Rimbaud in terra inc¨®gnita
J'ecrivais des silences, des nuits, je notais Pinexprimable. Je fixais des vertiges. (Arthur Rimbaud *).La infinitud del hast¨ªo. Contar los ¨¢rboles, las prolongadas hileras de casta?os en las gris¨¢ceas avenidas de la ciudad para despu¨¦s morir, igual que la adolescente Vitalie, su hermana. Qu¨¦ sombr¨ªo comienzo. Charleville. Lugar de una idiotez insigne, o as¨ª lo sinti¨® -sup¨¦rieurement idiote-, entre todas las peque?as ciudades de provincias. "La provincia es el mal absoluto", dice Yves Bonnefoy en una muy vivente evocaci¨®n de ¨¦l. S¨ª, el mal absoluto. Pero a?ade: "Lo absoluto engendra lo absoluto". Es decir, la v¨ªa que nos lleva a la m¨¢s extrema poes¨ªa.
Fue ni?o en un lugar de la periferia. Ni?o de la provincia, de lo s¨®rdido, irremediablemente maniatado y en implacable marcha a lo absoluto que lo engendra y es por ¨¦l engendrado. Pero ir hacia lo absoluto es ir -etimol¨®gicamente- hacia lo suelto o desligado, hacia lo por entero exento de ataduras, hacia lo que puede ya ser circuido y encerrado, pues no es clausura sino libertad. Poes¨ªa extrema y vida extrema y libertad extrema. No hay en ¨¦l concesiones. No tiene tiempo para hacerlas. Su ritmo es demasiado r¨¢pido. El camino empezaba ya en el mismo deseo inaplazable de su t¨¦rmino. Ten¨ªa, pues, que ser fulgurante y brev¨ªsimo. Como lo fue, sin duda. No hay otro ejemplo igual al suyo. Quem¨® o abras¨® todas las etapas. Se adelant¨® as¨ª a todas ellas. Tuvo distintas existencias. Cuando desapareci¨®, ya no estaba en ninguna o acaso hab¨ªa ya reaparecido en la de su inquietante mito.
El mito de la palabra y el silencio. "Grande por la poes¨ªa y grande por el silencio", escribe Alain Borer al t¨¦rmino de su bello libro Rimbaud en Abisinia. ?Grande, en realidad, por una cosa y la misma?
Fulgurante aparici¨®n, la suya, desde un silencio o en el centro de un silencio en el que nace y desde el que, a su vez, desaparece en otro. Metamorfosis. Formas sucesivas de radical inmersi¨®n en lo desconocido, seg¨²n una v¨ªa irrenunciable que ya estaba de antemano trazada: au fond de Pinconnu pour trouver du nouveau. Cruz¨® el cielo como una estrella fugaz cruza el cielo nocturno del est¨ªo y deja s¨®lo en ¨¦l una huella abrasada de su paso. Y, as¨ª, la aparici¨®n y la desaparici¨®n, el silencio y la palabra, la poes¨ªa y la vida se hicieron una sola, inseparable, materia incandescente.
En 1875 proyecta viajar a Espa?a, alistarse con los voluntarios carlistas, aprender espa?ol. Extra?o proyecto. No pasa nada al final. Muere en diciembre, a los 17 a?os, Vitalie Rimbaud, su hermana. Para ¨¦l hab¨ªa empezado a abrirse reiteradamente la multiplicaci¨®n de los caminos. Java, Irlanda, Chipre, Alejandr¨ªa, los puertos delmar Rojo, Ad¨¦n, y luego, ya al final de 1880, Harrar, la sucursal de Mazeran, Viannay, Bardey y C¨ªa. Unos cinco a?os m¨¢s tarde inicia su accidentada y frustrada carrera de mercader de armas. La marcha hacia Choa en busca del rey Menelik, con una caravana de 30 camellos, 2.000 rifles y 75.000 cartuchos, a trav¨¦s de regiones que le sugieren "el presunto horror de los paisajes lunares", termina en un memorable Fiasco.
?Qu¨¦ l¨ªmites extra?os de s¨ª mismo hab¨ªa franqueado para ya no volver a lo ya sido? Incapturado. Incapturable. "No puedo quedarme aqu¨ª m¨¢s tiempo", hab¨ªa escrito a Verlaine, mucho antes, desde Londres, en 1873. ?Qu¨¦ quiere decir aqu¨ª? ?No es siempre aqu¨ª ese punto fronterizo o extremo de s¨ª mismo que ¨¦l traspasa una y otra vez y al que ya nunca podr¨¢ regresar? Sus aqu¨ª y sus ahora son sucesivos vaciados de alguien que ya fue. No ser¨ªa posible fijarlo. Terrible destructor de im¨¢genes, sobre todo de ¨¦l. Entre mayo y junio de 1886, el mismo a?o en que dirige su larga caravana de camellos hacia Choa, la revista La Vogue publica en Par¨ªs Las iluminaciones del "difunto Arturo Rimbaud".
