Asombrado de que no le dieran la oreja
Carriquiri / Escudero, F¨¦lix, Albaic¨ªn
Toros de Carriquiri, muy bien presentados, algunos con gran trap¨ªo, mansos en varas, con casta y nobles. Ram¨®n Escudero: dos pinchazos y estocada corta ca¨ªda (silencio); estocada corta atravesada y dos descabellos (silencio). Juan de F¨¦lix, de And¨²jar (Ja¨¦n), nuevo en esta plaza: nueve pinchazos -aviso con un minuto de retraso- y bajonazo (silencio); bajonazo (petici¨®n y dos vueltas con protestas). Ram¨®n Albaic¨ªn, de Alicante, nuevo en esta plaza: dos pinchazos y estocada corta escandalosamente baja (silencio); dos pinchazos, estocada corta ca¨ªda a paso de banderillas y dos descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 19 de septiembre. Un cuarto de entrada.
Parte del p¨²blico pidi¨® una oreja para Juan de F¨¦lix (otra parte a¨²n mayor estaba en contra, esa es la verdad), el presidente decidi¨® no atender la petici¨®n minoritaria y el mencionado Juan de F¨¦lix -andujare?o, gitano y debutante- no sal¨ªa de su asombro. Cuando vio arrastrar con las orejas puestas al gran novillo que hab¨ªa reventado de un bajonazo, primero puso cara de estupor; luego mir¨® ce?udo al palco, farfullando cosas; a continuaci¨®n se meti¨® en el callej¨®n muy airado; volvi¨® a salir, avanz¨® al tercio y hac¨ªa gestos de extr¨¢?eza, como dando a entender: "Esta figura del toreo no concibe que tras la hist¨®rica faena realizada, aquel se?or de all¨¢ arriba que va de corbata y peina a raya, le deniegue la oreja".Mejor si lo que daba a entender era realmente eso, pues algunos observadores creyeron adivinar en su movimiento de labios ciertos ep¨ªtetos... Seguramente estaban equivocados los observadores y lo que ocurr¨ªa era que el torero estaba mascando chicle. Di¨® Juan de F¨¦lix una vuelta al ruedo muy aplaudida y algo protestada, la volvi¨® a dar con m¨¢s protestas y menos aplausos, y quienes protestaban, por tom¨¢rselo a chacota, gritaban: "?Otra, otra!". Mucha iron¨ªa hay en Madrid. Pero la afici¨®n se qued¨® preocupadilla, pues hab¨ªa puesto sus complacencias en determinado toreo de Juan de F¨¦lix, en su personalidad, en la esperanza de futuro que todo esto pod¨ªa significar, y le decepcion¨® advertir que el torero esperanzador no se hab¨ªa enterado de nada.
Para empezar, no se hab¨ªa enterado de que estaba en Las Ventas, donde una oreja no se da a cualquiera, y para concluir tampoco se hab¨ªa enterado de que los toros han de matarse por el hoyo de las agujas, no trinch¨¢ndolos de bajonazo oprobioso. Hizo Juan de F¨¦lix, es cierto, un toreo interesante; apunt¨® estilo que ¨¦l mismo se encargaba de subrayar con excesiva afectaci¨®n; salud¨® al quinto novillo (el de la oreja fallida) con una hermosa combinaci¨®n de lances, en los que hubo un farol de rodillas, una tijerilla, media docena de ver¨®nicas con la suerte cargada, tres revoleras, todo ello instrumentado con irreprochable quietud e inusual ligaz¨®n.
Con la muleta sac¨® diversos redondos y naturales bonitos y emotivos, en medio de otros menos logrados y algunos francamente vulgares. La faena revel¨® las virtudes se?aladas, s¨ª, pero tambi¨¦n que el gitano andujare?o carec¨ªa del sentido del temple; que al correr la mano pegaba tirones; que ten¨ªa cierta vocaci¨®n tremendista y, de repente, le daba al circular o a la espaldina, sin venir a cuento. Y, mientras, la afici¨®n madrile?a proced¨ªa como siempre. O sea que, seg¨²n ve, va sumando y restando, y al final saca el balance, que puede dar saldo positivo de orejas, o negativo de broncas, o equilibradillo con ciertas perspectivas de futuro, como fue el caso.
Los otros toreros gitanos tambi¨¦n apuntaron estilo dentro de la ortodoxia taur¨®maca. Ram¨®n Escudero adelantaba la muletilla, embarcaba la embestida, cargaba la suerte, y Ram¨®n Albaic¨ªn quer¨ªa hacer igual, s¨®lo que no aguantaba ni un pel¨ªn y, al llegar el toro, se quitaba de en medio. A ambos les desbord¨® la casta de los novillos y su nobleza pon¨ªa en mayor evidencia esos desbordamientos, lo cual carece de importancia, pues ¨²nicamente revela que est¨¢n inmaduros, y ese es mal que corrige el tiempo. Fieles a la l¨®gica, no mostraron extra?eza por el trato recibido y, cuando se marchaban, les acompa?¨® el silencio respetuoso de la afici¨®n, en tanto que a Juan de F¨¦lix le gritaban con raro alborozo: "?Otra, otra!". ?Se entiende la iron¨ªa?
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