Los 'hisp¨¢nicos'
El mito, el estereotipo, el clich¨¦, el lugar com¨²n, el prejuicio y la ignorancia han enemistado muchas veces a Estados Unidos y a los pa¨ªses latinoamericanos, frustrando lo que, por razones de geograf¨ªa y de sentido com¨²n, debi¨® ser una relaci¨®n provechosa.Pero, seg¨²n dice el refr¨¢n no hay mal que dure 100 a?os. ?ste ha durado demasiado y hoy hay m¨¢s posibilidades que ayer de corregirlo. ?Por qu¨¦? Porque existen ahora dos factores in¨¦ditos que deber¨ªan obrar decisivamente en favor de una vecindad inteligente entre las dos mitades del continente.
El primero es la proliferaci¨®n en Am¨¦rica Latina de reg¨ªmenes civiles y democr¨¢ticos inspirados, como el que rige la sociedad norteamericana, en la legalidad y la libertad. Se ha hablado mucho en el mundo, y con justa raz¨®n, del desplome del totalitarismo en Europa del Este y de la extinci¨®n en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Se ha hablado mucho menos de la ca¨ªda, una tras otra, de todas las dictaduras -menos las de Cuba y Hait¨ª- de los pa¨ªses latinoamericanos. Es el fen¨®meno m¨¢s importante de nuestra historia republicana y significa una oportunidad ¨²nica. La de que en Am¨¦rica Latina se cancele para siempre el c¨ªrculo vicioso de las revoluciones y los cuartelazos y nuestros pa¨ªses den la batalla contra la pobreza y el atraso uniendo su destino a aquello de lo que, desde la llegada de Col¨®n, forman parte: el Occidente democr¨¢tico.
Naturalmente, la partida est¨¢ lejos de haber sido ganada. La democracia pol¨ªtica no garantiza el desarrollo econ¨®mico -¨¦ste exige una genuina econom¨ªa de mercado, una real apertura a los mercados del mundo, estabilidad legal para la empresa y la propiedad y un m¨ªnimo de eficiencia y honradez en el Estado, algo que la mayor¨ªa de las sociedades latinoamericanas est¨¢ a¨²n lejos de lograr- y la realidad es que, con excepciones como la de Chile y, ¨²ltimamente, la de M¨¦xico, la situaci¨®n econ¨®mica dificil es una espada de Damocles sobre el proceso de democratizaci¨®n de muchos pa¨ªses al sur de r¨ªo Grande.
Sin embargo, hay indicios alentadores. El modelo ut¨®pico de la revoluci¨®n violenta se halla en franca delicuescencia, incluso en aquellos pa¨ªses, como Per¨², El Salvador, Colombia y Guatemala, donde act¨²an grupos insurgentes, a los que vemos resignarse a abrir negociaciones con sus Gobiernos y experimentar una notoria merma de apoyo. En todo el continente el respaldo de los sectores mayoritarios a la democracia, y su rechazo abierto a las opciones de la revoluci¨®n marxista y de la dictadura militar, son inequ¨ªvocos. As¨ª se comprueba, en cada nuevo proceso electoral o cuando, como en Argentina, ha habido tentativas golpistas. Incluso en Cuba, pese al dur¨ªsimo sistema represivo y a los feroces escarmientos ¨²ltimos del r¨¦gimen contra los disidentes para frenar cualquier protesta, son cada vez mayores las se?ales de una resistencia contra la tiran¨ªa. (Como el manifiesto, encabezado por Mar¨ªa Elena Cruz Varela y firmado en junio del a?o pasado por 17 intelectuales cubanos residentes en la isla y varios de ellos miembros de la Uni¨®n Nacional de Escritores y Artistas (UNEAC) pidiendo amnist¨ªa pol¨ªtica y elecciones libres.)
