nadie, siendo como eran ¨¦stos la quintaesencia de todo aquello que representa realmente el PCUS. No por casualidad aquellos que, en el Parlamento y en las calles, llevaban m¨¢s tiempo criticando a Gorbachov por su indecisi¨®n a adoptar una pol¨ªtica m¨¢s radical han sido los que no han dudado a enfrentarse a los tanques. No hay en ello ninguna paradoja ni un descubrimiento tard¨ªo del papel de Gorbachov, sino la demostraci¨®n de quienes eran los verdaderos aliados objetivos de la perestroika de Gorbachov, incluso si, desde hac¨ªa tiempo, era Yeltsin el que encarnaba para la mayor¨ªa de la gente la l¨®gica de la din¨¢mica que el primero puso en marcha: no la reforma, sino la transformaci¨®n del sistema.
En este sentido, la suspensi¨®n de las actividades del PCUS que impuso Yeltsin no debe ser percibida con nuestros criterios occidentales y vista como una medida antidemocr¨¢tica. El PCUS no es un partido m¨¢s, es el sistema mismo. La administraci¨®n publica, las Fuerzas Armadas, el KGB, el complejo militar-industrial, todo ello era el cuerpo de una sola alma, el partido-Estado. Es precisamente la inextricable imbricaci¨®n de las estructuras econ¨®micas con las estructuras pol¨ªticas lo que explica fundamentalmente el fracaso de las reformas econ¨®micas parciales hasta ahora y la no adopci¨®n de un plan verdaderamente estrat¨¦gico en este terreno. Por esta misma raz¨®n, la responsabilidad occidental en los ¨²ltimos acontecimientos no reside tanto en la debilidad de su ayuda econ¨®mica o en la tardanza en decidirse a lanzar un plan Marshall, porque ninguna ayuda externa hubiera sido suficiente, por s¨ª sola para estabilizar la situaci¨®n sovi¨¦tica mientras no se resolv¨ªa la cuesti¨®n pol¨ªtica central. Por ello, el error de los dirigentes occidentales ha sido, b¨¢sicamente., una equivocada apreciaci¨®n pol¨ªtica sobre el peligro de desestabilizaci¨®n que identificaban m¨¢s con la impaciencia de los radicales que con el peso institucional de los conservadores, y que ha retrasado su percepci¨®n del peligroso desfase en el que hab¨ªa entrado la pol¨ªtica, considerada centrista, de Gorbachov.
Adem¨¢s, al contrario de lo que pueda parecer, las medidas contra el PCUS adoptadas por Yeltsin, seguido por otros presidentes republicanos, han sido en las condiciones actuales una decisi¨®n acertada para quitar terreno a los, anhelos de venganza que se han despertado en la poblaci¨®n y que no ser¨¢n f¨¢ciles de controlar. Por ahora es gracias a Yeltsin y a la intervenci¨®n decidida de los diputados dem¨®cratas que no haya corrido sangre en Mosc¨². Conviene recordar nuevamente que el anticomunismo de all¨ª poco tiene que ver con lo que se conoce aqu¨ª. Es la expresi¨®n de un aut¨¦ntico odio social de la gente, como el que el europeo occidental s¨®lo puede recordar remont¨¢ndose a principios de siglo, un odio a la medida de la profunda desigualdad social, de la infranqueable divisi¨®n en castas administrada por el partido, que caracterizaba a la sociedad sovi¨¦tica. A esto se a?ade la inconmensurable responsabilidad moral del PCUS en la eliminaci¨®n f¨ªsica de varias decenas de millones de personas, comunistas incluidos. Ning¨²n partido, ning¨²n r¨¦gimen fuera de la URSS ha so?ado siquiera poder eliminar tantos comunistas como los que ha aniquilado el poder sovi¨¦tico. Desde un punto de vista moral, pues, la ecuacion es inapelable: a monopolio total, responsabilidad total. Es evidente que el planteamiento pol¨ªtico tiene que ser otro si se quiere llegar a un consenso y conseguir una transici¨®n pac¨ªfica, pero no hay que olvidar nunca esta realidad para entender cu¨¢n dif¨ªcil y complejo es el margen de maniobra comparado, por ejemplo, con la transici¨®n espa?ola.
En estas condiciones, la presi¨®n sobre Gorbachov para disolver el partido y renunciar como secretario general es m¨¢s bien un favor que se le ha hecho, ya que ¨¦l mismo no ha tenido la lucidez pol¨ªtica suficiente para tomar esa decisi¨®n como primera medida al regresar a Mosc¨². Es de admirar su valor personal a la hora de defender sus principios en momentos tan adversos, pero no se entiende de ninguna manera la coherencia de estas convicciones con la permanencia en ese partido. Es una decisi¨®n que Gorbachov ten¨ªa que haber tomado mucho antes y no est¨¢ nada claro que no sea demasiado tarde.
Por fin, no hay que olvidar que el terremoto nacional es otro producto directo de este sistema. Pero las fuerzas democr¨¢ticas rusas no deben ser confundidas ahora con el tradicional nacionalismo gran ruso que siempre fue otra de las caracter¨ªsticas cosustanciales del sistema sovi¨¦tico. No por casualidad, en los ¨²ltimos a?os se hab¨ªa producido un evidente acercamiento de facto entre los sectores m¨¢s conservadores del partido con grupos derechistas, de corte fascista, anticomunistas, pero que antepon¨ªan la unidad sagrada de la patria rusa a cualquier otra consideraci¨®n. Como era de prever, el golpe ha acelerado los movimientos centr¨ªfugos de todas las rep¨²blicas. En el mejor de los casos, se ir¨¢ ahora hacia una confederaci¨®n de caracter¨ªsticas in¨¦ditas en el mundo. Pero el camino para llegar a ello ser¨¢ ahora a¨²n m¨¢sdiflicil y necesitar¨¢ una enorme dosis de voluntad y serenidad pol¨ªticas, nada f¨¢ciles de encontrar en estos momentos de exaltaci¨®n colectiva.
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