La l¨ªnea de flotaci¨®n
Cuando el fantasma que recorr¨ªa Europa era el del comunismo, los marxistas pod¨ªan creer que la naci¨®n era un invento burgu¨¦s, destinado a ocultar la divisi¨®n en clases sociales. Pero el fracaso del comunismo ha disuelto la conciencia de clase: ya no hay proletarios ni burgueses, s¨®lo ciudadanos libres, dispuestos a autodeterminarse. As¨ª, abolida la clase social, resurge la naci¨®n como unidad cre¨ªble de acci¨®n colectiva: y es ahora el nacionalismo el fantasma que recorre Europa, amenazando con disolver y multiplicar todas las fronteras convencionales.Lo cual tiene mucho de mimetismo audiovisual: cuando cualquier Rambo se suicida tras ahogar a 15 negros en un pantano de Alabama, enseguida le surgen variados imitadores, ansiosos de compartir su efimera celebridad. Y este efecto de aldea global, cada vez m¨¢s amplificado por los medios de masas, es sin duda el responsable de que los conflictos locales adquieran enseguida resonancia planetaria. Un ejemplo reciente lo tuvimos con la guerra de Irak, que produjo en Europa tantas divisiones internas como una guerra civil propia: mucho m¨¢s en Espa?a, donde hasta los colaboradores de prensa nos liamos la manta a la cabeza. Y otro tanto sucede ahora con la disoluci¨®n de la antigua Uni¨®n Sovi¨¦tica, que est¨¢ provocando un efecto de eco en nuestras nacionalidades hist¨®ricas, disparando de nuevo la disparatada pol¨¦mica de la autodeterminaci¨®n. Por supuesto, en cuestiones como ¨¦sta conviene ser muy prudentes para no echar le?a al fuego. Pero s¨ª cabe reflexionar con algo de sentido com¨²n para tratar de situar el problema en sus justos t¨¦rminos.
Un efecto perverso del s¨ªndrome de aldea global es que todo lo homogeneiza, haciendo que parezcan an¨¢logas situaciones y circunstancias que no s¨®lo son objetivamente distintas, sino adem¨¢s heterog¨¦neas: irreductibles, por tanto, al mismo denominador com¨²n del nacionalismo irredento. No voy a entrar en el an¨¢lisis hist¨®rico de las diferencias espec¨ªficas entre Catalu?a y Lituania, pongamos por caso. Pues lo que pretendo alegar es que, incluso en el caso de que las circunstancias hist¨®ricas fuesen estrictamente an¨¢logas, nos seguir¨ªamos hallando ante fen¨®menos incomparables entre s¨ª. Simplificando, mi argumento se reduce a esto: el nacionalismo emergente en el este de Europa es un hecho funcionalmente positivo, capaz de ejercer consecuencias favorables y efectos beneficiosos; en cambio, el nacionalismo residual que reverbera como un eco entre nosotros resulta un hecho disfuncional, capaz de ejercer sobre todo contraproducentes efectos perversos.
?Por qu¨¦ supongo que el nacionalismo puede ser funcionalmente positivo en la vigente situaci¨®n del este de Europa? Si me lo parece as¨ª es porque, dado el actual vac¨ªo pol¨ªtico, social y econ¨®mico en que se hunden sus poblaciones tras la disoluci¨®n de las incapaces instituciones sovi¨¦ticas, el nacionalismo puede resultar el ¨²nico agente catalizador eficaz para movilizar las iniciativas y reactivar las potencialidades de su tejido social. No es ¨¦ste el lugar indicado para extenderse en el an¨¢lisis de las funciones del nacionalismo. Pero, muy sint¨¦ticamente, cabe resumirlas en tres. Ante todo, el nacionalismo es el motor cultural del mercado econ¨®mico: Ernest Gellner es el autor contempor¨¢neo que mejor explica esta dimensi¨®n. Y dada la necesidad que tienen las poblaciones sovi¨¦ticas de crear, integrar y consolidar sus mercados, el nacionalismo puede resultar un eficaz catalizador. En segundo lugar, el nacionalismo est¨¢ en el origen del surgimiento de una potente sociedad civil.
Durante la perestroika, los soci¨®logos advert¨ªamos que el efecto m¨¢s perverso de los 70 a?os de totalitarismo comunista fue la desarticulaci¨®n de la sociedad civil: sin tejido social, sin asociaciones voluntarias intermedias, sin instituciones privadas, no puede haber mercado ni Estado modernos. Pues bien, el nacionalismo, en la medida en que surge como fuerza social de oposici¨®n y resistencia al despotismo totalitario, s¨ª es capaz de hacer emerger una cada vez m¨¢s pujante y aut¨®noma sociedad civil: el fracaso del golpe de Estado sovi¨¦tico del pasado 19 de agosto lo evidencia as¨ª. Por ¨²ltimo, y en tercer lugar, el nacionalismo es la ¨²nica fuerza pol¨ªtica capaz de hacer cre¨ªble la legitimidad de la autoridad p¨²blica. Paul Veyne ha revelado la doble naturaleza que debe poseer el poder para ser eficaz: la instrumental, capaz de obligamos coactivamente a cumplir la ley, y la expresiva, capaz de hacerse respetar hasta el punto de que le obedezcamos espont¨¢neamente; s¨®lo es buen jefe quien sepa mandar porque sabe hacerse amar. Pues bien, las nuevas autoridades p¨²blicas que surjan en los pa¨ªses del este de Europa precisan revestirse, mucho m¨¢s que de poder f¨¢ctico, de legitimidad y autoridad moral; y sin una tradici¨®n democr¨¢tica de cultura c¨ªvica a sus espaldas, ?qu¨¦ otro principio, aparte del nacionalismo, podr¨ªa revestir al poder de autoridad moral?
