Amonestaci¨®n wojtiliana
Una definici¨®n sem¨¢ntica de insulto es ¨¦sta: todo aquello que de modo verbal o extraverbal se emite con car¨¢cter de tal por parte del hablante. El insulto puede ser eficaz o ineficaz, seg¨²n se obtenga o no el efecto deseado, que no es otro que el deterioro de la imagen de aquel al que se le dirige. Cuando no ocurre as¨ª, el acto de insultar queda, valga la expresi¨®n, cojo, porque no da en el blanco, y el insultante tiene evidencia de su fracaso en la indiferencia, incluso en la perplejidad, con que el insultado se comporta al o¨ªr la palabra o ver el gesto que se emiti¨® con intenci¨®n m¨¢s o menos demoledora. Ocurre a veces -y entonces el fracaso del insultante es may¨²sculo- que el insulto no s¨®lo no ofende, sino que ensalza. Un t¨¦rmino como rojo era un insulto hace muchos a?os; dej¨® de serlo, incluso se convirti¨® en piropo, a?os despu¨¦s, aunque todav¨ªa algunos pretendieran ofender con ¨¦l (hoy no es ni una cosa ni otra, porque, al parecer, es ya un arca¨ªsmo).A m¨ª me ocurrir¨ªa algo por el estilo si, pongamos por caso, el obispo Echarren, el arzobispo Suqu¨ªa o (lo que s¨®lo puede concebirse en el colmo de la fantas¨ªa como realizaci¨®n de imposibles deseos) el primado Gonz¨¢lez tuvieran la mala intenci¨®n -que no la poseen, desde luego- de gritarme con prosodia de insulto: "?Neopagano!"' (siguiendo pautas wojtillanas, a las cuales se deben). ?Qu¨¦ m¨¢s quisiera yo que ser neopagano! Tengo para m¨ª que a¨²n no lo soy suficientemente. Pero, amigos m¨ªos, el ministro Solana, el escritor Juan Jos¨¦ Mill¨¢s y alg¨²n otro s¨ª se han ofendido al sentirse llamados as¨ª, en tanto miembros todos ellos de la sociedad espa?ola a la que se ha calificado de neopagana por el se?or Wojtila.
No tienen raz¨®n los ofendidos, cualquiera sea el lado por el que se mire el pretendido insulto. Ser neopagano es, por lo que yo deduzco, sentirse part¨ªcipe de que este colectivo que se denomina sociedad espa?ola adopte como normas c¨ªvicas cosas como las siguientes: que estudie la religi¨®n cat¨®lica aquel y s¨®lo aquel que lo desee; que los errores en el matrimonio se subsanen mediante el divorcio; que se tengan los hijos que se quieren tener y ni uno m¨¢s; que una maternidad no deseada (por no hacer uso de los excelentes y en la pr¨¢ctica inofensivos anticonceptivos orales, algunos de los cuales podr¨ªan llevar en la cajita el made in..., si el lugar de la producci¨®n se identificara con el de la procedencia del dinero), se corrija mediante un aborto a tiempo, etc¨¦tera. Todo esto, as¨ª como el deseo de poseer aquellos objetos que el mercado ofrece, por triviales que algunos de ellos puedan parecer a los dem¨¢s (en lugar de colocarse aquellos sudados, aunque milagrosos, escapularios), se califica de degradaci¨®n hedonista y de renuncia a los valores eternos (tras la degradaci¨®n hay, no se olvide, degradados, eufemismos, de degeneraci¨®n y degenerados, respectivamente).
Parece evidente que a nadie se le impide ser cat¨®lico, ni se le exige abortar, divorciarse, limitar su natalidad o usar anticonceptivos. De ello resulta que en esta sociedad en que hoy vivimos coexisten los que no llevan a cabo ninguna de estas pr¨¢cticas, en uso de sus libertades personales, con los que, usando de la misma libertad, llevan a cabo una, dos o todas. Esta coexistencia en igualdad de derechos para unos y para otros se denomina tolerancia, que es, sin duda, un valor que pueden aceptar ambos grupos sociales, a poco que usen de la raz¨®n para el logro de la pac¨ªfica convivencia. La amonestaci¨®n wojtiliana es, m¨ªrese por donde se mire, una invitaci¨®n a la intolerancia, una apolog¨ªa. Apolog¨ªa por lo dem¨¢s nost¨¢lgica, porque me parece que, de momento, las cosas juegan a favor del convencimiento por una mayor¨ªa de que nadie tiene por qu¨¦ dictar a los dem¨¢s los valores por los que ha de regirse su forma de vida, con la que no molesta ni lo m¨¢s m¨ªnimo a los dem¨¢s, por pr¨®ximos que est¨¦n. S¨®lo as¨ª se puede vivir en paz y en libertad.
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