De otro lado, la idea de que la libertad econ¨®mica es complemento indispensable de la libertad pol¨ªtica para lograr el desarrollo se abre camino, aunque todav¨ªa lentamente. El r¨¦gimen democr¨¢tico chileno de Patricio Aylwin ha mantenido el modelo econ¨®mico liberal anterior, asegurando de este modo un crecimiento para Chile que es el m¨¢s alto de Am¨¦rica Latina. Y en M¨¦xico, el Gobierno de Salinas de Gortari lleva a cabo un notable esfuerzo de privatizaci¨®n y apertura de la econom¨ªa que comienza a dar sus frutos. Y en Argentina, Bolivia, Venezuela, Per¨² se dan asimismo, aunque con timidez y a eces con retrocesos y traspi¨¦s, pasos en esta direcci¨®n. La filosof¨ªa del desarrollo hacia adentro y del nacionalismo econ¨®mico, que propugnaron con tanto ¨¦xito el doctor Ra¨²l Prebisch y la Comisi¨®n Econ¨®mica para Am¨¦rica Latina (CEPAL) y que fue practicada por todos los Gobiernos -democr¨¢ticos o autoritarios- en los a?os sesenta y setenta con tan catastr¨®ficas consecuencias, ya casi no tiene defensores, y sobre su cad¨¢ver va despuntando en el horizonte latinoamericano una conciencia moderna de la necesidad del mercado competitivo y la libertad econ¨®mica para que las flamantes democracias no fracasen.
Este hecho es de extraordinaria importancia, y si Estados Unidos lo comprende as¨ª y act¨²a en consecuencia puede abrirse una nueva era que supere las suspicacias y confrontaciones que tanto da?o han hecho en el continente. Es indispensable, en lo pol¨ªtico, que los latinoamericanos que han optado por la libertad comprueben que Estados Unidos est¨¢ de su parte y no de la de sus enemigos -las minor¨ªas nost¨¢lgicas del cuartelazo-, pues han entendido que aquellos adversarios son tambi¨¦n los suyos.
Y en el campo econ¨®mico es imprescindible la colaboraci¨®n. Esto no puede significar d¨¢divas. Hay Muchos latinoamericanos que, dentro de la vieja mentalidad, esperan que ahora Washington les resuelva la crisis, condon¨¢ndoles las deudas y concedi¨¦ndoles todos los cr¨¦ditos que pidan. Ser¨ªa grav¨ªsimo para las nuevas democracias del Sur que aquello ocurriera. A ¨¦stas les corresponde hacer el esfuerzo y poner en orden los laberintos que son sus econom¨ªas, sanear sus presupuestos, sus administraciones y darse las reglas estables y promotoras que atraigan inversiones. El papel de Estados Unidos no puede ser otro -fiel a su Constituci¨®n- que el de abrir sus mercados y estimular el intercambio con sus vecinos en vez de obstruirlo. Pero eso es mucho y, si se concreta, los beneficios para gringos e hispanos ser¨¢n inmensos.
La incorporaci¨®n de M¨¦xico al Tratado de Libre Comercio que han firmado Estados Unidos y Canad¨¢ puede ser el punto de partida de esta revoluci¨®n econ¨®mica continental. Pese a las tremendas resistencias que, en Estados Unidos y en M¨¦xico, despierta la iniciativa en grupos proteccionistas y nacionalistas, ella va franqueando obst¨¢culos y todo indica que se concretar¨¢. Los otros pa¨ªses latinoamericanos no deben ver en ello un riesgo de marginaci¨®n. M¨¢s bien un incentivo para acelerar la modernizaci¨®n de sus econom¨ªas de modo que puedan incorporarse a ese tratado, al que debe entenderse como punto de partida o primera etapa de lo que alguna vez ser¨¢ el mercado com¨²n del continente americano.
Muchos, en Am¨¦rica del Sur, pese a la nueva orientaci¨®n democr¨¢tica de sus pa¨ªses, no comprenden que esta opci¨®n significa tambi¨¦n tomar partido, sin subterfugios, por las sociedades abiertas del mundo libre, cuyo liderazgo ejerce Estados Unidos, frente a aquellas que representan el totalitarismo y las dictaduras tercermundistas. Sobre esto no debe haber equ¨ªvocos. Aunque a menudo sus pol¨ªticas revelen desconocimiento o arrogancia frente a nuestra realidad, si hemos optado por la democracia, nuestros aliados naturales, por razones de principio y tambi¨¦n por consideraciones pr¨¢cticas, son los pa¨ªses libres. En esto no cabe la neutralidad, porque, como escribi¨® Arthur Koestler, no se puede ser neutral ante la peste bub¨®nica. Quienes, por ejemplo, cuando se trata de la tiran¨ªa castrista o el despotismo de Sadam Husein, defienden una postura neutral en nombre de una obligaci¨®n ¨¦tica tercermundista se enga?an y enga?an a sus pueblos. Para quien se proclama dem¨®crata, no hay neutralismo posible entre la libertad y la dictadura, sea ¨¦sta de la ¨ªndole que sea y est¨¦ domicilia
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Los 'hisp¨¢nicos'
Viene de la p¨¢gina anteriorda donde est¨¦: una opci¨®n excluye a la otra como el agua al aceite.
