Las obligaciones militares de los espa?oles
Ante el debate parlamentario sobre la ley org¨¢nica del servicio militar, el autor pasa revista a la evoluci¨®n producida en los cuadros del Ej¨¦rcito, pero tambi¨¦n en la opini¨®n p¨²blica, sobre el sistema de reclutamiento obligatorio, as¨ª como a los argumentos esgrimidos por quienes propugnan un Ej¨¦rcito profesional.
"Los espa?oles tienen el derecho y el deber de defender a Espa?a", seg¨²n reza el art¨ªculo 30 de la vigente Constituci¨®n. Enseguida, el apartado segundo de ese mismo art¨ªculo a?ade: "La ley fijar¨¢ las obligaciones militares de los espa?oles y regular¨¢, con las debidas garant¨ªas, la objeci¨®n de conciencia, as¨ª como las dem¨¢s causas de exenci¨®n del servicio militar obligatorio, pudiendo imponer, en su caso, una prestaci¨®n social sustitutoria".El debate actual, al hilo de, la discusi¨®n parlamentaria del proyecto de ley org¨¢nica del servicio militar, considera la posibilidad de que en nuestro pa¨ªs se suprima la recluta obligatoria y se adopte el voluntariado como base de unas Fuerzas Armadas estrictamente profesionales. El texto constitucional ha sido esgrimido por algunos para sostener la imposibilidad de ese cambio, a menos que se enmendara su art¨ªculo 30. Pero si se diera un amplio consenso de los grupos parlamentarios para eliminar el servicio militar obligatorio, ya se encargar¨ªan los expertos de encontrar una h¨¢bil interpretaci¨®n que no rozara el larguero de la carta magna.
Decisi¨®n audaz
Ser¨ªa interesante remontarse al debate constitucional de 1978 para conocer las razones que llevaron a incluir la menci¨®n del servicio militar obligatorio y a citar la objeci¨®n de conciencia como una de las causas de exenci¨®n. Con las ideas y el ambiente de deferencia hacia las Fuerzas Armadas que prevalec¨ªa entonces entre los constituyentes, el mantenimiento del servicio militar obligatorio qued¨® fuera de debate. Entre otras causas, porque era considerado un principio irrenunciable por los cuadros de mando a los que no se quer¨ªa imitar. Adem¨¢s, la cuesti¨®n del reclutamiento forzoso o voluntario hab¨ªa sido ajena a la reflexi¨®n de los partidos pol¨ªticos reci¨¦n recuperados en la naciente democracia. La menci¨®n constitucional al servicio militar obligatorio parece consecuencia del campo gravitatorio pol¨ªtico de aquel momento. Por el contrario, lo que pod¨ªa percibirse entonces como una decisi¨®n audaz era que la objeci¨®n de conciencia ilgurase entre las causas de exencion para cumplirlo. Sobre todo si se recuerda que en las postrimer¨ªas del franquismo un t¨ªmido intento de dar cobertura legal a la objeci¨®n de conciencia desencaden¨® visibles malestares mifitares y se sald¨® con la destituci¨®n de algunos oficiales generales condescendientes con esa her¨¦tica modernidad.
Aclaremos que la universalizaci¨®n del servicio militar s¨®lo lleg¨® a institucionalizarse bajo el r¨¦gimen de Franco. Las versiones anteriores a la guerra civil inclu¨ªan dispositivos para la reducci¨®n temporal del servicio mediante el pago de cuotas, es decir, discriminaban a los sectores sociales con rentas inferiores. Ellos pagaron el mayor tributo de sangre en las guerras coloniales de Cuba y Filipinas y en las campaf¨ªas de Marruecos. Durante el pasado r¨¦gimen, la composicion de los ej¨¦rcitos no era el resultado de evaluaciones y an¨¢lisis de las amenazas exterio res. Ni el servicio militar obliga torio era el resultado de las nece sidades de la defensa nacional, sino un acto de sumisi¨®n de la so ciedad civil ante sus salvadores militares. Los mozos de cada contingente anual quedaban en tregados a los oficiales de carrera durante un periodo, tras el cual eran devueltos con-todas las va cunas, tambi¨¦n las morales, h¨¢biles ya para ser ciudadanos de provecho. Algunos eran alfabeti zados, otros adquir¨ªan rudimen tos de distintas destrezas profe sionales y la mayor¨ªa viv¨ªa unos meses de ociosidad sin descanso o desempe?aba tareas dom¨¦sticas al servicio de la oficialidad. El caso es que nadie sinti¨® durante d¨¦cadas la necesidad de justificar el servicio militar obligatorio, que ca¨ªa por su propio peso. Pero, disueltos aquellos fundamentalismos, aflor¨® la precariedad doctrinal. Al mismo tiempo que el culto a la eficacia ganaba terreno de la mano de los compromisos internacionales asumidos con la integraci¨®n de la Alianza Atl¨¢ntica. En los ej¨¦rcitos, el recelo a las innovaciones t¨¦cnicas fue sustituido por la obsesi¨®n contraria. Se anunciaban los tiempos del deslumbramiento ante el arsenal barroco que describi¨® Mary Kaldor.
A partir de ah¨ª, como para manejar los nuevos sistemas de armas se precisan manos cada vez m¨¢s expertas, los cuadros de mando han abandonado su anclaje favorable al servicio militar obligatorio y se han convertido en fervientes partidarios del voluntariado, de la profesionalizaci¨®n de los efectivos de tropa. Bajo esta ¨®ptica, el contingente del servicio militar obligatorio se ha convertido en un lastre paralizador, que entorpece el funcionamiento de las unidades.
