El sue?o de los h¨¦roes
Quienes siguieron de cerca la historia particular de lo que se conoce como la figuraci¨®n madrile?a de los setenta recordar¨¢n, sin duda, el papel fundamental que en ese tiempo y contexto desempe?¨® Herminio Molero (La Puebla de Almoradiel, 1948). Llegado entonces a la pintura desde el terreno de las po¨¦ticas experimentales, su aportaci¨®n fue aquella que -de un modo a la vez estrictamente literal en sus formas y extremadamente personal en su desarrollo- mejor caracteriz¨® esa filiaci¨®n pop que, con matices distintos en cada artista, tan fundamental result¨® en la gestaci¨®n de aquel debate.Vino luego, en su caso, una suerte de eclipse pict¨®rico; mientras los restantes protagonistas de aquella aventura consolidaban sus trayectorias, Molero abandon¨® virtualmente la pintura por la m¨²sica pop (fue fundador de Radio Futura).
Herminio Molero
Galer¨ªa Buades. Gran V¨ªa, 16-3o?C. Madrid. Hasta el 5 de marzo.
Vuelto a la pintura en los ¨²ltimos ochenta lo hizo retomando, a modo de un "como dec¨ªamos ayer", las coordenadas esenciales que hab¨ªan definido su particular filiaci¨®n pop, pero matizadas ahora por
una muy peculiar acentuaci¨®n de un rasgo ya latente en los setenta, y que se traduce en una po¨¦tica elaborada a partir de todo un universo de estereotipos pertenecientes a la memoria sentimental y cultural de nuestro pa¨ªs.
Lo espa?ol
Esta nueva exposici¨®n de Herminio Molero, la segunda tras el retorno a los ruedos de la pintura, reparte sus suertes, y aciertos fascinantes, entre dos terrenos fundamentales que se corresponden -en un sentido amplio y con numerosos cruces entre s¨ª- con otros tantos paisajes consustanciales a su geograf¨ªa po¨¦tica. Uno de ellos nos remite al paradigma ya mencionado de lo espa?ol, y a ¨¦l pertenecen tanto el ciclo dedicado a Picasso como esas galer¨ªas de toreros y poetas, juegos de evocaci¨®n sobre el magnetismo de prototipos m¨ªticos que nos resultan, por cercanos, particularmente elocuentes.En todos ellos, Molero recurre, como material de partida, a aquella iconograf¨ªa fotogr¨¢fica que mejor se ajusta no a su memoria biogr¨¢fica real, sino a su dimensi¨®n legendaria, y con ello fija el sentido ¨²ltimo de su apuesta sobre ese punto singular en el que los personajes pierden su condici¨®n objetiva para convertirse en un referente esencialmente imaginario, esto es, en pura imagen, en toda la compleja y diversa acepci¨®n que el t¨¦rmino despierta, desde el mecanismo iconogr¨¢fico aut¨®nomo a esa teatralidad que nos remite, una vez m¨¢s, al tema del artista como arquetipo simb¨®lico.
Otra serie de trabajos incluidos en la muestra se caracterizan por la reiteraci¨®n de una imagen en un conjunto ordenado que levita en un espacio sin l¨ªmites. Me refiero, por supuesto, entre otras, a Los camareros de St-Moritz, a La coronaci¨®n de los tres reyes, a Preludio para la siesta de un fauno y a ese danzar¨ªn multiplicado bajo el que se oculta (aqu¨ª Molero invierte ir¨®nicamente el mecanismo al elegir una de sus im¨¢genes y fisonom¨ªas menos obvias) un homenaje a Dal¨ª.
Estas telas, que encarnan tambi¨¦n el salto a formatos de, envergadura no abordada hasta la fecha por Molero, tienen su ra¨ªz en ese periodo ligado a la psicodelia que inaugura, con los c¨ªrculos, su trayectoria de pintor. Desde la geometr¨ªa de sus primeros mandalas a la palpitaci¨®n din¨¢mica de aquellos c¨ªrculos que comenzaron a incorporar im¨¢genes, ese periodo determin¨® la gestaci¨®n de un sentido muy particular del espacio, esencialmente ingr¨¢vido, que tiende a expandir uniforme e infinitamente sus l¨ªmites al tiempo que lentifica nuestra conciencia temporal.
Y en relaci¨®n con ese espacio, las im¨¢genes cobran un valor hipn¨®tico, fruto conjunto de la extra?eza y magnetismo originales del documento iconogr¨¢fico, de la geometr¨ªa subterr¨¢nea determinada por su reiteraci¨®n y ordenamiento, as¨ª como de la ambig¨¹edad consciente que se teje entre la repetici¨®n de la imagen y las variables introducidas.
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