?En qu¨¦ se lo gastan?
SI CADA vez que a alg¨²n diputado o senador se le ocurre alguna iniciativa para mejorar su rendimiento parlamentario o favorecer su relaci¨®n con los electores ha de ser pagada con cargo a los presupuestos, ?a qu¨¦ dedican los partidos los cuantiosos fondos que reciben para financiar su actividad y la de sus grupos parlamentarios? El Grupo Socialista ha planteado la posibilidad de dotar a cada parlamentario de un asistente. Mezcla de escudero y ayuda de c¨¢mara, el asistente es un personaje habitual en los relatos de las guerras napole¨®nicas. Su misi¨®n consist¨ªa, fundamentalmente, en dar alfalfa al caballo y compa?¨ªa al caballero. La palabra qued¨® confinada al ¨¢mbito castrense hasta que alguien la eligi¨® para definir la tarea encomendada al hermano de Alfonso Guerra en Sevilla. Sin embargo, a la hora de describir en qu¨¦ consist¨ªa esa tarea, nadie pudo ir mucho m¨¢s all¨¢ de la recogida del correo. Ahora se pretende que los presupuestos del Estado financien la contrataci¨®n de tantos asistentes como esca?os tienen las c¨¢maras. El CDS ha invocado la experiencia de otros pa¨ªses para apoyar la iniciativa, mientras que el portavoz de Izquierda Unida ha sugerido que ser¨ªa preferible destinar ese dinero a la instalaci¨®n de oficinas de los parlamentarios en sus circunscripciones.
En Espa?a, la financiaci¨®n p¨²blica de los partidos se efect¨²a a trav¨¦s de las subvenciones electorales, los fondos de los grupos parlamentarios y, desde 1987, los que la ley destina a subvencionar directamente su funcionamiento regular. S¨®lo por esta ¨²ltima v¨ªa, los partidos recibir¨¢n a lo largo de 1991 m¨¢s de 8.000 millones de pesetas. Trat¨¢ndose de fondos no finalistas, los partidos pueden dedicarlos a los fines que consideren m¨¢s oportunos. Por ejemplo, a pagar los sueldos de asistentes para sus parlamentarios o a alquilar locales en los que los diputados y senadores puedan hablar con sus representados.
Con motivo de los reiterados esc¨¢ndalos relacionados con la financiaci¨®n irregular de los partidos ha habido voces que, con pretensi¨®n de realismo, han opinado que el problema de fondo era la insuficiencia de las subvenciones p¨²blicas, por lo que propon¨ªan incrementar su cuant¨ªa. Pero si el incremento en un 100% producido en 1987 no s¨®lo no solvent¨®, sino que agrav¨® el problema, es porque algunos partidos se han instalado en una din¨¢mica de crecimiento ilimitado de los gastos francamente inmoral. Pues de tal puede calificarse la pretensi¨®n de que sean los propios partidos los que fijen unilateralmente sus necesidades, dando por supuesto que es obligaci¨®n del contribuyente sufragarlas. Naturalmente que a todas las agrupaciones locales de cualquier partido les encantar¨ªa disponer de una sede propia; pero eso tambi¨¦n les ocurre a muchas otras asociaciones privadas, y si las cuotas de los socios no alcanzan para pagarla, se arreglan sin ella.
Se cedi¨® con el asunto del mailing -env¨ªo por correo de propaganda electoral-, pero no parece que ello haya disminuido ni las pr¨¢cticas irregulares ni el endeudamiento de los partidos -que se estima pr¨®ximo a los 20.000 millones de pesetas-. El argumento de que tal o cual cosa tambi¨¦n se hace en otros pa¨ªses es de escaso peso a la vista del panorama existente en los m¨¢s pr¨®ximos, a los que, se trate de facturas falsas o de absentismo parlamentario, siempre imitamos en lo peor. Por ello, el que, tal como est¨¢n las cosas, alguien se haya atrevido a plantear el asunto de los asistentes indica hasta qu¨¦ punto se est¨¢ alejando la sensibilidad del pol¨ªtico profesional de la del ciudadano com¨²n: la de quien se ha acostumbrado a que le paguen viajes, comidas, tel¨¦fono, de la de aquel que lo tiene que pagar de su bolsillo.
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