?ramos tan felices
2 de noviembre de 1991Y queridos biznietos: a lo mejor v¨¢is a pensar vosotros, prendas de mi muerte viva, por el tono de las anteriores que os iba yo escribiendo, que es que en este mundo de donde os escrib¨ªa, apestado de ideas, ajetreado en la producci¨®n de nada, en este mundo donde se coc¨ªa la ruina que entre vosotros ha estallado, nosotros, sus habitantes, ten¨ªamos que ser muy desgraciados: a lo mejor nos ve¨ªais ya crujiendo de dientes cada ma?ana, arranc¨¢ndonos los pelos a pu?ados. Bueno, pues no. No quer¨ªa yo que os enga?arais en ese punto, y por eso me pon¨ªa a escribiros otra.
Pues no: por el contrario, viv¨ªamos muy felices; esto es, que nunca la humanidad hab¨ªa sido tan feliz como en nuestro tiempo: hablaban algunos de los fines del XIX y comienzos del XX, en el pleno florecimiento de la difunta dorada burgues¨ªa; pero vamos, os aseguro que ni color: nunca tan felices como lo ¨¦ramos ahora, disfrutando de una paz de casi medio siglo, sin agobios ni miserias como los de anta?o, pudiendo comprar de todo lo que quer¨ªamos, ir c¨®modamente de viaje a cualquier punto del globo que se nos antojara, comunicar unos con otros con toda facilidad, ya individualmente por fax o por tel¨¦fono, ya simult¨¢neamente por participaci¨®n en las comunicaciones televisivas, facilitados nuestros justos anhelos de formar un hogar o de subir por el ranking de cualquier empresa, incluida la pol¨ªtica, disponiendo de los equipos m¨¢s sofisticados de sanidad y de profilaxis, libres de trabajos degradantes y penosos, dotados de ingeniosos dispositivos para llenar el tiempo libre y para hacernos cultos, si lo dese¨¢bamos...
?C¨®mo no ¨ªbamos, con esas condiciones y facilidades, a ser felices? Tendr¨ªamos que haber sido de un desagradecimiento de lo m¨¢s negro.
Ya entend¨¦is vosotros, prendas, que os estaba hablando de la mayor¨ªa. Claro, de la mayor¨ªa: a ver c¨®mo diablos se iba a medir, si no, la cantidad o densidad de la felicidad en un mundo, m¨¢s que por la mayor¨ªa, por el cu¨¢nto de participaci¨®n de las personas en la felicidad general, eso, en la felicidad de la mayor¨ªa. Y lo que importa es que la mayor¨ªa, tal como os lo contaba, era feliz, y m¨¢s feliz que nunca.
Y cualquiera, con un poco de buena voluntad, pod¨ªa participar de la felicidad de la mayor¨ªa. Yo mismo, por ejemplo, ?qu¨¦ os cre¨¦is? Pues nada: m¨¢s feliz que nunca ni me deten¨ªan ya los polic¨ªas por la calle ni me iban a buscar a la cama de madrugada desde hace no s¨¦ cu¨¢ntos a?os, y era poco probable que se les ocurriera; ganaba sin trabajar un sueldo sustancioso; se me dejaba soltar por esta boca todo lo que me viniera, y publicarlo sin ambages, como lo muestra la aparici¨®n en este diario de vuestras cartas; hasta las mujeres, aunque nada m¨¢s fuera por mi vejez o su indiferencia, me trataban algo m¨¢s piadosamente que en otros tiempos... A ver si no iba a ser feliz; o ?qu¨¦ co?os andaba yo deseando o maquinando en este mundo?
O si no, a ver: ?es que Plat¨®n mismo no le hac¨ªa bregar a su S¨®crates en el Filebo con la idea de que placer no, fuera otra cosa que la falta de males y dolores?: pues entonces, sin harp¨ªas, sin polic¨ªas, sin trabajo, sin enfermedades, sin hambre, sin mordazas... ?no va a ser eso felicidad?
Os lo pregunto a vosotros, mis siempre ni?os, por si acaso segu¨ªs vosotros todav¨ªa al cabo de los siglos enredados en las mismas dudas sobre el asunto.
Me dir¨¦is acaso, meneando las cabecitas, m¨¢s desenga?ados que los pr¨®jimos presentes, que es que no hay nadie que sepa quedarse viviendo s¨®lo de la falta: una falta de males, una mera negaci¨®n de las miserias y las cadenas, s¨ª, parece que es algo demasiado puro y claro para que podamos de veras disfrutar de ello; enseguida se nos aparece como un vac¨ªo, y vienen enseguida los males verdaderos, los del futuro (la cura metusque de Lucrecio, el miedo de perderlo, la preocupaci¨®n por si seguir¨¢ ma?ana durmiendo a nuestro lado), a llenarnos el vac¨ªo; o sea, a llenarnos de miseria la felicidad.
