Mito trivializado

Un autor grande, y un director de fama: aburren.Nunca se ha podido decir, realmente, que Heiner M¨¹ller haya sido un autor distra¨ªdo: opaco, herm¨¦tico, dejando gran parte de la iniciativa a los directores, el conjunto de su obra est¨¢ sustentado sobre los grandes mitos y su proyecci¨®n, que llega desde lejos hasta las personas de hoy.

Aqu¨ª, su Edipo -el de S¨®focles, pasado por la traducci¨®n de H?lderlin y aqu¨ª por el castellano directo y claro de Javier Tomeo- pasa en un pueblo de ahora, en una Grecia fr¨ªa y nevada; deja mezclar cierta miseria en torno a la casa grande -lo que fue el palacio de los Atridas- y la religi¨®n sacrificial, y los dioses -en este texto, "el dios": monote¨ªsmo adoptado- con un cochecillo seiscientos y otros atributos modernos. Se mantiene el coro, salta la sangre, las invocaciones y los alaridos tr¨¢gicos.

Rid¨ªculo

No llega ninguna forma de catarsis al patio de butacas, o quiz¨¢ yo tenga de plomo la calavera. Ni con actores del car¨¢cter de Rosa Novell o Mario Gas; y David Bag¨¦s (Edipo) y Francesc Orella, que no aportan nada.La intenci¨®n (posible) es la de aproximar el mito a la condici¨®n humana de hoy; lo que se ve, en realidad, hace incre¨ªble el mito y nos aleja de ¨¦l. En algunos momentos se arriesga el rid¨ªculo y a veces se cae en ¨¦l, como el baile del sirtaki de Zorba el griego.

Todo lo dem¨¢s es dinero: escenario construido, giratorio; trajes sugerentes, luces. El p¨²blico, en esta representaci¨®n, se fascin¨¦ poco. Tampoco, creo, cuando se estren¨® en Barcelona.