Hombrias
Hace unos d¨ªas que ellas se sonr¨ªen cuando pasamos por su lado. "Malos tiempos para la hombr¨ªa", dicen. Y nosotros, los hombres, emboscados tras una sonrisa de saldo, hacemos posturitas de tango mientras decimos que la biolog¨ªa es un misterio y que con los cient¨ªficos ya se sabe. Lo de la ca¨ªda libre del espermatozoide ha sido un duro golpe al testiculocentrismo occidental. Como tambi¨¦n lo fue hace un par de semanas la investigaci¨®n del hospital de Sant Pau de Barcelona de la que se infer¨ªa que el 7% de padres no han engendrado al que creen su hijo. Desde que tuvimos que reconocer que nuestro paradigma masculino se acercaba m¨¢s a Woody Allen que a James Dean no hab¨ªamos pasado por momentos tan bajos. Y ellas, mientras tanto, se r¨ªen. Y nosotros, pues tambi¨¦n, para que no se note que el hombre siempre fue de barro, y ahora, en este fin de siglo, se resquebraja y se reblandece.Pero hay otra dimensi¨®n de la masculinidad que nada tiene que ver con la bromita. Suele aparecer de vez en cuando en estas noticias que nos rompen el desayuno de un manotazo. Ese chaval de Hospitalet que no dejaba salir a su mujer de casa y que acab¨® con ella y su hija a tiros. O ese otro que, en plena discusi¨®n con su mujer, arroj¨® a su beb¨¦ al suelo hasta que muri¨®. Veintea?eros ambos, como si la mejora de la especie fuera una quimera, como si el hombre y la ira fueran sin¨®nimos inapelables, malditos, eternos. En estas violencias incontroladas tambi¨¦n se encuentra la parte m¨¢s oscura de un sexo que se quiso fuerte y que no sabe ad¨®nde le est¨¢ llevando tanta masculinidad cultural trasnochada. Las p¨¢ginas de sucesos no hacen m¨¢s que repetir los grandes mitos griegos. La mujer crea y el hombre mata. Y estamos tardando demasiados siglos en tomamos en serio y en domesticarnos.
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