He aqu¨ª otra de esas asombrosas im¨¢genes: "Agente de comercio franc¨¦s, que viaja desde hace unos ocho a?os por la costa oriental de ?frica, honorablemente conocido por todos los europeos, amado por los ind¨ªgenas...", escribe de s¨ª mismo al ministro de Marina y Colonias en 1887 desde Ad¨¦n. "Rimbaud, negociante franc¨¦s en el Harrar", firma en 1888.
Qu¨¦ enloquecedores o m¨¢gicos -no sabemos- se nos antojan sus pedidos africanos de libros, en ese mismo a?o, a Lacroix, ¨¦diteur, Rue des SaintsP¨¦res, Par¨ªs: Tratado de metalurgia, Hidr¨¢ulica urbana y agr¨ªcola, Mando de nav¨ªos a vapor, Arquitectura naval, P¨®lvora y nitratos, Mineralog¨ªa, Alba?iler¨ªa, Manual de la carpinter¨ªa de obra.
Pedido de coleccionista o de bibli¨®filo, dir¨ªamos, rota ya toda imagen de s¨ª, por valor de unos 40 francos. Im¨¢genes fracturadas, abandonadas o dejadas, de las que el hast¨ªo vuelve a nacer, sobre las semiborradas huellas del que huye.
"Estamos ahora en la estaci¨®n de las lluvias", escribe desde Harrar. "Es bastante triste (...). Me aburro mucho, siempre; ni siquiera yo he conocido nunca a una persona que se aburriera tanto como yo".
Camin¨® hacia lo absoluto, engendrador de esa muy particular relaci¨®n con lo desconocido,que ¨¦l mismo llam¨® videncia y que no siempre se traduce o da en la escritura. Ciertamente, fue la escritura una de sus formas, pero no la agot¨®. Su propia vida, en una lenta, implacable aniquilaci¨®n de s¨ª misma, sigui¨® expres¨¢ndola. La vida de las metamorfosis imposibles y de los caminos sin fin.
Todo se iba deshaciendo en la desnudez absoluta de la visi¨®n. El 13 de mayo de 1871 hab¨ªa escrito a Georges Izambard: "Ahora me encrapulo lo m¨¢s posible. ?Por qu¨¦? Quiero ser poeta y trabajo para hacerme vidente (...) Se trata de llegar a lo desconocido por el desorden de todos los sentidos (...) Yo es otro". Y, dos d¨ªas despu¨¦s, a Paul Demeny: "Digo que es necesario ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos".
As¨ª hab¨ªa entrado, muy pronto, en la videncia, en la luz o el fulgor de la tiniebla donde se forma la ceguera del que ve. En el lugar donde las im¨¢genes se disuelven y al desaparecer destellan. Tal es el punto extremo de la poes¨ªa o de la visi¨®n.
No siempre guarda la videncia relaci¨®n directa con la escritura, dijimos, aunque sea ¨¦sta una de sus formas o restos o quemados residuos. A veces, el que ve s¨®lo profiere, como en la tradici¨®n oracular de la Pitia, aunque d¨¦ lugar despu¨¦s, en posici¨®n segunda, a una escritura que es ya, en buena medida, una hermen¨¦utica.
Con lo que guarda siempre relaci¨®n es con una forma distinta de conocimiento, que se niega o no se da por su propia naturaleza al lenguaje de la comunicaci¨®n. "El vidente", escribe Marc Eigeldinger en el prefacio a las dos cartas del 13 y del 15 de mayo de 1871, "experimenta dolorosamente la existencia de un desfase entre la visi¨®n y el lenguaje de la comunicaci¨®n". Se ve reducido a una situaci¨®n de prevalencia de la imposibilidad. Pero sin alcanzar ese l¨ªmite de lo imposible no hay creaci¨®n.
?l pis¨® el umbral de lo imposible y lo cruz¨®. Anduvo por caminos apartados, cuyos extra?os horizontes tan s¨®lo adivinamos. Mientras su figura se alejaba y la distancia disolv¨ªa su imagen, volvieron a cerrarse sobre ella las entreabiertas puertas del enigma. Dej¨® tras ¨¦l viviente, en la obra, en la vida, la propuesta de ¨¦ste. Propuesta singular de lo imposible. Por eso lo seguimos.
Rimbaud naci¨® el 20 de octubre de 1854 en Charleville (Ardennes) y muri¨® el 10 de noviembre de 1891 en Marsella.
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