La guerra festiva
La costumbre de la guerra florida pertenece al mundo azteca. Primero entre los chalcas, luego entre los mexicas, estos enfrentamientos previamente acordados no se integraban en una campa?a b¨¦lica, atendiendo la doble necesidad de templar combatientes y de obtener prisioneros para los sacrificios en una organizaci¨®n social sometida a la religi¨®n de la guerra. El ritual de los enfrentamientos peri¨®dicos respond¨ªa as¨ª a una intencionalidad conservadora del orden social, articul¨¢ndose con el sistema de valores, el sentido de la fiesta y el v¨ªnculo profundo entre guerra y religi¨®n. En otras coordenadas hist¨®ricas, el torneo medieval responde a un prop¨®sito similar: la casta de caballeros representa en p¨²blico la actividad que legitima su dominaci¨®n, a falta de suficientes guerras en que emplearse. Tambi¨¦n en este caso la hegemon¨ªa de un grupo social se legitima ante los dem¨¢s miembros de la colectividad proyectando sobre ella el espect¨¢culo de su l¨®gica guerrera, aun cuando la guerra en sentido estricto no exista.Salvadas de nuevo las distancias, no difiere mucho de los ejemplos anteriores la articulaci¨®n entre violencia y fiesta en el nacionalismo radical vasco. Tambi¨¦n aqu¨ª se trata de imponer una l¨®gica de guerra a una sociedad en paz. As¨ª, todos los veranos, coincidiendo con las principales celebraciones festivas en Euskadi, el nacionalismo radical se las arregla para introducir en las mismas el ingrediente de su borroka. Los grados de violencia var¨ªan seg¨²n los a?os, pero la secuencia y el ritual se ajustan ya a un c¨®digo perfectamente establecido. Calmosos en la semana de Vitoria, lanzando todo el empuje el d¨ªa de la Salve en la de San Sebasti¨¢n, para desde ese momento tratar a toda costa de sostener la conjugaci¨®n de enfrentamientos de calle y participaci¨®n festiva hasta que se cierra la semana bilba¨ªna. El documento con que HB contrapon¨ªa su idea de la fiesta a la pretensi¨®n de celebraci¨®n ordenada del Ayuntamiento donostiarra contribuy¨® a toda una declaraci¨®n ideol¨®gica. El pueblo tiene derecho a fiestas, pero tambi¨¦n el pueblo (y aqu¨ª el sujeto se encoge hasta designar a los abertzales radicales) ha de utilizarlas para expresar espont¨¢neamente sus posiciones pol¨ªticas. El sentido de estas expresiones queda al descubierto con otro gesto ritual, repetido un a?o tras otro: los insultos, las piedras y las monedas lanzadas contra las autoridades que asisten a la Salve en la parte vieja. En su deslegitimaci¨®n: son marionetas al servicio de Madrid. El pueblo -es decir, los grupos violentos abertzales- adquiere el derecho de conquista sobre la ciudad en fiestas. Al provocar la intervenci¨®n de la fuerza p¨²blica, con choques que a veces se prolongan durante horas, desenmascara la situaci¨®n de guerra larvada con las fuerzas del Estado. Otro acto ritual, el incendio de autobuses urbanos por encapuchados, simboliza su oposici¨®n a toda normalidad y, complementariamente, mima las acciones de ETA sugiriendo la identidad entre la organizaci¨®n terrorista y, como siempre, el pueblo. Los balances son de consideraci¨®n: 150 heridos en una noche donostiarra, varios cientos en el conjunto de la semana biba¨ªna, 200 millones de p¨¦rdidas por destrozos en esta ¨²ltima (y eso que esta vez s¨®lo cay¨® un autob¨²s). El ciudadano desaparece, en su casa o tratando de salvar el autom¨®vil, literalmente de la quema. Pero el pueblo ha cumplido una vez m¨¢s su misi¨®n: como para aquel ministro de Franco, la calle es suya o no es de nadie.
En principio, todo es absurdo, pero dista de ser ineficaz. En los ¨²ltimos 70 a?os, desde el ascenso al poder de fascistas y nazis, existen suficientes ejemplos para comprobar c¨®mo una minor¨ªa violenta puede imponer su predominio sobre una colectividad generando un consenso c¨®mplice a trav¨¦s de la intimidaci¨®n. Es un "si no soy capaz de oponerme a ellos, debo seguirles", cuyo ¨¢mbito de aplicaci¨®n va desde los grupos peque?os a la adhesi¨®n a los movimientos totalitarios. Parad¨®jicamente, cuanto mayor es el grado de irracionalidad, m¨¢s dif¨ªcil resulta el retroceso. Y en el caso que nos ocupa, una vez asumido el trago de secundar pol¨ªticamente los atentados mortales de ETA, debe ser bien f¨¢cil convertirse en lo que ellos llaman consecuente. De ah¨ª la estabilidad del electorado que respalda tales opciones. S¨®lo hace falta reiterar una y mil veces las ilustraciones del ¨²nico hecho significativo en el devenir hist¨®rico, del cual depende todo: el enfrentamiento violento entre el pueblo vasco (es decir, de la minor¨ªa vasca que asume el papel de la totalidad) y el Estado espa?ol. No hay dudas, ni momento de libertad, seg¨²n el viejo esquema ignaciano: la elecci¨®n de campo se sit¨²a en el punto de encuentro entre los antecedentes, esa dualidad originaria, y la consecuencia, el deber para el patriota de asumir su papel en la lucha.
