Jungla urbana
Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n va a describir la jungla urbana en una obra teatral. Hay expectaci¨®n, por la categor¨ªa del autor y tambi¨¦n porque el tema es grave y nos concierne.Antiguamente, quienes no resist¨ªan los azares de la jungla urbana se retiraban a la vida mon¨¢stica. En tiempos modernos se marchaban a trabajar a una granja. Ayer, un amigo me ha dicho que quiere hacerse marinero. Mal asunto para todos.
La vida contemplativa, el silencio abacial, laudes y maitines; el canto del ruise?or, los hort¨ªcolas aromas, el rumor del regato; la inmensidad oc¨¦ana, el sol levante Poniendo la mar en ardent¨ªa, son im¨¢genes que ilustran los m¨¢s arrobadores sue?os. Sin embargo, la realidad es otra. En los monasterios, el que no vaya con fe de catec¨²meno acaba cazando moscas, y el clero huele a pies. En las granjas a lo que huele es a bo?iga y los bichos pican. En un barco no se entiende nada.
La primera vez que embarqu¨¦, el capit¨¢n tuvo la amabilidad de ense?arme el barco, y al llegar donde las jarcias me explic¨®: "Los obenques est¨¢n forrados con meollar". "`No esperaba menos", coment¨¦, y ¨¦l me mir¨® con la expresi¨®n del viejo lobo de mar que est¨¢ a punto de tirar a un periodista por la amura de estribor. Luego hubo cinco d¨ªas de marejada, y esta boquita se los pas¨® devolviendo cuanto hab¨ªa recibido a lo largo de su pecadora existencia.
Al regresar a puerto, lo primero que hice fue besarlo. Y desde entonces, ni harto de vino abandonar¨ªa la jungla urbana, donde vas al cine, y hay paella, y no tienes que soportar una gallina hist¨¦rica s¨®lo para que te ponga un huevo, y la oficina no se balancea, y no te da un susto de muerte a las tantas un siniestro cenobita gritando: "?Hermano, morir habemos!". Dice alguien semejante impertinencia en la jungla urbana y le pegan un navajazo. Y a veces, aunque no lo diga.
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