Los placeres de verdad
Pero en fin, todo eso no era a¨²n m¨¢s que filosof¨ªas, y no iban a quitarme de deciros esto que quer¨ªa, esto que ten¨ªa que deciros considerando la mayor¨ªa de los presentes pr¨®jimos de vuestro pasado: que ¨¦ramos muy felices, como nunca.
?Que si se nos ve¨ªa en las caras? Bueno... ?c¨®mo es la cara de la felicidad? Por ah¨ª se los ve¨ªa pasar con los mofletes y los culitos bastante satisfechos, y se re¨ªan mucho y se gastaban bromas, y brindaban por cualquier cosa, y declaraban que se lo hab¨ªan pasado o que incluso se lo estaban pasando pipa.
"?Con qu¨¦?", me pregunt¨¢is acaso. ?Con qu¨¦ placeres? Bueno, la verdad es que me daba algo de verg¨¹enza describiros los placeres con que la gente se lo pasaba as¨ª de bien y eran tan felices, igual los vulgares o de masas que los cultos y refinados; por diversos motivos, pero algo me daba de verg¨¹enza; porque seguro que vosotros, mejorcitos m¨ªos, ah¨ª penando entre los cascotes del derrumbe y maldiciendo de nosotros, hab¨¦is descubierto algo m¨¢s de verdad lo que son placeres.
?Porque ¨¦stos de que ac¨¢ disfrut¨¢bamos eran m¨¢s bien un sustituto, Ersatz, gato por liebre, como ven¨ªan ya desde decenios algunos entendidos y sensitivos denunciando? Pues s¨ª, puede que fueran todos sustituto de otra cosa, tampones de colores con que llenar el hueco, lo que quer¨¢is; pero, chiquitos lindos, ?c¨®mo eran, c¨®mo son los otros, de los que ¨¦stos eran sustitutos, c¨®mo eran los placeres verdaderos? Si uno no sabe m¨¢s que los que tiene delante de las narices.. No, no, eso no es verdad, eso no quer¨ªa escrib¨ªroslo: uno, sobre todo, no sab¨ªa tampoco lo que ten¨ªa delante de las narices.
Ya, ya veo que me est¨¢is haciendo que confiese.
Bueno, pues s¨ª: esta felicidad era un poco la felicidad del idiota, qu¨¦ se le va a hacer: quien algo quiere, algo le cuesta. Y volv¨ªan con este motivo a plantearse los dilemas del Filebo. Y la verdad es que hasta la gente corriente la sospechaba de vez en cuando, y hasta se dejaba decirlo por la calle: que esta felicidad que a la mayor¨ªa se nos vend¨ªa era un higo para papanatas y una peliculita para embobar a los contribuyentes en tanto y no que ven¨ªa la muerte a hacerles la liquidaci¨®n definitiva, y que, la verdad, para disfrutar de estas cosas (por ejemplo, el supermercado, la televisi¨®n, o la compra del autom¨®vil nuevo o de la entrada para la murga del estadio) hac¨ªa falta ser verdaderamente idiota.
Pero bueno, y ?qu¨¦? Har¨ªa falta, pero el caso es que se disfrutaba de ello, ?no?
Cierto que, sin embargo, se gu¨ªa entre nosotros pudi¨¦ndose repetIr de nuevo el experimento de otras veces: si pudieran, por una operaci¨®n del estilo de quitarte el l¨®bulo frontal, dejarte sin inteligencia ninguna y capaz de disfrutar a tope y sin resquemores de todas esas cosas que te ofrece el mundo, ?qu¨¦?: ?te hac¨ªas la operaci¨®n o no?; y, por m¨¢s que os maraville, aun en medio de la cuchipanda quir¨²rgica de que goz¨¢bamos tambi¨¦n, una mayor¨ªa mayor que la mayor¨ªa segu¨ªa respondiendo "No"; o sea que, adem¨¢s de ser uno idiota, hac¨ªa falta no darse cuenta de que lo era. A tal punto parec¨ªa seguir latiendo por lo bajo algo que se estimaba m¨¢s que la felicidad.