La guerra festiva viene as¨ª a compensar simb¨®licamente y a subsanar en parte el fracaso de la estrategia originaria de ETA, tendente en su d¨ªa a hacer del terrorismo la punta de lanza de una insurrecci¨®n popular vasca. Eran los a?os del FLN, de Debray y del Inti Peredo, as¨ª como de una vocaci¨®n progresista que hasta 1977 se tradujo en reiteradas derivas para convertir el capital acumulado por el terrorismo antidictatorial en partido nacionalista-obrerista. Surgi¨® de este modo una tensi¨®n entre lo militar y lo pol¨ªtico, que qued¨® zanjada en favor de lo primero desde el asesinato de Pertur. En el mundo pol¨ªtico del sistema ETA, desde entonces la ¨²nica disidencia posible es el silencio obediente. Con la democracia hab¨ªa que forzar los an¨¢lisis para mantener la continuidad de la lucha armada y, a pesar del hallazgo de Herri Batasuna, la capitalizaci¨®n pol¨ªtica fue insuficiente: el pueblo no llegaba a un quinto de los electores. Result¨® necesario, pues, acudir a t¨¢cticas conservadoras. Al ser imposible conquistar, ETA pas¨® a mantener la ficci¨®n de la lucha armada, ante todo mediante los atentados, pero tambi¨¦n con los enfrentamientos recurrentes de sus seguidores civiles con las fuerzas del orden. De este modo, el nacionalismo radical aspiraba a una legitimaci¨®n de la hegemon¨ªa en disputa tambi¨¦n con el PNV, compensando la inferioridad pol¨ªtica con el dominio del espacio urbano. El c¨ªrculo de c¨ªrculos, a modo de estructura fortificada en torno al basti¨®n (n¨²cleo militar, centro de decisiones), se proyectaba sobre el orden pol¨ªtico a trav¨¦s de HB y sobre la sociedad civil por medio de un engranaje de instrumentos diversos (diario como agente de conservaci¨®n ideol¨®gica, gestoras, grupos ecologistas, etc¨¦tera). Con m¨¢s de una d¨¦cada de experiencia a sus espaldas, puede decirse que este mecanismo de conservaci¨®n ha funcionado. A pesar de los retrocesos electorales y de las acciones de in¨²til barbarie en la trayectoria terrorista, la cohesi¨®n se mantiene, incluso en una etapa como la actual de desmantelamiento de comandos y atentados con muertes baratas. S¨®lo que para frenar la tendencia al declive resulta imprescindible de cuando en
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La guerra festiva
Viene de la p¨¢gina anteriorcuando acreditar una presencia efectiva en el sistema pol¨ªtico vasco, cosa dif¨ªcil con la automarginaci¨®n parlamentaria de HB. Ello justifica, con la mirada puesta en el pasado -el ¨¦xito de Lem¨®niz- la centralidad asumida por el tema de la autov¨ªa. Era y es la gran ocasi¨®n para imponer la propia ley sobre las instituciones dependientes del centralismo, y tambi¨¦n la gran ocasi¨®n para mostrar que ETA no es s¨®lo una f¨¢brica de asesinatos absurdos, sino una fuerza decisiva en la pol¨ªtica del pa¨ªs.
Al justificar el pacto sobre rectificaci¨®n de trazado, el portavoz del PNV habl¨® de la conveniencia de sacar del pozo a HB. La primera cuesti¨®n a discutir aqu¨ª es si ese apoyo a la pieza pol¨ªtica clave del sistema ETA ha de hacerse forzando su autonom¨ªa respecto del centro de decisi¨®n militar (lo que valdr¨ªa m¨¢s de un sacrificio) o creando los cauces para que ETA incida con eficacia en un sistema pol¨ªtico tan fr¨¢gil como el vasco (lo que aparenta implicar el pacto con Lurraldea). As¨ª que, en la imposibilidad actual de lo primero y ante la escasa deseabilidad de lo segundo, no queda por el momento otra salida v¨¢lida que forzar al m¨¢ximo la imagen de que HB es pol¨ªticamente in¨²til para conseguir cualquier fin positivo mientras siga sosteniendo a ciegas el proyecto ETA. Hacer ver que ¨¦sta es la ¨²nica protagonista real del sistema y que los dem¨¢s actores pol¨ªticos vascos prescinden de los fantasmas en escena. El objetivo no es f¨¢cil y, en ocasiones, el azar, como en las elecciones navarras, juega a hacer diabluras. Pero el costoso rechazo del PSOE al di¨¢logo con HB tiene una recompensa: mostrar la fidelidad de HB a la pol¨ªtica de "cuanto peor, mejor", llevando al poder al partido m¨¢s antivasco del antiguo reino. Paralelamente, la salida en el caso de la autov¨ªa no parece consistir en la alteraci¨®n del funcionamiento de las instituciones para aportar ox¨ªgeno a una formaci¨®n que las ataca de modo sistem¨¢tico. Claro que para el sistema ETA se trata de algo crucial, como pudo apreciarse en el editorial de su ¨®rgano de prensa sobre las muertes de Morlans: era preciso conservar la cabeza fr¨ªa, pues lo esencial era sostener lo alcanzado por Lurraldea. Como contrapartida, lo es tambi¨¦n para la democracia vasca,especialmente en estos d¨ªas en que empieza a agitarse el s¨ªndrome de Lituania. Ciertamente hay que estar dispuestos a hacer todo lo posible, por arrancar a HB y a ETA del pozo. Pero la v¨ªa es la integraci¨®n en los mecanismos regulares de la vida pol¨ªtica vasca, no recompensando la interferencia. eficaz de una violencia que ya por s¨ª sola ejerce suficiente desgaste, desde los atentados a la difusi¨®n sistem¨¢tica de? irracionalismo y la intolerancia, pasando por el momento simb¨®lico de la guerra festiva.
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