Pero Estados Unidos y los dem¨¢s pa¨ªses de Occidente deber¨ªan comprender que solidaridad y amistad no significan vasallaje ni servidumbre, sino respeto y comprensi¨®n mutuos, y que ello exige un esfuerzo constante para entender las razones y los problemas rec¨ªprocos.
Esto s¨®lo se conseguir¨¢ cuando el conocimiento sustituya a la telara?a de prejuicios y mitos que todav¨ªa distorsionan tanto las im¨¢genes que han fraguado el Sur del Norte y viceversa. Pero ahora, adem¨¢s de la gran oleada democr¨¢tica en Am¨¦rica Latina, hay otro instrument¨® poderoso para conseguir esa dificil haza?a de la comunicaci¨®n y el entendimiento. Es el otro factor que puede contribuir a renovar radicalmente las relaciones entre las culturas anglo y latinoamericana. Me refiero a ese mundo que est¨¢ tan presente y que ha tenido. un papel tan importante en la historia moderna estadounidense: el de los hisp¨¢nicos.
La comunidad latinoamericana en el resto de Estados Unidos es, en varios Estados, una presencia tan viva como en Miami. Y cada vez m¨¢s consciente de su tradici¨®n hist¨®rica, de su lengua y su cultura, lo que est¨¢ teniendo un efecto en el conjunto de la sociedad norteamericana. Como en Florida, en California, Tejas, Arizona, Nuevo M¨¦xico o Manhattan, la influencia hisp¨¢nica se percibe a simple vista, en los h¨¢bitos culinarios y en el atuendo de la gente, en la m¨²sica que escucha y los ritos que practica, y en la penetraci¨®n oleaginosa del espa?ol en los comercios, los espect¨¢culos, los servicios, las escuelas y la calle. Es posible que, a la larga, la tradicional capacidad de metabolizaci¨®n, que ha forjado, junto con la libertad, la grandeza de Estados Unidos, acabe por integrar a esta comunidad, como hizo con italianos o polacos. Pero el proceso ser¨¢ a¨²n largo y cabe esperar que, cuando culmine, aquella integraci¨®n haya logrado la haza?a de abrir las mentes y los esp¨ªritus de muchos norteamericanos hacia las realidades -en vez de los mitos- de Am¨¦rica Latina. O, cuando menos, de haber incitado la curiosidad y el inter¨¦s de Estados Unidos por conocerlas, de modo que pueda surgir por fin, entre los pueblos del continente, en vez de ese odio que se parece al amor, o ese amor odioso que es a¨²n la regla, una relaci¨®n equitativa y creadora.
?sta es una tarea que los hisp¨¢nicos de Estados Unidos est¨¢n cumpliendo ya, aunque ni siquiera se den cuenta de ello. A diferencia de los pol¨ªticos, prisioneros de la ret¨®rica y del c¨¢lculo, o de los diplom¨¢ticos, cuya vida discurre bastante alejada del ciudadano com¨²n, ellos s¨ª conocen los trajines y desvelos del hombre. y la mujer de la calle, pues los comparten. Los de su nueva patria y los de la patria que abandonaron, por la persecuci¨®n pol¨ªtica, la dureza de la vida o, simplemente, por el leg¨ªtimo deseo de mejorar. Y a diferencia de los intelectuales expatriados, que deben hacer malabares y trampas para justificar una posici¨®n ideol¨®gica, el inmigrante com¨²n puede actuar con autenticidad y verdad.
?l conoce ambas culturas, de esa manera ¨ªntima que nace de la experiencia directa, de lo vivido, y ello le ha ense?ado -en contra de lo que dicen los estereotipos- que, a pesar de las lenguas distintas y de que en el Norte hay abundancia y en el Sur pobreza, las diferencias no son tan grandes. Que, por debajo de las costumbres, creencias, prejuicios que distinguen a unos y otros, en lo fundamental hay semejanzas. Porque al hombre y a la mujer de aqu¨ª y de all¨¢ les interesa lo mismo: vivir en paz, libremente, sin miedo al futuro, con trabajo y la posibilidad de prosperar. Los hisp¨¢nicos de Estados Unidos -20 millones- pueden ser el puente que gringos y latinos crucen para reconocerse y conciliarse.
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