Miseria y desgracia
Pero, en fin, lo que yo quer¨ªa era presentaros hoy el cuadro de nuestra felicidad con sus trazos precisos y sus colores. Para lo cual, hab¨ªa que reconocer que, si bien lo propio de la mayor¨ªa era ser tan felices como os lo cuento, hab¨ªa tambi¨¦n (sin duda os habr¨¢ llegado noticia de ello) una cierta cuant¨ªa de miseria y de desgracia alrededor y por en medio de la mayor¨ªa, hasta el punto de que alg¨²n malintencionado podr¨ªa decir que la mayor¨ªa s¨®lo pod¨ªan ser felices gracias al contraste con la miseria y la desgracia que ten¨ªan alrededor y por el medio:
Las epidemias de hambre, los horrores de guerra y pestes por los pa¨ªses de las m¨¢rgenes del mundo propiamente dicho, esos cuadros que la TV les met¨ªa por los ojos hora tras hora a su clientes, sin duda para que, por el contraste, se sintieran m¨¢s felices todav¨ªa; y luego, las hordas piojosas de los que escapaban de esas m¨¢rgenes del mundo para venir a disfrutar (?no eran tambi¨¦n humanos?) de la felicidad de la mayor¨ªa; y luego, las bandas de descontentos metiendo ac¨¢ y all¨¢ bombitas, a fin de procurarles ocupaci¨®n y elocuencia a los ejecutivos del terror establecido; y luego, las bandas de los drogadictos (algo hay que ser), empe?ados en pincharse un poco de ¨¦xtasis entre los cubos de la basura, y las de los contradrogadictos (algo hay que ser), ech¨¢ndose a la calle con las banderas de la moral y de la higiene; y luego, estos pacientes m¨ªos, que ahora mismo sub¨ªan reventando ascensores, a ver si los recib¨ªa y les echaba un poco de salivita sobre las llagas; en fin, la tira, ?para qu¨¦ voy a contaros?;
y todav¨ªa tendr¨ªa que irme, hoy D¨ªa de los Difuntos, a los cementerios superpoblados, y a?adir a¨²n "Y los muertos". A ver cu¨¢ndo iba a llegarles a los muertos su revoluci¨®n, a ver cu¨¢ndo iban ellos a disfrutar de esta felicidad y alcanzar el alto nivel de muerte que les correspond¨ªa...
Ya, ya me temo, ante ese rosario de miserias y penas que,os contaba, santitos de mi descendencia, de qu¨¦ manera estar¨¦is queriendo entender la cosa: que era que la mala conciencia de tanta desgracia alrededor y en medio no nos dejaba a la mayor¨ªa decente disfrutar de nuestra felicidad.
Bueno, pues no: ?v¨¢is a ser todav¨ªa vosotros as¨ª de subjetivos, como dicen los filosofantes? Pues no: no era cuesti¨®n de nuestra conciencia (que para eso siempre hay curas), sino la cosa, la cosa misma.
Por, si acaso ah¨ª, en medio del derrumbe, sigue esa confusi¨®n reinando, os lo repito: es que la moneda del rico tiene en s¨ª misma la ro?a de los miserables; es que el precio del bollo, marcado en el bollo mismo, le cambia el gusto al bollo; es que la justicia de raz¨®n est¨¢ en la forma y masa de la cosa; y as¨ª, la miseria del Tercer Mundo y la pus de los drogotas no hac¨ªa falta que la TV nos la ense?arr¨¢: estaba n aqu¨ª, en el Mundo Primero y en la loci¨®n solar de nuestras se?oras: estaban en un cierto gustillo ins¨ªpido y cadav¨¦rico que ten¨ªan los productos del supermercado, que ten¨ªa la felicidad de la mayor¨ªa.
?Entender¨¦is vosotros esto, prendas, mejor que lo entend¨ªan mis contempor¨¢neos?
Todo ven¨ªa de aquello que el otro d¨ªa os explicaba: de habernos hecho laborar sobre el divorcio de p¨²blico y privado.
La verdad es que no hay felicidad de uno. El sujeto, como dicen los filosofantes, de la felicidad, o de la revoluci¨®n, como se dec¨ªa anta?o, o de la vida, en fin, no es uno.
No, no es uno: porque, para que uno sea uno, tienen que estar los otros; y as¨ª...
?Qu¨¦?: ?os entristece esto, viditas m¨ªas?.?Quer¨ªais vosotros todav¨ªa ser cada uno de vosotros tambi¨¦n felices?
Pero, hombre, side todos modos, ?no sab¨¦is que "la vida ya est¨¢ perdida"? Pues ?entonces?
Bueno, pues eso: sea como sea, que no os armarais l¨ªos, eso es lo que quer¨ªa: que supierais que aqu¨ª ¨¦ramos felices, muy felices, como nunca.
Que os toque a vosotros algo diferente. Y para ello, por si de algo sirve, ah¨ª van, desde vuestro pasado, mil cari?os y besos, y salud.
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