Ahora bien, ninguna de estas funciones puede ser prestada por el nacionalismo en el oeste de Europa, donde hace ya mucho tiempo que el mercado, la sociedad civil y la legitimidad democr¨¢tica del poder se consolidaron. Por el contrario, en Europa occidental el nacionalismo resulta disfuncional para el mercado, ya que tiende a desestabilizarlo y contingentario cuando m¨¢s necesario resulta su crecimiento, su apertura y su internacionalizaci¨®n; es disfuncional para la sociedad civil, ya que tiende a segmentarla y dualizarla, haci¨¦ndola xen¨®foba y excluyente, y es disfuncional para la autoridad p¨²blica del poder leg¨ªtimamente constituido, en la medida en que socava la seguridad jur¨ªdica al anteponer la voluntad plebiscitaria sobre la representaci¨®n democr¨¢tica y el imperio de la ley. Por eso en Europa occidental el nacionalismo resulta minoritario y residual. Excepto en Espa?a, donde todav¨ªa sobrevive gracias al papel en cierta medida positivo (por su reforzamiento de la resistencia opuesta por la sociedad civil contra la dictadura franquista) que jug¨® durante la transici¨®n a la democracia: pero hoy sus efectos negativos (tanto por su deslegitimaci¨®n del orden constitucional como, sobre todo, por su desestabilizaci¨®n econ¨®mica, en un pa¨ªs que necesita crecer para poder absorber el inmenso desempleo generado durante la transici¨®n) superan con creces a los residuales efectos positivos.
Frente a este an¨¢lisis que juzga al nacionalismo por sus consecuencias puede sostenerse otro, fundado en el voluntarismo: el nacionalismo podr¨¢ ser ¨²til y funcional o no serlo, pero,
Presentaci¨®n]
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en cualquier caso, es, luego tiene derecho a autodeterminarse, sean cuales fueren sus consecuencias futuras. Y esta postura es hecha coincidir con el fundamento mismo de la modernidad, basada en la libertad individual. El mercado libre y la sociedad civil, basados en la espontaneidad de la iniciativa privada, exigen la libre autodeterminaci¨®n de todas las conductas. El ciudadano, no menos que el consumidor, es soberano, y debe poder decidir libremente. Por tanto, el nacionalista tendr¨ªa tanto derecho a ser disfuncional, y a equivocarse, como el consumidor o el ciudadano.Sin embargo, el derecho a la propia autonom¨ªa no impone el deber de independizarse, igual que el derecho individualista a la propia intimidad tampoco obliga necesariamente a ser insociable. Para ser libre hay que elegir y trazar una l¨ªnea, marcando hasta d¨®nde autodeterminarse y, desde d¨®nde autolimitarse. ?Y bajo qu¨¦ criterio se puede trazar esa l¨ªnea? En principio, bajo el criterio del propio inter¨¦s racional: midiendo las consecuencias futuras y advirtiendo qu¨¦ conviene m¨¢s (en t¨¦rminos pol¨ªticos, econ¨®micos y sociales), si autodeterminarse o autocontrolarse. Ahora bien, ?acaso los principios del liberalismo no protegen el derecho de libertad de acci¨®n incluso a costa del propio inter¨¦s, posibilitando el derecho a autoperjudicarse? Y de igual forma, ?no podr¨ªan reivindicar los nacionalistas su derecho a autoperjudicarse, prefiriendo, por ejemplo, empobrecerse como independientes antes que progresar y enriquecerse como dependientes? Quiz¨¢, pero s¨®lo si su acto de soberano autoperjuicio no perjudicase a los dem¨¢s vecinos (lo que resulta muy dif¨ªcil, en esta ¨¦poca de interdependencia econ¨®mica). Y ¨¦sta es la principal disfuncionalidad del nacionalismo: la de causar v¨ªctimas ajenas. Stuart Mill lo dej¨® muy claro: la libertad de autoperjudicarse est¨¢ estrictamente limitada por la prohibici¨®n de perjudicara los dem¨¢s. Se debe ser libre hasta de suicidarse. Pero nunca. si para ello se elige hundir el barco en que se viaja con los vecinos, quienes, haciendo uso de su libertad, quiz¨¢ no deseen ahogarse.
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