La argumentaci¨®n en pro de la defensa como una tarea de todos y del servicio militar obligatorio como garant¨ªa de la conexi¨®n entre la sociedad y los ej¨¦rcitos ha sido abandonada. Ahora la confianza de los responsables militares se deposita en las capacidades tecnol¨®gicas de los sistemas de armas y en la profesionalidad de quienes los empu?an. Las anteriores declamaciones sobre el soldado espa?ol, su resistencia, su valor, su austeridad, sus condiciones y virtudes para el combate se han evaporado. S¨®lo parecen quedar las armas y los tecn¨®logos a su cargo.
Los cuadros de mando han virado desde la irrenunciabilidad a la desafecci¨®n por el servicio mil?tar obligatorio. Simult¨¢neamente, nuevas percepciones han modificado el concepto que la mayor¨ªa social ten¨ªa de esos deberes castrenses. Precisamente ahora, cuando las condiciones en que se cumple el servicio militar empiezan a mejorar y las anomal¨ªas que puedan darse adquieren perfiles de excepci¨®n escandalosa y acarrean sanciones ejemplarizadoras, se han agudizado en el p¨²,blico las opiniones adversas generadas por los accidentes registrados, por las depresiones causadas, por los abusos de las novatadas, por el obst¨¢culo que impone la permanencia en fflas para la continuidad escolar o laboral.
Atentos a este clima, algunos partidos, empezando por el CDS, incluyeron la cuesti¨®n en sus programas electorales. Se abri¨® as¨ª una puja en torno al tiempo de prestaci¨®n en activo del servicio militar obligatorio. Los centristas, en la campa?a electoral de 1989, ofertaron tres meses, con muy buena acogida entre los j¨®venes y sus familias. El resto de las fuerzas pol¨ªticas hubo de acompasarse a esta sensibilidad del electorado. El PSOE, por ejemplo, se apresur¨® a comprometerse con una mili de nueve meses, mientras descalificaba los tres meses centristas, tildando la propuesta de mili por correspondencia. A partir de la campa?a de 1989 la tendencia reductora del servicio militar obligatorio adquiri¨® un car¨¢cter progresivo y se convirti¨® en ense?a progresista.
Demanda creciente
La supresi¨®n del servicio militar obligatorio ha pasado a ser una demanda creciente incorporada por los partidos a sus programas, una vez que los cuadros de oficiales permanentes han retirado su adhesi¨®n a ese sistema de recluta. Seg¨²n todos los indicios, en muy poco tiempo el partido socialista quedar¨¢ en solitario, en pugna con sus propias juventudes, defendiendo la conscripci¨®n universal obligatoria. En tanto que el Gobierno, sin variar los principios, introduce paulatinamente la recluta de voluntarios profesionales.
Ahora que se debate el proyecto de ley org¨¢nica del servicio militar debe recordarse que vendr¨¢ a sustituir a otra promulgada en 1984 por otro Gobierno socialista. Claro que el entonces titular de la cartera de Defensa, Narc¨ªs Serra, concedi¨® tan escasa relevancia a esa ley que ni siquiera compareci¨® ante el Pleno del Congreso de los Diputados para presentar el proyecto y protagonizar el debate de totalidad.
Tras 10 a?os ayunos de debate sobre la defensa, si se except¨²a la permanencia en la Alianza, que hubo de ser ratificada en refer¨¦ndum, los partidos y los expertos de ocasi¨®n, movidos por el esp¨ªritu de la golosina, toman a su antojo del escaparate internacional los elementos m¨¢s ex¨®ticos para sumarlos en la formulaci¨®n de sus propuestas. El papel todo lo resiste: quieren que nuestros gastos de defensa se sit¨²en por encima del 2% del PIB; propugnan un reclutamiento voluntario al que misteriosamente se sentir¨¢n atra¨ªdos los mejores; dise?an unas fuerzas de intervenci¨®n r¨¢pida capaces de proyectarse impecablemente fuera de zona; reivindican la adquisici¨®n de unos sistemas de armas de tecnolog¨ªa punta, y cuando la macrocefalia de nuestras Fuerzas Armadas, problema end¨¦mico surgido de las guerras de ?frica y de la continenda civil, parec¨ªa reabsorberse, pretenden volver a ella como recurso para facilitar el encuadramiento de reservistas en situaciones de emergencia.
En un instante, mediante un cuidado malabarismo dial¨¦ctico, han desaparecido de nuestra consideraci¨®n los casos de Francia, Italia, B¨¦lgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, Alemania y, m¨¢s all¨¢ de la OTAN, los de Suecia, Austria, Irlanda. El h¨¢bil y r¨¢pido escamoteo de algunos pretende dejarnos ¨²nicamente a la vista los ejemplos categ¨®ricos del voluntariado profesional vigente en el Reino Unido y Estados Unidos.
El-ffiantenimiento del servicio militar obligatorio podr¨ªa tener sentido en Espa?a, pero sobre bases doctrinales an¨¢logas a las de las dos primeras series de pa¨ªses citados en el p¨¢rrafo anterior. Lo que la sociedad y la opini¨®n p¨²blica aguantan cada vez peor es un servicio militar obligatorio entendido como derecho de pernada de las Fuerzas Armadas sobre la sociedad, justificado por su pretendida o real labor alfabetizadora o de formaci¨®n profesional, dedicado a labores dom¨¦sticas compensadoras de la paga poco brillante de los oficiales, deca¨ªdo en sus programas de instrucci¨®n hasta merecer la definici¨®n de ociosidad sin descanso, o convertido en lugar para que las j¨®venes generaciones vivan un periodo de incertidumbre sobre la vigencia de los derechos y libertades fundamentales que consagra la Constituci¨®n.
es periodista.
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