El pacto, otra vez
EL HORIZONTE de la Uni¨®n Econ¨®mica y Monetaria de Europa (UEM) supone la culminaci¨®n de un ambicioso proceso de integraci¨®n econ¨®mica. A las exigencias propias de la construcci¨®n de un espacio econ¨®mico y financiero en la Europa comunitaria se incorporar¨¢, en la ¨²ltima de las tres fases en que se ha concebido aquel proceso, la disposici¨®n de tipos de cambio irrevocablemente fijos o lo que econ¨®micamente es equivalente, la existencia de una moneda ¨²nica. Los elementos de ese dise?o, asumidos por la pr¨¢ctica totalidad de los Estados miembros de la CE, son los de una pol¨ªtica monetaria, tambi¨¦n ¨²nica, y un banco central que la instrumente, adoptando como objetivo fundamental la estabilidad de los precios.Para ello es incuestionable la necesidad de un elevado grado de homogeneidad en el comportamiento de las econom¨ªas que pretendan adaptarse a ese horizonte. La especificaci¨®n de esa convergencia m¨ªnima ha sido recogida en la reciente propuesta de la presidencia holandesa de la CE, en la que adem¨¢s, se reconoce expl¨ªcitamente la posibilidad de que esa fase final de la UEM la aborden ¨²nicamente aquellos pa¨ªses que satisfagan tales condiciones; objetivas, siendo 1996 la fecha inicialmente marcada como referencia. Aquellos pa¨ªses cuyas econom¨ªas fueran divergentes respecto al grupo m¨¢s homog¨¦nico de los que presentaran mejores resultados (seis, en la propuesta inicial del ministro holand¨¦s) no formar¨ªan parte de la uni¨®n monetaria hasta tanto reunieran tales condiciones.
El apoyo de los pa¨ªses del norte y muy especialmente de Alemania a esa propuesta es tan comprensible como la oposici¨®n de los sure?os, empe?ados en diferir el inicio de la fase final de la IJEM hasta tanto esa convergencia quede garantizada; en la terminolog¨ªa ferroviaria de alg¨²n alto funcionario: retrasar la salida del tren ante la eventualidad de que no parta con todos o de que lo haga en furgones sujetos a distinta velocidad. Una excepci¨®n en estas iniciales reacciones ha sido la del ministro espa?ol de Econom¨ªa, que reserv¨® plaza en el vag¨®n de primera. Las puntualizaciones posteriores a las tesis mantenidas en Bruselas por Carlos Solchaga del vicesecretario general del PSOE, de su secretario de organizaci¨®n, del secretarlo de Estado para las Comunidades, de la ministra portavoz y del propio Ministerio (le Econom¨ªa- y las reacciones viscerales de algunos responsables sindicales, necesitados de algo de estudio de la cuesti¨®n, no han contribuido a la claridad, sino que han proporcionado confusi¨®n. Tan sobrado est¨¢ el ciudadano espa?ol de eufemismos, alejados conceptos comunitarios, posturas ideol¨®gicas previas y elusivas met¨¢foras acerca de las consecuencias de ese proceso de uni¨®n monetaria como falto de explicaci¨®n de las verdaderas implicaciones del mismo para. su bienestar.
Sorprende que, en un asunto (le la trascendencia pol¨ªtica y econ¨®mica como el planteado, Gobierno y oposici¨®n ausente ¨¦sta de modo absoluto del debate- den la impresi¨®n de carecer de una posici¨®n espec¨ªfica. Tan preocupante como la volatilidad de los criterios es el voluntarismo a ultrariza, sin m¨¢s apoyos objetivos para conseguir esa necesaria. convergencia de la econom¨ªa espa?ola que la esperanza en que a los dem¨¢s les vaya un poco peor. Empe?arse en reducir las diferencias respecto a las econom¨ªas centrales de Europa constituye un objetivo hoy tan necesario como la disposici¨®n de un diagn¨®stico de la situaci¨®n en la que estamos y una estrategia que lo haga posible. Si la asunci¨®n responsable del reto que para la econom¨ªa espa?ola supondr¨¢ la entrada en vigor del mercado ¨²nico europeo en 1993 exige el concurso de: los partidos pol¨ªticos y agentes econ¨®micos, la vinculaci¨®n a ese horizonte de la uni¨®n monetaria refuerza la necesidad de un acuerdo fundamental, ll¨¢mese de competitividad, progreso o simplemente de sentido com¨²n.
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